La difícil vuelta a casa de los centroafricanos

Damnificado por el conflicto en República Centroafricana
OXFAM INTERMÓN
 
Actualizado: domingo, 22 mayo 2016 8:34

Aunque el conflicto acabó hace más de dos años, una de cada cinco personas sigue fuera de su hogar

   BANGUI, 22 May. (Por María José Agejas, periodista de Oxfam en RCA) -

   "En mi barrio no hay ni una casa en pie, así que no se cómo vamos a volver". Maurice lleva dos años y medio en el campo de desplazados de Grand Séminaire, a unos kilómetros de su antiguo barrio en Bangui, la capital centroafricana. "Es triste", continua, "todas las casas están destruidas. Además ayer estuve allí y pude asistir a la retirada de un cadáver que había sido tirado a un pozo. Es muy triste".

   Maurice está jubilado. Tiene 66 años, siete hijos y una decena de nietos. Si buscamos las imágenes de satélite de su barrio, más bien parece que hemos encontrado los restos de una antigua civilización: pilares y ruinas que se adivinan en medio de la vegetación.

   Visto de cerca es aún más estremecedor: ni risas de niños, ni gritos de vendedores, ni pollos "bicicleta", como se llama a los pollos locales que corretean por los barrios de Bangui. Un silencio que da miedo acompaña al que se aventura por lo que antes eran callejuelas y ahora no se sabe cómo llamar, porque calles son las que transcurren entre edificaciones y aquí todas han sido destruidas.

   En marzo del 2013 los Séléka, una alianza mayoritariamente musulmana que venía del norte y que reclamaba el fin de la marginación de esa región en todos los ámbitos de la vida pública centroafricana, derrocó al gobierno del entonces presidente François Bozizé. Un grupo de mayoría cristiana, los 'antibalaka', se activó como respuesta, y el resultado fue un conflicto de meses en el que los civiles, cristianos y musulmanes, pagaron un altísimo precio.

   La crueldad de uno y otro bando se plasmó en descuartizamientos de hombres, asesinatos de niños, violaciones de mujeres y otro sinfín de barbaridades.

   En septiembre pasado se produjo el último rebrote importante, y en esos días muchas de las casas que quedaban en pie en este distrito 3 de Bangui fueron fulminadas. Se produjo una nueva oleada de desplazados y una sensación de vuelta a la casilla de salida. Desde entonces ha habido elecciones, hay un nuevo presidente, Faustin Touadera, y por ahora la situación está en calma. Más o menos. Aquí siempre todo es más o menos.

SIN TRABAJO Y SIN SEGURIDAD

   La destrucción de barrios enteros, cristianos, musulmanes o mixtos, es una de las consecuencias del conflicto, junto a la contaminación de pozos con el sumario sistema de tirar cadáveres en ellos.

   Las dos cosas impiden la vuelta a sus casas de parte de los 460.000 refugiados en los países vecinos y 420.000 desplazados en el interior del país, cifras que, a pesar de los meses de calma, prácticamente no se han movido. Cifras elevadas, teniendo en cuenta que la población total no llega a los cinco millones. De esos cinco millones, la mitad se enfrenta al hambre.

   La gente no vuelve porque no tiene casa, también porque no tiene ni para comprar una esterilla sobre la que dormir. Tampoco hay trabajo, sobre todo para los jóvenes. "Es una de las razones por las que estos chicos se dejan arrastrar a la rebelión", nos explica Maurice. "Porque piensan que así podrán encontrar con qué responder a sus necesidades. Son fácilmente manipulables, mientras que si pudiéramos encontrarles trabajo o actividad creo que ese problema podría resolverse".

   Como un bucle, este último problema nos remite a otro más, el principal en realidad, que es la falta de seguridad. Miles de jóvenes aguardan el proceso de desarme: los que han estado alistados en alguna de las milicias que forman parte de ese proceso y poseen un arma, recibirán formación profesional y algún tipo de ayuda para comenzar una actividad laboral. De momento no hay dinero para este programa, lo que repercute directamente en la seguridad de la población: muchos jóvenes con un pasado bélico, sin trabajo y con un arma.

   Además, la presencia de policías, gendarmes y jueces en la mayoría del país salvo la capital es entre escasa e inexistente.

UNA SOCIEDAD TRAUMATIZADA

   Una reciente encuesta de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) muestra que el 70% de los desplazados quiere volver a donde vivía antes del conflicto. La encuesta confirma que los problemas de seguridad son los que mayoritariamente les cohíben a la hora de dejar su precaria tienda de campaña en los campos o a las familias de acogida con las que se encuentran. El 30% que no quiere volver a su antiguo barrio aduce una razón por encima de las demás: "malos recuerdos".

    Tener malos recuerdos no es como pensar en el día en el que te dejó el novio aquel verano, o cuando todo lo que podía salir mal salió mal durante aquel viaje. Es más bien como la noche que tiraron el cadáver de tu primo o de tu hermano al pozo del que solías beber, o la madrugada en la que escapaste de casa con lo puesto tratando de no dejarte atrás a ninguno de tus ocho hijos porque los hombres armados avanzaban calle a calle pasando a cuchillo a los vecinos, o el día en el que te atreviste a volver a tu antigua casa para recoger algunas verduras de tu pequeño huerto y te violaron tres hombres...

   Eso son malos recuerdos, traumas que aquí te encuentras a la vuelta de cada esquina, que son muy recientes y que te hacen entender que, más allá de la seguridad, de la falta de medios de vida, de la destrucción de tu casa, hay poderosas razones que impiden el retorno de desplazados y refugiados.

LADRILLOS PARA LA COHESIÓN SOCIAL

   Aun así hay quien trata de combatir todo este largo rosario de dificultades que hemos enumerado. Hector es uno de ellos. Lo encontramos en otro de los barrios laminados por el conflicto, muy cerca del de Maurice: Souma Poto-Poto, un barrio de población mixta (cuando estaba habitado).

   "Estamos haciendo ladrillos para...", Hector duda un poco, buscando la expresión correcta, "...para la cohesión social". ¿Ladrillos para la cohesión social? "Ladrillos para la cohesión social. Hemos cogido a 40 cristianos y a 20 musulmanes para hacer los ladrillos. Después, con ellos vamos a construir 12 casas: seis para los musulmanes y seis para los cristianos".

   La iniciativa es de un diputado local y pretende ser un ejemplo para que los vecinos, ahora refugiados en sitios de desplazados o en casas de familiares o amigos, pierdan el miedo, superen el trauma y se animen a emprender el viaje de retorno. "A modo de exposición", dice Hector, "para que las casas se vean y permitir a la gente que compruebe que el barrio se está rehabilitando".

   Lo de Hector y sus 60 albañiles es una gota de agua en el mar. Sin embargo muestra uno de los pocos caminos transitables en estos momentos. Y es que difícilmente se puede esperar la ayuda de un estado quebrado e incapacitado para subvencionar grandes programas de reconstrucción o de empleo, con la economía tan destruida como las casas de los barrios de

hector y Maurice, y las grandes riquezas del país, el oro y los diamantes, en zonas sobre las que la administración (hacienda incluida) no ejerce un control efectivo.