Publicado 24/06/2017 08:00

Fermín Bocos.- Era una buena idea.

MADRID, 24 Jun. (OTR/PRESS) -

Nuestro Parlamento es con demasiada frecuencia un "Leimento". El grueso de sus señorías, no todos, afortunadamente, acostumbran a tirarse el folio -nunca mejor dicho- que traen escrito desde casa. Son pocos los oradores y menos aún los buenos oradores. En el principio fue el Verbo, ahora es la imagen. En un Parlamento -el mismo nombre de la institución nos pone en la pista de lo que debería ser-, nada debería reemplazar a la palabra. Durante los días germinales de la Transición tuvimos la suerte de asistir a sesiones parlamentarias memorables. Algunos políticos parecían haber heredado el testigo del arte de la oratoria de los grandes tribunos de la II República y aún de más atrás. En ocasiones, el eco de los grandes discursos de Castelar, Cristino Martos, Cánovas del Castillo, Romero Robledo, Gil Robles o Manuel Azaña parecía reverberar en la intervenciones de algunos de los nuevos diputados. Desde Felipe González, Miquel Roca, Solé Barberá o Manuel Fraga pasando por José Carlos Mauricio, Ramón Tamames, Juan de Dios Ramírez Heredia, Miguel Herrero de Miñón, o aquel trueno canario que se llamó Fernando Sagaseta. Diputados hubo que hablaban horas y horas sin acudir a la muleta del papel, sin una nota. Íbamos al Congreso a escuchar, a aprender. Después las cosas cambiaron.

La costumbre de repartir entre los periodistas una copia de los discursos antes de subir a la tribuna de oradores fue la confesión de que el parlamentarismo había cedido pie ante el utilitarismo. Lo práctico era asegurar la crónica de agencia y la entrada en el telediario. El arte de la elocuencia -tan encomiado en el Mundo Clásico- había perdido crédito. Los malos oradores, protagonistas en ocasiones de intervenciones cansinas, ganaban la batalla. Otra degradación fue el ir poco a poco reduciendo las intervenciones a una gavilla de titulares.

Todo esto tiene razón de actualidad en el rechazo a una propuesta de IU (Alberto Garzón) que pretendía modificar el Reglamento de la Cámara para que: "Los discursos se pronunciarán personalmente y de viva voz, es decir, no podrán en ningún caso ser leídos, aunque será admisible la utilización de nota auxiliares". Era un buena idea. Pero ha sido rechazada. Lástima.