Actualizado 22/03/2018 08:00

Francisco Muro de Iscar.- ¿Sustituirán las máquinas a los votantes?

MADRID, 22 Mar. (OTR/PRESS) -

El reciente y todavía emergente escándalo de Facebook no sólo puede producir el abandono temporal -acabarán cayendo en otras- de millones de ciudadanos de Facebook y de otras redes sociales sino el desplome y tal vez la quiebra de algunas de estas empresas. Esto no ha hecho más que empezar. Ya hay quien pide "eliminar" Facebook y muchos se están dando de baja de otras redes sociales bien por el asalto a la privacidad que suponen, bien porque muchas veces se convierten en campos de batalla, en lugares de agresión sin responsabilidad. Pero, además de escandalizarnos por el hecho de que alguien haya puesto en manos de otros datos sensibles y privados de 50 millones de usuarios y que esa información adecuadamente utilizada haya podido ayudar a Donald Trump y su equipo a orientar el voto para ganar las pasadas elecciones, el problema es otro. O mejor hay muchos más problemas que exigen una respuesta de los legisladores y de los políticos y una actitud diferente por parte de los usuarios.

En este terreno, casi todos, incluidos los legisladores, somos analfabetos. Pero, además, actuamos de forma inconsciente, sin pensar ni un solo segundo, las consecuencias que van a tener nuestras decisiones de subir a las redes una foto, de hacer una transacción, de comprar determinadas cosas. Nunca como ahora hemos abierto de par en par las ventanas de nuestra intimidad y hemos expuesto todo lo que somos y hacemos al conocimiento público... de algunos, de unos pocos, de los que sí saben. Hay un problema de fondo, de regulación del uso de estos datos. Y ahí, siempre la realidad, la innovación, las nuevas tecnologías irán por delante del derecho, de la regulación, del control. Pero aun así vamos a necesitar -y deberíamos exigirlo- leyes ágiles para el control de conductas alegales y peligrosas. Pero también deberíamos enseñar a los niños y adolescentes (y a sus padres), los riesgos de renunciar voluntariamente a la privacidad. Casi todos los datos que tiene Facebook y que alguien ha usado ilegalmente, los hemos subido nosotros a la red sin cautela alguna. Facebook compró WhatsApp en 2014 por 16.000 millones de dólares y este grave error le ha costado ya en Bolsa nada menos que 50.000 millones, además de la multa que previsiblemente le impongan autoridades de Estados Unidos o de la Unión Europea. Hablamos de miles de millones como si fueran céntimos. El poder no está hoy en los políticos sino en las empresas tecnológicas, en el manejo del bigdata, en el uso, correcto o no, de todo lo que ponemos nosotros sin medida y sin pudor en las redes. Ya casi no se necesitan analistas humanos, porque las máquinas pueden hacerlo. Pero siempre habrá alguien detrás que decida qué se puede hacer con esos millones de datos para cambiar el curso de la economía o de la política. Y si pueden, lo harán.

Si no se consigue imponer un código de conducta que pueda ser aplicado en todo el mundo a las empresas tecnológicas y que sea revisable periódicamente, los riesgos pueden ser más altos que las oportunidades y algún gobernante propondrá algún día que se metan todos los datos conocidos de todos los ciudadanos y las máquinas decidan, mediante algoritmos, quien gobierna. Yo apuesto por la innovación y por las redes sociales, entre otras cosas porque este cambio es imparable. Pero la responsabilidad y la exigencia de medidas nos competen a cada uno.

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