Monte Athos: En las entrañas de la Montaña Sagrada

Monasterio del Monte Athos
JAVIER CARRIÓN Y TURISMO DE MACEDONIA
Actualizado: martes, 25 enero 2011 13:07

ATENAS, 25 Ene. (EUROPA PRESS - Javier Carrión) -

¿Se imaginan un lugar en la vieja Europa sin carreteras, hoteles, radio o televisión donde la presencia de la mujer está prohibida? Ese lugar existe en el norte de Grecia, sueño vacacional para muchos y centro de oración y búsqueda de Dios para otros, los 1.600 monjes que viven en el Monte Athos, la "Montaña Sagrada" que preside el águila bicéfala de Bizancio.

Inicié mi viaje a "Ágion Oros" (Monte Athos) llamado por la curiosidad y el objetivo de descubrir las claves de esta hermética península griega "reñida con el progreso" y heredera del Imperio Bizantino que fue abatido tras la toma de Constantinopla por los turcos en 1453.

Una parte de ese imperio sobrevive milagrosamente, más de diez siglos después de su levantamiento, en este bello rincón del Mar Egeo: La pata más oriental de las tres que dibujan la península calcídica. Allí se erige hoy la última república monástica autónoma del mundo con sus 20 monasterios ortodoxos y la única presencia femenina de la Virgen María, la "Señora" en este llamado "jardín de Athos".

No es nada fácil penetrar físicamente en esta península de escarpadas gargantas y verdes valles donde crecen olivos, vides, nogales y madroños en estado salvaje. Sus 56 kilómetros de largo por 6-12 de ancho constituyen un imponente obstáculo natural sin vías de comunicación organizadas que le separa de la región griega de Macedonia.

Se necesita una autorización para viajar a este Monte Santo que se llama "diamonitiron" y solo se obtiene una vez que las autoridades religiosas de Tesalonica y las políticas del Gobierno de Macedonia dan el visto bueno. Antes hay que explicar las razones de la visita que nunca pueden ser meramente turísticas.

Con el documento firmado en el bolsillo soy oficialmente uno de los diez peregrinos no ortodoxos que pueden acceder diariamente y recorrer esta república religiosa durante cuatro jornadas.

Los fieles ortodoxos tienen lógicamente más facilidades y pueden alcanzar el centenar al día. A los monjes se les pide que acojan con hospitalidad al viajero o peregrino y permita ver los tesoros de la Montaña Sagrada.

Comida y cama forman parte de este paquete austero que sirve para ver de cerca la increíble vida de estos "monjes" (literalmente "solitarios, alejados de las mujeres") entregados a la búsqueda de Dios con una expresa renuncia al mundo exterior.

El procedimiento habitual para llegar a Athos es en barco. Los más grandes navegan paralelamente a la costa y trasladan a los turistas que sólo pueden captar imágenes exteriores de estos monasterios.

La panorámica impacta pues estas auténticas fortalezas que surgieron en los primeros siglos del Imperio Romano de Oriente eran inexpugnables con sus altas torres y así pudieron guardar en su interior no solo la fe religiosa intacta sino un impresionante ramillete de tesoros suntuosos (libros, íconos, manuscritos, frescos, lámparas, piezas de oro macizo, joyas) donados por reyes y emperadores que forman una única y portentosa colección de arte primitivo.

Fuera de estos recintos la riqueza dio paso a otro tipo de vida de retiro, protagonizada por eremitas y ascetas que todavía hoy continúan vagando por los caminos más aislados de la península. Algunos viven incluso en los riscos de sus acantilados.

Mi traslado al monasterio de San Pablo ("Aghious Pavlou"), fundado a mediados del siglo X, se realiza en una pequeña barca con capacidad para una decena de personas. Me acompaña Jakobos Aguiografos, mi "hermano mayor" -así lo define Mara Sideridi, responsable turístico de la región- y guía en "Ágion Oros". Veneciano de nacimiento, llegó hace diecisiete años a las faldas del monte de 2.033 metros después de un corto periplo por el Peloponeso y Santorini.

No tomó los hábitos, aunque durante seis meses hizo el noviciado, y ahora produce el "vino santo" de Athos gracias a las 70 hectáreas que trabaja en terrenos próximos al monasterio de San Pablo.

"Cuando llegué a Athos -comenta este hombre bonachón que acaba de cumplir 51 años- no entendía nada de este mundo, sólo habían pasado cinco minutos y ya estaba preguntando la hora del regreso de mi barco. Entré en el Katholikon (la iglesia principal de cada monasterio) y como no era ortodoxo un monje me invitó a salir del templo. Quería marcharme a toda costa, pero me quedé. Recuerdo que sólo podía leer 'Los Viajes de Gulliver', el único libro que podía entender en la maravillosa biblioteca, y al final poco a poco comprendí lo que significa este último reducto espiritual en Europa, donde los hombres buscan desesperadamente a Dios".

Jakobos se siente uno más, un hombre querido en toda la comunidad de monjes. Aunque vive en Ouranopolis, "la última localidad griega", siempre es bien recibido en cualquiera de los monasterios.

Califica la vida de los monjes de "muy dura" y sobre la permanente prohibición femenina en la república, denunciada por la Comisión Europea y las propias mujeres, contesta con rotundidad: "Durante mil años sólo ha habido hombres aquí y debe seguir siendo así. Sólo queremos a la Madonna que veneramos profundamente. ¿Alguien se ha preocupado si en los monasterios del Dalai Lama había mujeres o no?"

Nuestra llegada a San Pablo se produce antes de la puesta del sol. En ese momento -todo en Athos se rige por las estrictas reglas bizantinas hoy vigentes- comienzan a contarse las horas del nuevo día que al estar regido por el calendario juliano tiene un desfase permanente de 13 fechas.

Las puertas quedan entonces cerradas herméticamente hasta el amanecer y a continuación los peregrinos se preparan para conocer sus aposentos. En San Pablo comparto una gran alcoba, austera a pesar de su balcón comunal con vistas el Egeo, junto a otros tres viajeros.

Hay calefacción, ducha, cuatro toallas individuales y luz eléctrica, aunque no siempre las comodidades son esas. Mientras tanto, los monjes, esos hombres de larga barba y negras túnicas, comienzan sus oficios religiosos dentro del Katholikon. El principal servicio es la Santa Liturgia que puedo seguir desde los asientos situados en la entrada de este templo levantado entre 1839 y 1844.

El banco permite estar sentado o de pie pero nadie debe cruzar sus piernas ni mostrar una postura incorrecta. A mi lado monjes y fieles participan activamente del ritual que recoge el espíritu primitivo de Bizancio.

La atmósfera es lúgubre pero mágica. Sólo la tímida luz de cirios y velas deja ver los pálidos rostros de los monjes que participan cantando con energía himnos a la Madonna ("Kyrie Eleison") o besando los íconos de la Virgen, siempre con rostro dulce, o de San Juan Evangelista que presiden la entrada del Katholikon.

Al fondo un Cristo Pantocrátor es testigo de esta "fiesta del hombre que busca su unión con Dios". En la semioscuridad de las tres naves se palpa la intensidad de la oración.

Es un escenario casi teatral donde los iconos, las lámparas de aceite, los cirios, las cruces que suben y bajan en el templo y el intenso olor a incienso toman también un protagonismo especial entre un ir y venir incesante de los monjes. Uno se siente trasladado a otro lugar fuera del tiempo.

En realidad, a cualquier hora del día se puede asistir a los rezos que siempre entona toda la comunidad. La ceremonia está dirigida por dos monjes que dialogan desde los ángulos de la cruz griega y un tercero ofrece incienso a los iconos primero y a los presentes después.

Este es el oficio religioso público, pero los monjes siguen orando en sus celdas individuales que sólo interrumpen para realizar algunos trabajos agrícolas o para dormir.