Actualizado 19/08/2018 08:00

Siete días trepidantes.- Laura Masvidal, ante el Rey

MADRID, 19 Ago. (OTR/PRESS) -

Quizá no se haya reparado suficientemente en ello: el president de la Generalitat, Quim Torra --apretón de manos con el Rey, mirándose a los ojos, sin sonrisas por supuesto--, acudió a la ceremonia en la plaza de Catalunya para homenajear a las víctimas del atentado yihadista hace un año en La Rambla y en Cambrils acompañado de Laura Masvidal. Sin lazo amarillo en la solapa, pero sí con una chapa en la que podía verse el retrato del marido de la señora Masvidal. O sea, el ex conseller de Interior Joaquim Forn, en prisión preventiva desde noviembre por su presunta participación en el intento de golpe de Estado secesionista.

Quisieron, creo que sin razón, las crónicas del separatismo ver que el Monarca se quedó mudo ante la presencia de la señora Masvidal, quien habría recordado al Rey que no era ella, sino su marido, al que este viernes se quiso homenajear por la actuación de los 'Mossos' ese día de tragedia más aún que a las víctimas, quien tendría que haber estado allí, ocupando la fila de las autoridades. Una fila en la que las negociaciones del protocolo, difíciles, intensas, trataron de no aproximar demasiado al jefe del Estado y al president de la Generalitat. Para evitar que se repitiesen, sin duda, los actos de descortesía con el Monarca, como el del vicepresidente del Parlament, Josep Costa, quien se negó a darle la mano. Algún día, sin duda, habrá que hacer la 'intracrónica' de lo que fue un acto de homenaje a las víctimas que, pancartas y algún conato de incidente aparte, resultó bastante sereno.

Los independentistas buscaron, sin duda, evidenciar su ausencia por la mañana: ya se lo cobrarían por la tarde, ante la prisión de Lledoners, en Sant Joan de Vilatorrada. Allí se congregaron algunos miles para exigir la libertad de Forn y de Oriol Junqueras, que también recibían, dicho sea de paso, un clandestino homenaje en el interior de la cárcel, donde están beneficiándose, dicen, de un espléndido tratamiento.

Forn se convertía así en protagonista, quizá involuntario, de la 'jornada política', pese a su expresado deseo, compartido con el ex mayor de los Mossos Josep Lluis Trapero, de que nadie le utilizase en un día que debería haber correspondido en exclusiva a las víctimas. Y es que, aseguran, ambos están hartos. Tan hartos que, al menos el primero, ha asegurado al juez Llarena, a quien inútilmente han pedido la excarcelación de Forn desde varios estamentos, incluyendo al anterior fiscal general del Estado, que no piensa seguir en política. Todo en vano, porque Llarena ha decidido, hasta ahora, mantener en prisión a Forn. Y a Junqueras, por supuesto.

Claro, un intento de golpe de Estado, en el que sin duda habría participado Forn, responsable de la actuación sectaria de los Mossos el pasado mes de octubre, tiene que tener una calificación penal --llámese sedición o, más polémico, rebelión-- y el correspondiente castigo. Pero eso debería ser tras el juicio y la sentencia definitiva, no con una prisión provisional que, a juicio de este cronista --y de muchos más, entre los que se cuentan varios miembros del Gobierno central y la propia delegada del Ejecutivo en Cataluña, Teresa Cunillera--, ya se va prolongando demasiado. Sobre todo, en casos como el de Forn, cuya puesta en libertad (provisional) se ha pedido desde la Fiscalía por 'razones humanitarias', acerca de las cuales he escuchado bastantes rumores y tengo pocas certezas.

Y, desde luego, convertir a Forn o a Oriol Junqueras en un 'Mandela catalán' es un riesgo que se bordeó el viernes por la tarde en Lledoners, y que algunos secesionistas jaleaban sin pudor en las últimas horas, pese a que nada tenga que ver el caso del admirable pacifista sudafricano con el tema que nos ocupa. La propia señora Masvidal, en ese acto vespertino, que sin duda era, de la mano inexperta de Torra, todo un desafío al Estado, lanzó su propia proclama, desoyendo seguramente los deseos expresados por su marido.

Y así hemos quedado, con las espadas en alto tras una jornada, la del viernes, agridulce y que marca el regreso hacia un otoño políticamente caliente, con una Diada en perspectiva que será lo que ha sido siempre, pero esta vez con muchos, muchos, lazos amarillos. Porque los presos, políticos presos para nosotros, presos políticos para ellos, siguen siendo, mucho más que 'el huído', el gran problema que obstaculiza el diálogo que, desesperadamente tal vez, quisiera iniciar Pedro Sánchez. Incluso sabiendo de sus posibilidades de derrota con el fanatismo irreflexivo que hoy está representado nada menos que en el Palau de la Generalitat por alguien que quiere lucir el título de molt honorable y que, hasta ahora, no lo ha merecido. Nunca merecen títulos de honor quienes propician los choques de trenes que van llenos de pasajeros.

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