El lucrativo negocio de los refugiados sirios para los libaneses

Refugiados sirios en Líbano
Foto: ROCÍO MARTÍNEZ / EUROPA PRESS
     
Actualizado: jueves, 19 marzo 2015 8:08

Viven de la ayuda humanitaria y lo invierten todo en chabolas de las que pueden ser expulsados en cualquier momento

   ZAHLE (LÍBANO), 19 Mar. (De la enviada especial de Europa Press, Rocío Martínez Posada) -

    Los refugiados sirios se han convertido en una mercancía para los países de acogida. En Líbano viven con el estigma del extranjero pobre, alejados de la red de bienestar social --tejida a base de hospitales y colegios--, pero esta ceguera generalizada, que alcanza al Gobierno de Beirut, no ha impedido que algunos vean una oportunidad de negocio en la miseria.

   Unas 600 personas viven en el asentamiento ilegal de Ghazi 5, en Zahle, en el valle de la Bekaa. No gozan del estatus oficial de refugiado porque Líbano no ha suscrito la Convención de Ginebra de 1951, así que se agrupan en campamentos informales que levantan sobre terrenos privados donde deben pagar absolutamente por todo.

    Omar es el shawish, la máxima autoridad de Ghazi, porque fue el primero en llegar. "Durante los últimos 20 años he estado trabajando entre Siria y Líbano, en las granjas que tenía en los dos países", explica. Con el estallido de la guerra civil, hace cuatro años, decidió quedarse en Zahle. "Ahora trabajo en las granjas de otros", señala.

   Cuando llegó a Líbano se instaló en el fértil valle de la Bekaa, en un terreno de 14.000 metros cuadrados. "El dueño me dejó quedarme a cambio de que alquilara todo", recuerda. En total, debe pagar 28.000 dólares al año que consigue con su propio trabajo y cobrando para el "casero" 300 dólares de renta anual a las familias que viven en Ghazi, algo por lo que los shawis suelen llevarse una comisión, aunque él asegura que no es su caso.

   De los 14.000 metros cuadrados de terreno, los refugiados sirios solamente ocupan 8.000 con las tiendas de campaña en las que malviven. Los 6.000 restantes están libres, porque no hay tantas familias y cualquier otro uso -para granja, cultivos o escuela-- requeriría recursos inalcanzables, pero Omar debe pagar igualmente por ellos.

   "Para los dueños de las tierras, los refugiados sirios son un gran negocio. Con solo 50 tiendas y un alquiler anual de 300 dólares (que es lo mínimo), tienen un beneficio de 15.000 dólares, mientras que cuando explotaban estas tierras con granjas o cultivos conseguían entre 3.000 y 4.000 dólares", explica un cooperante de Acción Contra el Hambre (ACH).

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'BOOM' DEL LADRILLO

   El negocio no se limita al alquiler de los terrenos. Los refugiados sirios no disponen ni de la experiencia ni de los materiales necesarios para construir las chabolas, por lo que acuden sin remedio a los obreros libaneses, en un contexto de gran inflación por el auge de la demanda que han provocado los recién llegados.

   Los sirios necesitan cemento para construir el suelo, tablones de madera para edificar la estructura y lonas de plástico para cubrir la tienda. "El 25 por ciento de estos materiales llegan a través de las ONG, pero el 75 por ciento restante tenemos que costearlos nosotros", detalla Omar. El precio de estos materiales en el mercado local oscila entre 200 y 300 dólares.

   El exorbitado coste de los insumos básicos hace que los refugiados ahorren en mano de obra. En el vecino campamento de Ghazni 9, un grupo de vecinos se afana por levantar una decena de tiendas para 80 nuevas personas. Entre ellos, un niño de año y medio que, sentado en el barro, golpea un tornillo oxidado sobre un tablón astillado. Apenas tiene fuerza para sostener el martillo.

   Además, los asentamientos ilegales requieren una infraestructura mínima, especialmente en la Bekaa, una hondonada entre montañas que sufre tanto las nevadas como el deshielo. Los dueños de la tierra les obligan a empedrar el campo para evitar que aquello se convierta en un lodazal, pero no corren con ninguno de los gastos.

   El principal problema, sin embargo, es el agua. "Necesitamos agua, el agua es vida", reclama Omar. ONG como ACH cavan pozos y construyen la red de suministro de agua en los campamentos de refugiados, pero lo hacen con los estándares internacionales, que "no son suficientes", especialmente en verano, cuando la demanda es mayor.

   Todo ello tiene claras repercusiones en la higiene y, por ende, en la salud. "Cada letrina cuesta 10 dólares", señala Omar para explicar que no todas las tiendas tienen una, ni siquiera algunos asentamientos ilegales. "Nosotros les insistimos en que deben lavarse al menos una vez a la semana, y ellos lo hacen cuando pueden, pero a veces no hay agua suficiente", añade el cooperante de ACH.

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ENDEUDADOS PARA EL FUTURO

   Omar es un afortunado, y lo sabe. "Gracias a Dios, tengo trabajo, pero hay gente que no tiene esa opción", lamenta. Su salario como temporero en el campo libanés le permite pagar una tienda de 80 metros cuadrados, donde vive con sus cinco hijas y su mujer, que está embarazada y espera gemelas. Por este hogar privilegiado paga 1.800 dólares anuales.

   "Aquí solo trabajan unas 100 personas", cuenta Omar, que gracias a sus vínculos con los campesinos locales consigue que contraten a algunos de sus vecinos de Ghazi. "Pero solo durante el buen tiempo, porque en invierno es imposible, no hay oportunidades de trabajo" para los refugiados sirios, subraya.

   Y eso son las familias que tienen jóvenes capaces de soportar las duras condiciones de trabajo en estas tierras. "Hay muchas familias que solo tienen ancianos o niños y mujeres embarazadas. No pueden pagar el alquiler", explica el shawish. En este caso, sobreviven gracias a la solidaridad de sus vecinos, con quienes se endeudan año tras año. "Para ellos es una humillación", dice Omar.

   Los más vulnerables reciben 19 dólares al mes por persona para necesidades básicas. Naciones Unidas pone el dinero y las ONG que trabajan 'in situ', como ACH, seleccionan a los beneficiarios y controlan su gasto. "El objetivo es que las familias compren en tiendas locales para, de esta forma, mejorar los vínculos con la población libanesa", aclara Iñaki Sainz, de ACH.

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UN VIAJE CONSTANTE

   A pesar de los esfuerzos para hacerse con una pequeña chabola, toda la inversión puede perderse en segundos. "Tenemos 80 personas que acaban de llegar de otro campamento. El dueño les dio tres días para irse de allí porque quería dar otro uso a la tierra", cuenta Jaled, el shawish de Ghazi 9, que acoge a 600 sirios.

   Shafa y su familia son parte de los afectados. Shafa dio a luz hace cinco días en un hospital de la zona que le cobró 200 dólares por la cesárea. Dos días después tuvo que emprender el camino hacia Ghazi 9. "El dueño nos dijo que nos teníamos que ir porque iban a construir un edificio en nuestro campamento", dice su marido, Jaled.

   Hace siete meses que llegaron de Hama. Desde entonces están sin trabajar porque Jaled tiene un problema de espalda que se lo impide. Solo viven de los 19 dólares mensuales de la ayuda humanitaria. El alquiler de la nueva tienda les costará casi 800 dólares al año y la construcción 600. "No podemos estar felices. Lo hemos perdido todo dos veces", cuenta Jaled mientras Shafa amamanta a Affaz.

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SEÑORES FEUDALES

   Samara tiene año y medio y malnutrición moderada. Recibirá el alimento necesario hasta que llegue a niveles normales gracias a las ONG. Después, sus padres, a los que la ONU no ha dejado registrarse como refugiados, serán los únicos responsables de la comida que reciba esta niña durante su estancia en Líbano.

   Mientras Samara llora desesperadamente, porque no conoce a los cooperantes de ACH que la miden con cuidado sus pequeños brazos y piernas, un hombre malencarado irrumpe en la tienda. Es Musa, un libanés que posee unas 15 chabolas en sus terrenos de Anjar, también en la Bekaa, por las que cobra 50 dólares al mes.

   Quiere que le paguen los cuatro meses de alquiler que debe la familia de Samara. Sus padres, Ahmad y Elham, explican que no pueden hacerlo. Llegaron hace cuatro años a Líbano procedentes de Damasco y ni siquiera pueden costear la operación de corazón que necesita la pequeña.

   “No he echado a nadie de mis tierras, tengo paciencia. Sé que me acabarán pagando”, asegura Musa. Antes de la guerra, usaba sus tierras como pasto para el ganado de los granjeros de Anjar, con lo que ganaba 5.000 dólares al año. Ahora, aunque soporta una deuda de 4.000 dólares por los impagos, consigue 2.000 dólares al mes de los refugiados. “Estoy feliz con que estén aquí”, afirma sin pudor.

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