Crítica | El contable: Delirio de otra década

Actualizado: viernes, 21 octubre 2016 18:12

   MADRID, 21 Oct. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -

   Un contable autista que tiene como clientes a algunos de los criminales más peligrosos del planeta. ¿Que cómo consigue sobrevivir tratando con tal selecta y sensible clientela? Fácil. Además de ser un cerebrito, él es una máquina de matar. Él no es otro que Ben Affleck, y este disparatado esbozo de historia son las líneas maestras que conforman el esqueleto argumental de El contable, una desvergonzada película que, entendida -y casi indultada- como ligero producto de acción con decidido espíritu ochentero, puede resultar un entretenimiento vacuo pero totalmente disfrutable.

   Después de una intrascendente parada en el western para sacar adelante La venganza de Jane tras las sucesivas deserciones de directores y reparto que dejaron a Natalie Portman sola ante el peligro, Gavin O'Connor retoma el universo de las complejas y lacerantes relaciones familiares que ya exploró en Cuestión de Honor (2008) o la contundente y más reciente Warrior (2011). Pero en El contable lo hace con un tono y pretensiones radicalmente diferentes a los que mostró en la notable cinta protagonizada por Joel Edgerton y Tom Hardy.

   En este caso es Ben Affleck que, pese a evidenciar sus ya conocidas limitaciones como actor, consigue salvar un trance más exigente de lo que a priori pueda indicar su hierático personaje, el protagonista de esta poco sutil cinta de acción pura y dura que, tras un inicio un poco más contenido, no se molesta en disimular su verdadera naturaleza.

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    Y es que aunque su cuidado envoltorio técnico, su reparto -por ahí andan Anna Kendrick, J.K. Simmons o un genial Jon Bernthal- e incluso su presupuesto lleven empaque de producción de primera fila de Hollywood, la esencia misma de El contable, el descarado sinsentido que propone, casi obliga a considerarla -y para un público muy específico incluso disfrutarla- como un encantador y ruidoso subproducto de género con tiros, héroes imposibles y argumento delirante.

    Uno de esos ahora 'placeres culpables' que fueron tan propios de otra década en cuyo debe queda su demasiado evidente giro final, pero que además de divertir consigue, como ya hiciera por ejemplo Rain Man, presentar el autismo no como discapacidad sino como superpoder... en este caso a tiro limpio.