Publicado 01/03/2016 11:20

"Las gafas de la discriminación". Por Almudena Martorell, presidenta de la Fundación Carmen Pardo-Valcarce

Almudena Martorell, presidenta de la Fundación Carmen Pardo-Valcarce
FUNDACIÓN CARMEN PARDO-VALCARCE

La discriminación provoca que sólo 4 de cada 10 personas con discapacidad se planteen el empleo como una opción vital.

La incorporación de la mujer al mercado laboral fue probablemente una de las principales claves del Estado de bienestar, al incrementar el grupo de población en edad y disposición de trabajar. Antes de esto, sólo los varones sostenían con su actividad a mujeres, niños, mayores, discapacitados... Con la afortunada irrupción de la mujer en el mundo del trabajo, la base de esta estructura se duplica y, por consiguiente, se reduce proporcionalmente el peso que cada trabajador soporta. Detrás de todo este giro espectacular que nos hace poder despegar, está la no discriminación.

Es con los ojos de la discriminación con los que se ha visto durante demasiado tiempo a las mujeres, un grupo de personas al que únicamente se les reconocía capacidad para el cuidado de la casa y los niños. No para gestionar su dinero; no para estudiar; no para votar. Pero las gafas de la discriminación no sólo marginaban a las mujeres. También servían para establecer diferencias intolerables con gentes de otras razas y religiones o "diferente" orientación sexual. En definitiva, con todo aquél que no compartía los usos y costumbres de la mayoría reinante.

(Desde mi experiencia en el trato cotidiano con personas con discapacidad, les confieso un secreto: lo que les damos nos lo devuelven multiplicado exponencialmente).

En el caso concreto de la discapacidad, la tasa de actividad es de un 38%. Es decir, de aquellos en edad de trabajar, sólo 4 de cada 10 se plantean el empleo como una opción vital. Detrás de esa cifra, está la discriminación; los prejuicios y la escasa predisposición a favorecer la integración de personas perfectamente capaces de realizar, a poco que se les ayude, un trabajo con total normalidad: las gafas de la discriminación, cuya peculiaridad más relevante es que convierten en realidad lo que miran, como poderosos pigmaliones. Un sistema que te observa como inútil, raro y no válido, te convierte en eso. Y tiene que pasar mucho tiempo, y cambiar muchas cosas, para romper esa profecía autocumplida.

Con la discapacidad ocurre lo mismo que en el pasado las mujeres, que ni trabajábamos, ni estudiábamos, ni votábamos cumpliendo así con la visión que de nosotras se tenía (Mientras trabajo con las personas con discapacidad intelectual muchas veces me pregunto sobre cuánto de su no ser productivos, o de no poder gobernar sus vidas sin apoyo de terceros, o de no poder gestionar su patrimonio, reside en ellos o en los ojos con los que los miramos).

Desde una perspectiva de derechos, esos grupos a los que miramos a través de las gafas de la discriminación quieren participar como uno más. Quieren participar de lo laboral, de lo cultural, de estudios, del ocio, verse reflejados en las películas, en las fotos de los anuncios, en los cuentos, en las oportunidades... Pero muchos no queremos que entren en nuestro mundo, en nuestro club de gente "normal", sin darnos cuenta de que sería infinitamente más valioso y completo por cuanto se vería enriquecido por una realidad para muchos desconocida.

Desde mi experiencia en el trato cotidiano con personas con discapacidad, les confieso un secreto: lo que les damos nos lo devuelven multiplicado exponencialmente. Cada vez que nos hemos deshecho de las gafas de la discriminación, como sucediera con las mujeres, hemos descubierto tesoros ocultos, mejorado nuestro bienestar y ganado en comprensión de la complejidad. Hoy es el día de la discriminación cero. Un gran día para todos.

Almudena Martorell es psicóloga y presidenta de la Fundación Carmen Pardo-Valcarce ('http://pardo-valcarce.com/'), que se ocupa de las personas con discapacidad intelectual.