Huida hacia la vida: los testimonios de tres 'menores soldado' que escaparon de las FARC

Carolina
MISIONES SALESIANAS

MEDELLÍN (COLOMBIA), 7 Ago. (Por Alberto López Herrero, Misiones Salesianas) -

Colombia vive un momento histórico para la paz. Después de medio siglo de enfrentamientos internos, millones de afectados y desplazados y miles de muertos y desaparecidos, la oportunidad es real con las conversaciones y acuerdos entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Falta aún mucho para ese momento porque hay más actores en el convulso ambiente del país y es un importante primer paso, si bien no es la primera vez que fracasa un proceso de paz a la hora de la entrega de las armas.

Uno de los puntos de los acuerdos firmados en La Habana pone a los menores vinculados al conflicto en el centro del proceso de paz y promete cambiar sus vidas al reconocerlos como víctimas. No hay cifras exactas sobre el reclutamiento de menores en Colombia, pero las estimaciones hablan de más de 14.000 niños y niñas menores de edad reclutados por los grupos armados desde 1975.

Desde el año 2000, los Salesianos en Colombia se han convertido en la institución de referencia para la acogida, el apoyo, la educación, la reinserción y el acompañamiento de los menores desvinculados de la guerrilla en sus Casas de Protección Especializa (CAPRE). Con el apoyo del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). En este tiempo, más de 2.300 menores han pasado por sus instalaciones de Cali y Medellín "con una tasa de éxito, es decir, con una reinserción social efectiva, del 85%", destaca Rafael Bejarano, director de Ciudad Don Bosco en Medellín.

En la actualidad, casi un centenar de menores entre 14 y 18 años, chicos y chicas, convive en régimen de internado en las Casas de Protección Especializada de los Salesianos en Medellín y en Cali. Allí, acompañados por educadores, psicólogos y trabajadores sociales adquieren hábitos de vida saludable, reciben educación y aprenden un oficio para reinsertarse con éxito en la sociedad y ser los protagonistas de sus propias vidas.

EL SIGNIFICADO DE LA PAZ

La paz, sin embargo, no es un sentimiento unánime en Colombia. Existe desconfianza por las ilusiones truncadas en anteriores procesos e incredulidad de quienes conocen las verdaderas intenciones políticas de los grupos armados y niegan que vayan a entregar las armas, pero también hay mucha esperanza en la población y en los propios menores desvinculados de los grupos armados.

Para ellos, "la paz significaría no vivir amenazados, ni con miedo, poder visitar a nuestras familias y no ser señalados por haber estado combatiendo ni insultados como 'malditos guerrilleros'", comenta uno de ellos.

El director de Ciudad Don Bosco va más allá al reconocer que "trabajamos con niños que han pertenecido a los grupos armados pero que nunca los hemos visto vestidos de guerrilleros ni en acción". "Los campesinos han vivido con esa amenaza durante décadas y saben lo que significa esta apuesta por la paz*y lo que puede suponer en sus vidas: para ellos es esperanza*porque tiene que ser el final del dolor y empezar a tener libertad de movimientos".

ADULTOS EN CUERPOS DE NIÑOS

Los menores desvinculados del conflicto armado comparten una pesada mochila de experiencias traumáticas relacionadas con la violencia y la falta de cariño. No han tenido infancia y cuando llegan a los centros de los Salesianos no saben leer ni escribir. Todos han tenido un fusil en sus manos desde el primer momento, han pasado frío, hambre, noches sin dormir, conocen lo que es la soledad y muchos, además, han consumido marihuana en la selva.

Todos recibieron entrenamiento para obedecer, para no preguntar nunca por qué y para ser leales a sus comandantes. Los chicos fueron especialistas en infligir dolor, mataron y descuartizaron cuerpos sin remordimientos. Las chicas, por su parte, se especializaron más en la logística, la radio, el economato del batallón, pero también saben lo que es desear morirse tras haber sufrido todo tipo de abusos y hasta abortos.

Son adolescentes de apariencia normal en el vestir pero sus rostros denotan la dureza de años separados de sus familias y en un ambiente de adultos. Son desconfiados y de gesto adusto. Sus cicatrices y tatuajes los delatan, pero en cuanto cogen confianza su inocencia al hablar también los retrata: son niños en cuerpos de adulto.

Y, a pesar de todo, demuestran cualidades y destrezas que los convierten en diferentes: saben cocinar, cortar leña, hacer fuego, buscar agua, orientarse y sobre todo, tal y como destacan los educadores, “tienen tal fuerza de voluntad en todo lo que hacen que siempre acaban destacando en los estudios y consiguiendo los objetivos antes que el resto”.

Por todo ello, el primer paso en los centros de los Salesianos donde viven y recuperan el tiempo no vivido es que se conozcan a sí mismos, que se acepten y que aprendan a quererse para poder mostrar cariño a los demás, ya que llegan desubicados, con los ritmos horarios cambiados, sin saber en qué emplear su tiempo y con la carencia afectiva de no haber disfrutado del amor de su familia en los años más importantes del aprendizaje infantil.

VERÚ: “MATARON A MI HERMANO Y ESO ME ABRIÓ LO OJOS”

Verú luce con orgullo su apellido en un tatuaje en sus falanges. Así se le conoce en la Casa de Protección Especializada (CAPRE) para menores desmovilizados del conflicto armado que atienden los Salesianos en Medellín.
Está tan feliz con su nueva vida que le cuesta ponerse a recordar un pasado que quiere olvidar, pero cuando abre su corazón describe todo como si hubiese ocurrido ayer. Habla de armas con naturalidad: marcas, modelos, pros y contras de cada una. Fue entrenado para eso, para sobrevivir, luchar y desarmar y matar al ‘enemigo’ cuando fuera necesario.
La vida de Verú siempre estuvo muy unida a la de su hermano y juntos se enrolaron en las FARC. 

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“Desde muy pequeño me fui a vivir con mi hermano a la calle porque siempre lo admiré, pero jamás robamos ni consumimos sustancias. Nos separaron cuando nos llevaron cada uno a un hogar diferente, pero cuando nos reencontramos, seducidos por un uniforme, poder, un arma y el dinero fácil de los grupos armados,entramos, como tantos menores, a formar parte de las FARC”, recuerda.

Su hermano mayor siempre fue un alma libre. “Le gustaba pasear por la selva, tener sus ratos para él y no llevaba muy bien lo de acatar órdenes, así que fue avisado varias veces y hasta le hicieron un consejo de guerra. Ésa fue su última oportunidad, porque la siguiente decisión no fue el castigo, ni la tortura, sino directamente el fusilamiento”.

FRÍA DESPEDIDA

Verú recuerda la frialdad de la despedida de su hermano antes de ser fusilado por sus propios compañeros: "Nos dimos un fuerte abrazo y él simplemente me llamó por mi apelativo diciéndome: 'Cuídese, Chino. Chao'. No lo volví a ver más ni tampoco estuve presente en el fusilamiento. Al día siguiente, el comandante, en la formación, dio la noticia de su muerte y todos me miraron al saber que yo era su hermano. Ese día todo cambió y dejó de tener sentido estar allí, así que empecé a pensar en huir".

Su vida dio un giro con aquella decisión, aunque al llevarla a cabo aún tuvo que andar varios días desorientado por la montaña y pasar mucha hambre hasta llegar a un lugar habitado, llamar a un familiar y entregarse a un batallón de militares que lo llevaron al centro que atienden los Salesianos en Medellín.

Llegó hace cuatro años sin saber leer ni escribir y en la actualidad, a punto de cumplir los 18, estudia en Ciudad Don Bosco, realiza prácticas laborales de sus estudios de metalmecánica en una empresa en turnos de ocho horas y se graduará en pocos meses.

CAROLINA: “NO ME LLEVÉ NADA PARA QUE NO MOLESTARAN A MI FAMILIA”

Carolina (nombre ficticio) nunca tuvo una buena relación con sus padres y por eso decidió alistarse en la guerrilla. Como tantos menores, los abusos en el ambiente familiar, la desestructuración y la posibilidad de ganar dinero fácil y lucir un uniforme son las causas por las que los menores acaban como soldados.

“Mi papá me pegaba y mi madre no me defendía. Incluso una vez ella me pegó con él. No sentía su amor y por eso decidí irme a la guerrilla”, reconoce. Sufrió tanto en aquellos años que llegó a decirles a sus padres que “o la mataban o se moría”. “Hasta intenté quitarme la vida en una ocasión”.

Aprovechó un viaje de su madre a Bogotá y la visita de dos guerrilleros a su casa para marcharse con ellos. “Uno tenía 13 años y otro 19. Yo les dije que me iba con ellos, pero ellos me disuadían para que no lo hicieran. Al final me fui”.

Las primeras noches en el bosque Carolina no pudo dormir. Sabía que su madre estaba preocupada pero la decisión estaba tomada. A las dos semanas, un bombardeo mató a uno de los chicos con los que se fue de casa: fue su primer cara a cara con la muerte, pero habría muchos más. En otra ocasión, el humo por las bombas de los militares casi la asfixian mientras que veía cómo seguían muriendo compañeros.

Siempre vestida de militar o de negro, no sabe si llegó a matar a alguien: “Entré numerosas veces en combate y cuando te disparan tú disparas e igualmente que hay heridos a tu alrededor tú puedes pensar lo mismo”.

El aburrimiento que llegó a producirle estar en la guerrilla  le causó un gran disgusto que, como reconoce, pudo ser peor: “Yo me encargaba de fiscalizar las ‘vacunas’ (dinero proveniente de la extorsión que pagan los amenazados), pero también me aburrí de eso y me escapé tres días al monte. Cuando me encontraron me formaron un consejo de guerra. Llegué a pensar que me mataban, pero el castigo fue casi peor: limpiar a machete dos hectáreas de campo, sembrar, cavar y ranchear (cocinar) durante dos meses para todos los que hubiera, a veces 50 personas otras 30, 20, entrenamiento muy exigente Fue horrible”.

CARA A CARA CON LA MUERTE

En uno de los bombardeos que sufrió el batallón en el que estaba Carolina “murieron 22 compañeros”. “Yo siempre cargaba con la radio porque era chiquitita y ese día no sabía que me habían herido”. Su motivación entonces fue pensar en sus hermanos: “Tenía un sueño profundo y sentía que me moría, pero seguía andando. El brazo se me iba y llegó un momento en el que no podía moverlo, así que cuando lo toqué con el otro casi a la altura del hombro vi que estaba llena de sangre. Pero lo peor fue que notaba que sudaba y cuando me sequé la frente vi que también era sangre y estaba herida en la cabeza”.

Tardaron cinco días en empezar a curarla en la selva con inyecciones. “No me dieron de comer nada de grasa porque decían que eso dificultaba la curación. Tenía esquirlas de metralla clavadas en el brazo y en la cabeza”.

Carolina se recuperó, pero la idea de dejar aquella vida ya rondaba su cabeza porque “me fui aburriendo tanto aunque tenía de todo, hasta celular, que le dije a mi madre que iba a huir. Ella me pidió que me entregara al Ejército. Cuando me escapé no me llevé nada que tuviera que ver con la guerrilla para que no molestaran después a mi familia y, gracias a Dios, lo he conseguido”.

VENERACIÓN POR SU MADRE

Antes de llegar al centro de los Salesianos estuvo dos meses en lo que se llama un Hogar de Paso. En una visita de su madre “la encontré flaquita y deteriorada y, cuando llegué a la Casa de los Salesianos, en el primer encuentro que hubo con las familias, la relación cambió para siempre gracias a los educadores del centro y ahora la quiero muchísimo y deseo todo el tiempo hablar con ella y poder verla”.

La última vez que se encontraron fue en diciembre y, a pesar de hablar todas las semanas por teléfono, Carolina sabe que tiene su fiesta de los 15 años pendiente: “Me dice que me va a hacer un traje bonito y que hasta va a traer gallinas para la celebración”.

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Carolina se ha graduado en Artes Gráficas en Ciudad Don Bosco y pronto comenzará a realizar prácticas durante 6 meses en una empresa. Forma parte de Cruz Roja Colombia. También está en otras dos asociaciones: Colombia no violenta y No porto armas porque mi vida vale. Además, asiste a cursos de baile, es representante de alumnos en Ciudad Don Bosco y una de las líderes y referentes en la Casa de Protección Especializada (CAPRE) de los Salesianos.

Pero a pesar de todas esas ganas de aprender y de ese gran futuro por delante, Carolina tiene miedo: “Me asusta la ciudad cuando tenga que salir del centro donde vivo ahora, tener que alquilar una casa, salir adelante”.

TERESA: “SI NO HUYO POR EL RÍO ME MATAN”

Teresa (también nombre ficticio), no puede, aunque quiera, olvidar su pasado con la guerrilla porque lleva media vida entre las FARC, hogares de paso y la Casa de Protección Especializada (CAPRE) de los Salesianos en Cali.

Su historia de amor y odio con las FARC comienza cuando tenía 8 años: “Mi mamá me abandonó y la tía que me acogió en el campo estaba siempre enojada conmigo, me explotaba y su marido siempre se pasaba conmigo”.

Recuerda cómo un día acamparon guerrilleros en la finca donde vivía. “Estuvieron una semana y yo tuve miedo y pasé mucho tiempo debajo de la cama, pero cuando cogí confianza y vi que no me mandaban y me trataban bien les dije que me llevaran con ellos”.

Por la edad que tenía el comandante se negó, “pero entonces una señora de la guerrilla dijo que ella se haría cargo de mí y aceptaron todos los guerrilleros, así que por la noche cogí algo de ropa y nadie se enteró de que me fui”. “En la selva aprendí a hacer de todo y me trataban bien. Estuve en el frente, pero sobre todo era miliciana ecónoma y me dedicaba a comprar las comidas y transportarlas por río desde la frontera con Ecuador”, recuerda la joven.

LA HUIDA DE SU AMIGA LA CONDENÓ

Un día Teresa se enteró de que la señora que la ayudó a escapar de casa y la cuidó durante su estancia en la guerrilla se había fugado. Ella tenía que viajar ese día a comprar comida y lo hizo desconfiada: “Me dijeron que no regresara porque me iban a matar, ya que pensaban que yo sabía dónde estaba. Estaba con unos compañeros tomando una cerveza antes de regresar y llegaron cuatro hombres en moto-taxi. Dije que me iba al baño y escuché que preguntaban por mí: venían a matarme”.

Teresa saltó por una ventana y llegó al río. “Me sumergí todo lo que pude y nadé corriente abajo mientras ellos disparaban al agua. Cuando salí vi un bus que iba por una loma y corrí a alcanzarlo. Me di cuenta de que estaba sangrando en un pie, me debí cortar con una piedra pero no me di cuenta, así que me quité la camisa negra que llevaba y la amarré fuerte en el pie herido. El conductor no quería parar pero al final accedió y sólo le dije que corriera porque ya veía a los que me perseguían río abajo. El hombre me dijo que llegaría a la terminal y luego me llevaría al hospital y así lo hizo. Dijo que era familiar suya y aunque me pidieron papeles finalmente me curaron: tengo 14 puntos en el pie y el tendón afectado, pero estoy bien”.

Pidió a un familiar que le mandaran 200 dólares a Ecuador y con ese dinero Teresa empezó una nueva vida que, aunque tampoco fue fácil, la llevó a saber lo que quiere hacer con su futuro.

SU NUEVA VIDA

A los dos meses de estar en Ecuador decidió llamar al número de teléfono que tenía de la señora que siempre la había ayudado: “Estaba en Cali. Había tomado la decisión de desmovilizarse y estaba en un proceso de reinserción que, en el caso de los adultos, dura 8 años porque al principio van a la cárcel”, explica Teresa.

“Me preguntó si quería desmovilizarme, pero yo no quería ir a la cárcel. Cuando viajé fue a buscarme a la terminal de autobuses y me dijo que tenía que entregarme para hacer las cosas bien. Hice todo el proceso: me tomaron las huellas, me preguntaron mi alias, me hicieron una revisión médica, declaré en la Fiscalía y me llevaron a un hogar de paso”.

Su vida cambió al llegar al Centro Don Bosco de Cali y no sólo empezó a ser otra persona en el trato con los demás, sino que tuvo claro que debía aprovechar la que quizá sería su última oportunidad para labrarse un futuro al margen de la violencia.
“Decidí empezar a estudiar, superé bien todos los cursos, hice talleres y ahora quiero ir a la universidad el próximo año. He realizado el taller de Sistemas en el Centro de Capacitación Don Bosco, soy técnico en Mantenimiento de Sistemas y estoy realizando prácticas en una empresa. En septiembre las finalizo y en enero salgo del programa”, comenta con orgullo.

Cuando deje el centro de los Salesianos el próximo año formará parte de otro programa que la ayudará con una beca para sus estudios universitarios de lenguas extranjeras que quiere comenzar.

Teresa no ha perdido el contacto asiduo por teléfono con la señora que prácticamente ha sido su segunda madre desde los 8 años, “pero no nos hemos vuelto a ver porque ella está en su proceso y no puede salir. Pero seguro que nos reencontraremos”. “Yo lo estoy deseando”.

Ambas tienen en común hasta las heridas de su huida: Teresa con el corte en el pie por una piedra y la señora a la que tanto le debe más de 120 puntos por todo el cuerpo porque fue apuñalada.

UN PROMETEDOR FUTURO POR DELANTE Y EN PAZ

La ilusión por el presente y el futuro que transmiten ahora Verú, Carolina y Teresa es un acicate para muchos de los menores que continúan llegando a los centros salesianos de reinserción de menores desvinculados de la guerrilla en Medellín y en Cali. Se han convertido en líderes, en ejemplos de superación y en casos de éxito gracias a su esfuerzo y a su apuesta individual por la paz.

Verú reconoce que la “paz empieza por uno mismo” y todos ellos han pasado de “luchar con las armas por un ideal y pensar que un arma te permitía vivir y no tenerla te hacía vulnerable” a hacerlo por el futuro a través de los estudios y gracias a los Salesianos, que les han enseñado un oficio para facilitar su reinserción en la sociedad y proporcionarles un futuro.

Por lo que han sufrido y lo que han superado tienen al alance de la mano unas metas que hace unos años ni se planteaban, y desde Misiones Salesianas seguiremos contribuyendo con la herramienta de la educación a que esos sueños se puedan seguir convirtiendo en realidad en todas los menores víctimas del conflicto armado.

Ojalá que muy pronto ese proceso pueda realizarse en un ambiente de paz en el país. De esta forma, el riesgo de regresar a los grupos armados, así como la estigmatización que aún existe para estos menores desaparecerían.