Crítica de El francotirador: Lobos, ovejas... y Clint Eastwood

Clint Eastwood y Bradley Cooper
Foto: WARNER BROS.
El Francotirador (Ameican Sniper) El Francotirador (Ameican Sniper) El Francotirador (Ameican Sniper) El Francotirador (Ameican Sniper)
Actualizado: lunes, 23 febrero 2015 6:57

MADRID, 20 Feb. (EUROPA PRESS - Israel Arias)

   A una cartelera en sequía de estrenos llega El francotirador (American Sniper), película nominada a seis Oscar con la que Clint Eastwood lleva a la gran pantalla la figura del Seal Chris Kyle, el francotirador más letal de la historia del ejército estadounidense.

   Conocido como 'La Leyenda' por sus compañeros y como 'El diablo de Ramadi' por sus enemigos, Chris Kyle nació en Texas en 1974 y, tras sobrevivir a cuatro 'tours' en Irak, murió en su tierra natal, lejos de los "salvajes" enemigos , en febrero de 2013 por el disparo de otro veterano de guerra estadounidense. Una secuencia que Eastwood evita mostrar en su película. El juicio contra su asesino acaba de empezar.

   Héroe para unos, asesino a sangre fría para otros, Kyle se atribuyó la muerte de más de 250 objetivos insurgentes, cifra que se reduce hasta los 160 según los informes oficiales. Un hombre de apariencia física imponente, temperamental y al que, como a muchos otros estadounidenses, el 11 S le cambió su forma de ver y de entender el mundo.

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   Kyle nunca regresó del todo de Irak, el fantasma de la guerra siempre lo acompañó, tal y como consigue reflejar el gran trabajo de Bradley Cooper. El chico que tiene enamorado a la Academia, esta es su tercera nominación consecutiva, está más que correcto en la que es su mejor interpretación hasta la fecha.

   Pero más allá del enorme -en todos los sentidos- Cooper y de la tensión que Eastwood logra en momentos puntuales, El francotirador no sale del carril del patriotismo convencional o, al menos, no todo lo que debiera. Deficiencia que se acentúa en su tramo final. Es lejos de Irak donde la película de Eastwood debía encontrar su elemento diferencial, ese plus que convierte una buena película en una gran película, pero no lo hace.

LA HONESTIDAD DE EASTWOOD

   Cierto es que no hay trampa ni cartón. En los diez primeros minutos Clin Eastwood nos ofrece en bandeja todo lo que vamos a encontrar en El francotirador: lo mejor, lo peor y el tono.

   Lo mejor: La tensión de las escenas de acción rodadas con músculo y el buen hacer que siempre se le presupone al viejo maestro de San Francisco.

   Lo peor: El maniqueísmo a que reduce la intervención estadounidense en Irak, expuesto en el discurso del padre de Kyle a sus hijos sobre ovejas, lobos y perros pastor.

   Y el tono: La americanada constante será el escenario predominante, con pasajes más propios de un vídeo de reclutamiento de los Marines que de una película de uno de los que es, sin discusión, uno de los grandes cineastas de nuestro tiempo.

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   Precisamente es esa condición la que hace que de una historia sobre las heridas de la guerra -las físicas y especialmente las psicológicas- en manos de Eastwood esperemos mucho más. O al menos algo más que una exaltación patriótica, un duelo de pistoleros con un par de secuencias bélicas vibrantes y unas lágrimas finales para empapar banderas.

   Aunque el proyecto llegara hasta él de rebote, primero estuvo en el redil de Spielberg, en esta historia, la de Chris Kyle y la de como un hombre se convierte en adicto al campo de batalla, esperábamos no solo al Eastwood icono republicano, sino también al director que ha convertido Eastwood en sinónimo de cine sobresaliente.

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