La autobiografía de Lemmy (Motörhead) retrata a un inadaptado adicto al lado más salvaje del rock

Lemmy Kilmister De Motorhead
Foto: GETTY

MADRID, 13 Jun. (EUROPA PRESS) -

   Lemmy Kilmister (1945) es una leyenda del heavy rock tras cuatro décadas como líder (bajo y voz) y se podría decir que dueño de Motörhead. Pero un día fue un adolescente cuando ni siquiera se había inventado el rock n' roll y hasta le dio tiempo a ver a Buddy Holly en directo.

   Ese bajista que aún hoy toca como si tuviera una guitarra entre las manos, con voz arenosa, que canta alzando el cuello hacia un micrófono siempre por encima de sus cejas, ha publicado 'Lemmy. La autobiografía' (Es Pop Ediciones) a la espera de que su banda publique su nuevo disco Bad Magic el próximo mes de agosto, coincidiendo con sus 40 años en la carretera.

   En este diario pormenorizado de casquería y destape, Lemmy se muestra como un niño irredento, que no piensa hacerse mayor mientras el cuerpo aguante, enfadado con todos aquellos que no valoran en la medida que cree que deben el legado de su banda, y, como cabe esperar, un tanto déspota con todos aquellos que le rodean. "Nunca me ha importado estar solo. A mucha gente le parece raro, yo lo encuentro estupendo", dice sin ambajes.

   Pocos son los piropos que deja caer a lo largo de las páginas, alguno hacia los Beatles ("Nunca volverá haber nada parecido"), a los que contrapone a los Rolling Stones ("siempre fueron una mierda sobre el escenario"), hacia Jimi Hendrix, para el que trabajó en alguna que otra gira, o hacia Sid Vicious, el bajista de Sex Pistols, al que trató de enseñar a tocar sin éxito, pero al que reconoce la mejor estética y la actitud del verdadero movimiento punk.

   Lemmy, que ahora dedica mucha parte de su tiempo a coleccionar todo tipo de material bélico de la Segunda Guerra mundial, una de sus mayores pasiones, ha pasado por todo a lo largo de una vida en la que, eso sí, ha tenido cuanto le ha permitido su tesón.

   La autobiografía hace alarde de su constancia por sacar adelante el proyecto Motörhead, con cambios constantes de formación, lidiando con todo tipo de egos y personajes desequilibrados, con el telón de fondo de las drogas.

   El texto es un vademecum de lo que un artista de rock puede llegar a ingerir durante una gira (porque Lemmy se ha pateado el mundo entero), hasta que un médico le diga, como le pasó al propio Kilmister, que su sangre ya no es humana.

   Y en esa dinámica, el artista tampoco escatima en detalles para contar sus aventuras amorosas, muchas de ellas relatadas desde el púlpito de la 'rock star', y que trata de compensar con una defensa acérrima de las bandas de mujeres del rock n' roll.

    Defensa, eso sí, que combina con un hijo al que abandona y que más tarde conoce en casa de un camello, cuando el chico tiene seis años. Sin acritud y sin disculpas, de hecho años más tarde se irían de correría los dos juntos. "Mantener una relación es fatal para la relación", es otra de sus perlas para los que estén especialmente interesados en este capítulo.

   Sobre su etapa en Hawkind, grupo psicodélico con el que cosechó sus primeros éxitos antes de montar Motörhead (nombre de la última canción que compuso para Hawkind), y del que fue expulsado con la excusa de haber sido detenido por posesión de drogas, Lemmy habla con menos acidez y rencor de lo que cabría esperar.

   Pero del resto del espectro musical, desde las discográficas, hasta ciertos tipos de público, el músico carga con furia. Sólo deja vivos a ciertos personajes y bandas, como Alice Cooper o Metallica, no por su admiración hacia ellos, sino por el reconocimiento que en algún momento hicieran a Motörhead.

   Como no podía ser de otra manera, Lemmy reniega de éxitos aplastantes como Ace of Spades, que tiene que tocar en cada concierto, y como en una constante, parece considerar cada uno de sus discos de fondo de armario un clásico por descubrir.

   "Estoy más que harto de esa canción", dice, para añadir: "No nos fosilizamos después de aquel disco ¿sabes? Hemos sacado unos cuantos buenos álbumes desde entonces".

   En cualquier caso, Lemmy es un tipo en paz con su vida y su pasado, satisfecho con su resistencia ante los vaivenes de su carrera. "No soy capaz de concebir ninguna otra manera de sentirte vivo que no sea tocando con un grupo de rock por todo el mundo", asegura un Lemmy que se reserva las últimas páginas para concluir: "Sé que nunca voy a ser aceptado por el respetable ¡ni siquiera el del rock n' roll! Por eso desde el primer día he sido un outsider. Me parece bien, alguien tiene que serlo".