Publicado 27/09/2016 10:08

Cerca de 50 millones de personas padecen epilepsia en el mundo

Foto tribuna Fernando Sanjuan
CEDIDA

Por Fernando Sanjuán, neurocavis, MADRID, 27 Sep. (OTR/PRESS) -

Alrededor de 50 millones de personas padecen de epilepsia en el mundo, y casi el 80% viven en países de rentas medias y bajas. Probablemente, el mayor riesgo de infecciones cerebrales, accidentes de tráfico y complicaciones en el parto propician esta situación.

Las cifras de la epilepsia en España son difíciles de concretar por el mal concepto que, de forma general e inmemorial, de ella se tiene y, por ende, la tendencia al ocultamiento sistemático, personal y familiar, de quien la padece.

Los datos más fiables de los que disponemos en nuestro país, nos conducen al padecimiento de más de 400.000 personas, siendo de nueva aparición entre 12.500 y 22.000, los casos anuales.

Las estimaciones sobre el impacto económico son de dudosa confianza por la versatilidad de la enfermedad. Algunos datos orientativos de la epilepsia, apuntan hacia un 38% de repercusión en la economía familiar; el 33% de necesidades de un cuidador; el 45% de reducción de la jornada laboral y el 33% de bajas entre 5 y 7meses. El gasto mensual medio soportado por el bolsillo de cada paciente es de unos 260€, que corresponde al gasto farmacéutico y al del cuidador.

La epilepsia (E) es un trastorno del sistema nervioso central (SNC) en el que la actividad de las neuronas se altera provocando convulsiones o lapsos de comportamiento anormal, sensaciones, y en raras ocasiones pérdida de conocimiento. Su mayor incidencia se produce en los niños y en los ancianos.

Las convulsiones y la enfermedad epiléptica no son lo mismo. Una convulsión es un acontecimiento que ocurre de forma transitoria, mientras que la (E) es una enfermedad heterogénea y duradera que provoca los ataques epilépticos, con repercusión y consecuencias neurobiológicas, psicológicas, cognitivas y sociales.

Creíamos que la (E) era un trastorno en el que sólo una pequeña parte del cerebro era anormal, y de ahí procedían los ataques. Lo que ahora sabemos es que, en realidad, todas las áreas del cerebro se ven afectadas en las personas con epilepsia.

De forma general, aunque con ciertas peculiaridades, se acepta que para padecer epilepsia se precisa haber presentado dos ataques no provocados con más de 24 horas de diferencia.

La mayoría de las convulsiones de la infancia son benignas y desaparecen con la edad sin dejar secuelas.

Las convulsiones generan el 13% de las urgencias hospitalarias, y causan 35 ingresos por cada 100.000 habitantes y año. Generan ansiedad en el 54% de los casos y depresión en el 32%. Estadísticamente, padecer epilepsia aumenta el riesgo de mortalidad en dos veces y media, muchas veces de forma inexplicable.

No todas las crisis epilépticas tienen las mismas características y de ahí la necesidad de diferenciarlas y reconocerlas. Las más frecuentes son: focales simples, tónico-clónicas generalizadas, focales complejas, ausencias y mioclónicas.

El diagnóstico es clínico, y se verifica a través de familiares, amigos o acompañantes cuando se lo relatan al médico. Sin embargo, pueden crearle al especialista verdaderas dificultades, particularmente si no existen testigos presenciales, se trata de una primera ocasión, o la información es incompleta.

El registro de las ondas cerebrales mediante la práctica de un electroencéfalograma (EEG), o vídeo-EEG, suele poner de manifiesto, supuestamente, el lugar o, foco, donde se origina la crisis.
En la actualidad, además, es impositivo realizar una prueba de imagen cerebral, preferiblemente una Resonancia Magnética, para descartar la existencia de traumatismos, tumores, hemorragias, malformaciones, etc.
Una vez que se diagnostica la epilepsia, es importante comenzar el tratamiento tan pronto como sea posible, y muy recomendable ponerse en manos de un especialista entrenado específicamente.

El control de la enfermedad epiléptica se alcanza mediante la medicación diaria en el 70% de los casos. En un 30% no se consigue el bloqueo total de las crisis, aún a pesar de la utilización de más de un fármaco. En estas circunstancias, se tilda a la epilepsia de fármacoresistente, y se hace necesario explorar otras alternativas como la dieta cetógena, estimuladores del nervio vago en su trayecto cervical, o recurrir a la implantación de electrodos en la profundidad del cerebro.

Los fármacos conllevan efectos secundarios, como somnolencia, falta de concentración o disminución de la atención, causando en las personas tristeza, inseguridad y desánimo que conduce al aislamiento social, incluso familiar.

Los investigadores se afanan en descubrir las causas que subyacen en las epilepsias de niños, adultos y ancianos. Los estudios se centran en nuevos sistemas de modelos que se pueden utilizar para detectar con mayor prontitud la enfermedad. Trabajan en la identificación de genes, o de otra información genética que oriente hacia los fármacos más convenientes, y en la prevención de las complicaciones. Así mismo, en la medida que intervienen los neurotransmisores. En cómo las células "no neuronales" participan e influyen en las convulsiones. Sin olvidar, el continuo desarrollo de las técnicas de Resonancia Magnética y otros escáneres cerebrales. Conspicuos científicos abordan estudios orientados hacia la prevención de las crisis y el rol de la inflamación en la epilepsia.