Actualizado 05/02/2015 17:45

Cambiar la mentalidad, clave para luchar contra la Mutilación Genital Femenina

Práctica De La Mutilación Genital Femenina En Uganda
REUTERS

Mediadoras de Médicos del Mundo afirman que "funciona" el compromiso de no mutilación introducido en España

MADRID, 5 Feb. (EUROPA PRESS) -

La Mutilación Genital Femenina es una práctica arraigada aún en muchas comunidades del mundo, principalmente de países africanos como Malí, Somalia o Etiopía, que cercena los derechos fundamentales de las niñas --se calcula que hay 125 millones de víctimas--, y amenaza su vida, su integridad y su desarrollo, pero combatirla no es sólo cuestión de prohibir y legislar. Cambiar la mentalidad de quienes por tradición, lo perpetúan, es clave.

Lo explican dos mediadoras sociales de Médicos del Mundo en Navarra, Fátima Djarra Sane y Djamila Mamuodou, que en declaraciones a Europa Press cuentan su experiencia personal frente a esta lacra aún arraigada en sus países de origen, Guinea Bissau y Malí, respectivamente, y su trabajo para conseguir que los compatriotas que ahora viven en España contribuyan a erradicar este abuso de niñas y mujeres.

Fátima sabe bien cuáles son las complicaciones de una mutilación genital, pertenece a una etnia en la que aún es costumbre y fue sometida al proceso cuando tenía cuatro años. "En sexto de primaria mi profesor empezó a enseñar el aparato genital y me di cuenta de que yo era diferente, diferente a algunas compañeras que no estaban mutiladas, pero no podía hablar de ello ni preguntar, es un tabú", explica.

Con los años, cayó en la cuenta de que además, no estaba bien, y como no podía hacer campaña en contra por su cuenta, decidió empezar por mentalizar a su propia familia. Averiguó que su madre se había opuesto en un principio, no era de la misma etnia, pero la familia de su padre, donde sí se practicaba de generación en generación, impuso su criterio. Esta es la presión social que mantiene la ablación en muchas familias.

"La sociedad en la que vivíamos entonces no era como para hablar de mutilación o justificar por qué es negativa, era y es algo muy difícil porque toda la familia y toda la comunidad está de acuerdo, así que no puedes decir nada. Yo he intentado hablar con mi familia y ahora, hay algunas sobrinas a las que no les han practicado la ablación por mi resistencia", explica.

El proceso de Djamila Mamuodou fue a la inversa. Es maliense, vive en Pamplona con su marido, refugiado, y tiene dos hijos. No fue mutilada por la férrea oposición de su madre y cuenta que le pasó factura, aunque ahora da gracias. Era de las pocas en el colegio que no habían sido sometidas a ese trance y se preguntaba por qué tenía que ser distinta a las demás.

"Lo sufrí mucho porque nosotros somos del norte donde casi no se practica, pero nací en Bamako, en el sur, y en el colegio las niñas me insultaban con eso, me señalaban por no estar mutilada y decían que estaba impura, así que me sentía menos, incompleta", explica en una entrevista telefónica con Europa Press.

A sus 28 años, recuerda con agradecimiento que sus padres siempre se negaron. "Mi madre decía que no había ningún interés, que eran tonterías, que la religión musulmana no lo dice y ellos, que son una familia conservadora musulmana nos educaron así. En mi familia nunca lo hemos hecho y no veas lo que me alegro", afirma.

"ME ECHABAN DE LAS REUNIONES"

Ni siquiera era consciente de que supusiera un problema y más allá de las campañas de sensibilización del Gobierno de Mali que alguna vez vio en su adolescencia, no fue hasta llegar a España y participar "por casualidad" en una charla de sensibilización, cuando se dio cuenta de lo imprescindible que resulta trabajar por un cambio de mentalidad que acabe con esta práctica cultural.

Aquella charla la impartía Fátima, que llevaba ya un tiempo ejerciendo de mediadora pese a las resistencias que presentaban determinadas personas. "El primer año fue horroroso --explica esta mediadora--, porque hay gente que no te entiende, que cree que los 'blancos' te han comido el coco o que sólo estás por el dinero. Hay hombres que te rechazan y te insultan, a veces me llegaron a echar de las reuniones".

Fátima achaca la resistencia en parte a que en determinadas regiones de África, la población "está acostumbrada a ver que las madres mueren en el parto y las niñas en la mutilación" y "lo ven normal", así que "hay que empezar por enseñarles la diferencia". Con vídeos, fotos, reproducciones de silicona y todo el material que se pueda encontrar, las mediadoras les explican la diferencia entre órganos reproductores sanos y cuerpos cercenados.

"Las mujeres reaccionan mejor, los hombres, la primera vez siempre responden mal y tienen dudas, pero nosotras trabajamos con materiales que impactan para que ellos puedan ver lo que significa y las consecuencias que tienen. Empiezan a pensar y te dan el teléfono de su mujer para que la invites o te piden que la acompañes al centro de salud porque tiene problemas. Se acaban dando cuenta", afirma Fátima.

EL COMPROMISO FUNCIONA

No obstante, las mediadoras ven de todo. Ambas ponen como ejemplo el mismo caso, una familia con una hija que viaja de vacaciones a su país de origen y vuelve con la niña mutilada. "Hablamos con ellos y la mujer no paraba de llorar. Es verdad que ella no lo decidió, fue a su país y su familia dijo que había que hacerlo, se dejó. Tuvo dos hijas más pero con ellas se opuso, dijo que las niñas no se tocaban. Su familia ha tardado años en volver a hablarla", cuenta Djamila.

En su opinión, "el problema es que las madres se ven entre la espada y la pared, su hija o su familia". "No hay ninguna libertad individual, la familia es la familia y cuando tu hija sale de tu vientre ya no es tuya, sino de todos. Por eso es muy difícil oponerse", afirma.

Fátima destaca en este sentido que el Protocolo de Prevención de la Mutilación Genital Femenina aprobado por el Ministerio de Sanidad, ayuda, porque obliga a los padres a firmar un compromiso por escrito de que no mutilarán a sus hijas durante un viaje al extranjero y lo suscriben tras ser puestos al corriente tanto de las consecuencias para la niña a todos los niveles como de las repercusiones legales que tendrán ellos como sus tutores en España.

"El compromiso funciona porque allí saben que los inmigrantes trabajamos para ayudar a la familia enviando remesas. Si tu vas con ese compromiso y les explicas que si regresas con la niña mutilada vas a ir a la cárcel y te van a quitar a la niña, les haces ver que no vas a poder mantenerles. Se asustan, porque su hijo, hija, yerno o nuera puede acabar en la cárcel y la niña en una casa de acogida y se sienten culpables por provocar esa situación, así que se lo piensan dos veces", explica Fátima.

Dice que es "una buena estrategia", que las dos familias que se lo han pedido y han viajado a su país con el documento firmado y traducido al idioma local, han vuelto con las niñas sanas. "Está muy bien y además, todo el trabajo que hacemos aquí con ellos en España ayuda mucho porque la gente va transmitiendo lo que aprenden cuando van con su familia. Sufren presiones sí, pero resisten. Rechazan ese daño que han sufrido", añade.

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