El extraño caso de la terraza sin sillas

La terraza de Alberto
EUROPA PRESS
Actualizado: domingo, 7 febrero 2016 12:39

   OVIEDO, 7 Feb. (EUROPA PRESS) -

   Cuando se cumple algo más de un mes de su entrada en vigor, la nueva ordenanza reguladora de terrazas de Oviedo ya no da tanto que hablar en los medios de comunicación, pero en la calle sus efectos no pasan desapercibidos. Vecinos y hosteleros, acostumbrados durante años a un determinado orden de las aceras, descubren a diario que la cosa ha cambiado. Y mucho.

   Una de las imágenes nuevas en el panorama ovetense es la de la fotografía. Corresponde a un local que antes tenía una pequeña terraza para sus clientes. Está en una de esas zonas resucitadas de Oviedo, próxima al centro comercial de Los Prados, en la calle Puerto de Pajares. Lo cierto es que el bar sigue teniendo terraza. Pero, y esto es lo extraño, sin sillas.

   A pesar de lo singular de la imagen, el caso termina teniendo su explicación. A esa acera le faltan diez centímetros para poder tener una terraza completa (con sillas), según la nueva normativa. Las autoridades locales han dicho que mesas sí, pero sin nada en lo que sentarse. En eso consiste la licencia que le han otorgado al local.

   Y ahí están solitarias dos mesas, como esperando que alguien las recoja y se las lleve a casa, ceniceros en lo alto. Con apariencia de abandonadas, las tristes mesas soportan el paso del tiempo en la calle. Algún cliente apaga ahí sus pitillos. Pero la mayoría ni siquiera es clientela del local. Pasa por allí.

   A las abandonadas mesas las contemplan desde un pequeño trastero en el interior del local las sillas que en otro tiempo las acompañaban para dar soporte a tertulias de calle o a degustadores de vermut. Pero el que las observa con más amargura es el dueño del bar. Se llama Alberto y no puede entenderlo. Desde la barra, con la mirada un tanto perdida, cuenta lo que le ha pasado, casi resignado. Le han mutilado la terraza y no puede hacer nada.

    La ordenanza reguladora de instalación de terrazas de hostelería en la vía pública fue aprobada inicialmente por el Ayuntamiento de Oviedo en un pleno celebrado el 30 de julio de 2014, cuando gobernaba el PP de Agustín Iglesias Caunedo, aunque el visto bueno definitivo no llegó hasta otra sesión plenaria celebrada el 28 de enero de 2015, cuando se aprobó también la contestación a algunas de las alegaciones presentadas, para entrar en vigor casi un años después.

   Desde su gestación, la polémica estuvo servida, al igual que ocurrió en otras localidades con ese tipo de normativas. Se recogían reivindicaciones de colectivos de vecinos que afirmaban sentir invadida su acera por las excesivas dimensiones de las aceras. La ordenanza era sensible hacia esas personas que utilizan una silla de ruedas por algún tipo de discapacidad y que no pueden acceder a taburetes altos o a barriles, muy de moda en algunas terrazas ovetenses.

   Así, se establecían unos criterios mínimos de medidas para poder poner las terrazas hosteleras. Se obligaban a separar las mismas de los negocios un mínimo de 1,80 metros y se prohibían los taburetes y accesos altos, porque tenían que ser accesibles para todos.

   Pero las nueva norma fue recibida como un auténtico ataque por parte de los hosteleros, que veían como buena parte del mobiliario se les iba a quedar obsoleto. Habían gastado su dinero para comprarlo, pero ahora no iban a poder usarlo y nadie les iba a compensar por ello. Incluso los toldos que habían instalado ya no les servían. Ya no iban a proteger del sol o la lluvia a sus clientes. Si los extendían servirían como mucho para dar sombra a los viandantes, no a los que consumían en su local, que se quedaban más cerca del tráfico urbano.

   Por el otro lado, no faltaron vecinos y colectivos satisfechos con la medida. Por fin se ponía fin a los abusos de los locales y las aceras iban a ser de los que caminaban por ellas. Al tiempo, comenzaron las protestas por parte de los empresarios. El presidente de la asociación de hostelería Otea, José Luis Almeida, fue uno de los más críticos.

   Cargó contra la nueva ordenanza por ser dañina para el sector, la consideró absurda y advirtió del peligro de despidos ante la falta de demanda por obligar a instalar unas terrazas menos atractivas. Desde su colectivo se llegó a poner en marcha incluso una campaña en contra de la nueva normativa.

   Pero todo estaba ya en marcha y los empresarios tenían que solicitar ya los correspondientes permisos a lo largo de 2015 para tenerlo todo en regla en el momento en el que entrase en vigor la ordenanza: el 1 de enero de 2016.

   Alberto, el propietario de la terraza tullida de la fotografía, fue uno de ellos. Se dirigió al Ayuntamiento. Habló con sus responsables para tenerlo todo en regla y se mostró dispuesto a colocar la terraza en el margen más cercano al tráfico rodado, como pedía la norma. En el toldo no pensó mucho. Allí lo tendría, plegado o no. Según le pareciera. Aunque le doliese, porque ese tipo de toldos de hostelería no son baratos. Lo importante es que desde el consistorio le dijeron que no habría problema. Y se quedó tranquilo. Casi contento. Por el momento.

    La cosa cambió cuando le llegó la autorización por escrito. Pensaba que no iba a encontrar ningún problema, como le habían dicho. Pero fue leyendo el papel municipal y no se creía lo que allí le planteaban. Sí, le autorizaban a poner la terraza, pero sólo las mesas. No le estaba permitido poner sillas. ¿Qué sentido tenía aquello? ¿Era una broma?

   Alberto descubrió que no. Aquella extraña decisión se basaba precisamente en una interpretación estricta de la ordenanza, que establece que el ancho mínimo de la acera sobre el que se permite la instalación de terrazas ha de ser de 3,70 metros. La acera que está frente al local de Alberto mide 3,60 metros. Es decir, que por diez centímetros de diferencia le privaban de la posibilidad de poner sillas en su terraza. Pero sí le permitían poner mesas. ¡Diéz centímetros! Eso es lo que mide la garra de un oso hormiguero.

   Cuando Alberto te cuenta lo que le ha pasado con la fría ordenanza no alza la voz. Te dice que se ha quedado sin terraza por unos centímetros y que vende menos. Con la que está cayendo. Luego se queda mirando hacia la calle a sus dos mesas, en lo que el Ayuntamiento ha determinado que aquello se convierta una terraza sin sillas. Como una paella sin arroz. Como una bicicleta sin pedales.

    En 2015 hubo cambio de gobierno municipal en Oviedo. Caunedo (PP) pasó a la oposición y pasó a gobernar un equipo compuesto por Somos (marca local de Podemos), PSOE e IU, liderado por el nuevo alcalde, el socialista Wenceslao López. Nadie paró la ordenanza, que siguió adelante y terminó entrando en vigor el 1 de enero de 2016. Los hosteleros que no cumplan se enfrentan a importantes sanciones.

   Hay terrazas que han desaparecido y otras que han cambiado su ubicación. El propio Caunedo, impulsor en otro tiempo de la ordenanza, ofreció a comienzos de enero una rueda de prensa acompañado por el presidente de la asociación de hosteleros pidiendo soluciones para mitigar los efectos negativos en el sector.

   Casi al mismo tiempo, el nuevo concejal de Urbanismo y Medio Ambiente de la ciudad, Ignacio Fernández del Páramo, anunciaba la constitución de un grupo de trabajo de evaluación y seguimiento de la nueva ordenanza constituido por diferentes agentes sociales.

   Tras la barra de su local, Alberto reconoce que algo ha leído de la creación de ese grupo de trabajo. Ha presentado una nueva alegación, pero no tiene muchas esperanzas. Es un palo tras otro, se queja. Lanza una nueva mirada a sus dos mesas que le parecen frías y perdidas. Hace sol. A su lado tiene una camarera de mirada gélida que no ha abierto la boca a lo largo de la conversación. Pero las aceras están mucho más despejadas desde la entrada en vigor de la nueva ordenanza.

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