Publicado 07/06/2016 11:54

"Agricultura social: un aula de educación y salud". Por Ricardo Colmenares, director de Fundación Triodos

Ricardo Colmenares, director de Fundación Triodos
TRIODOS

El rápido desarrollo tecnológico de estos tiempos no ha sido ajeno a la industrialización de la agricultura, con sus riesgos de contaminación asociados, amenazando vaciar nuestros paisajes agrarios de animales e incluso de seres humanos. Las áreas protegidas que incluyen paisajes culturales de gran belleza han sido una excepción en esta corriente, que como en cualquier otra área industrial de nuestro entorno, no ha sido pensada para el ocio y el entretenimiento o la educación ambiental de los ciudadanos.

Contra esta tendencia a expulsar al ser humano del entorno natural, en aras de darle un mejor uso en términos de aprovechamiento general, ha surgido una contracorriente que impulsa establecer puentes para lo contrario: cuanta más gente tenga contacto con el mundo natural, mayor salud social. En términos generales, esta corriente se conoce mayoritariamente como agricultura social.

Surge a partir de la industrialización de la agricultura después de la Segunda Guerra Mundial, que hizo desaparecer el entramado existente en el medio rural donde los servicios socio sanitarios tradicionales se encontraban integrados con el resto de los servicios en dichas comunidades. A partir de los años 60 del siglo XX, empiezan a surgir estas iniciativas privadas pioneras, que en los 80 ya tenían carácter de redes en países más avanzados como Holanda, Bélgica, Francia e Italia. En España este enfoque social de la agricultura tiene una mayor implantación y estructuración en Cataluña, donde ya existen redes de apoyo dentro de este colectivo.

Los promotores de esta corriente vienen desde distintas áreas de actividad y conocimientos, pero particularmente dos: el sector socio sanitario, que incluye la educación; y la agricultura concebida como actividad multifuncional, principalmente la agricultura familiar. Ambos coinciden en reconocer la gran capacidad terapéutica que tiene el contacto con la naturaleza para los seres humanos a nivel individual, estén sanos o enfermos, y a nivel social, como lugar de encuentro y crisol para el estrechamiento de vínculos genuinamente humanos: cooperación, cuidado mutuo y respeto. La Naturaleza se convierte así en una maestra que educa.

La agricultura social genera iniciativas tanto educativas como formativas, de inserción laboral, inclusión social o mejora de la salud física y mental de las personas a través del trabajo agrario. También permite generar una economía local que favorece el desarrollo rural y teje vínculos entre personas ahora aisladas en el medio rural, así como de estas con el medio urbano a través del intercambio de servicios y productos.

Algunas empresas son referentes en este enfoque de agricultura social. Casa Grande de Xanceda, que produce leche y productos lácteos ecológicos, tiene siempre abiertas al público sus puertas en Mesía, A Coruña, con visitas educativas de colegios, asociaciones y particulares. O la empresa Riet Vell, que produce arroz ecológico en el Delta del Ebro y desarrolla programas de uso público y educación ambiental para que los valores medioambientales y culturales del entorno puedan ser conocidos otra vez por la gente local y de las ciudades.

La agricultura social también tiene una vertiente más asistencial que integra personas con discapacidades físicas, mentales o emocionales; iniciativas que ofrecen actividades para los que sufren riesgo de exclusión, para jóvenes con desordenes de conducta o para los que tienen dificultades de aprendizaje, drogodependientes, desempleados de larga duración pero todavía en edad de trabajar; colectivos de mujeres con necesidades de apoyo para su empoderamiento Los valores que se cultivan en la agricultura social, incluyen la prevención de enfermedades, la inclusión y una mayor calidad de vida. La Fundació MAP de Girona, que forma a personas con discapacidad para que sean profesores de horticultura en los colegios de la zona, es un buen ejemplo de iniciativa en este sentido. O la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona, que en su proyecto de huertos sociales invita a encontrarse a la comunidad educativa del campus con personas de colectivos en riesgo de exclusión del entorno. Un tercer ejemplo, en Madrid, es el del proyecto de huerto terapéutico de APADEMA (Asociación para la promoción y atención al discapacitado intelectual adulto), como parte de la terapia ocupacional que ofrecen a 72 usuarias con discapacidad intelectual.

Para dar mayor visibilidad a estas iniciativas, la tercera edición del Premio Nacional de Huertos Educativos Ecológicos, actualmente en vigor, incluye este año una nueva categoría de agricultura social. De esta forma, además de promover que en cada escuela haya un huerto para facilitar una educación humanista, se busca impulsar que cada finca agrícola se convierta en una "escuela" en sí misma, un lugar donde los habitantes de las ciudades puedan conocer las virtudes sanadoras del trabajo agrícola al lado del agricultor.

Ricardo Colmenares es director de Fundación Triodos ('https://www.fundaciontriodos.es/es/triodos/') y promotor de 'Huertoseducativos.org'.