La psicología en el conflicto catalán: claves para superar esta fractura social

CATALUÑA
EUROPA PRESS
Actualizado: lunes, 9 octubre 2017 19:30

AUTORA: María Prieto Ursúa, profesora y doctora en Psicología por la Universidad Pontificia de Comillas

MADRID, 9 Oct. (EUROPA PRESS) -

En ocasiones, los conflictos económicos o políticos se convierten en conflictos de identidad, y la identidad, individual y grupal, es una necesidad básica del ser humano.

Hay una parte importante de la sociedad catalana (dejemos aparte las discusiones sobre si son mayoría o no: son muchos) que lleva tiempo diciendo que les resulta imposible mantener una identidad dual, ser catalán y ser español al mismo tiempo. Que no saben, no pueden o no quieren ser las dos al mismo tiempo; que una estorba a la otra.

En esos momentos es necesario analizar en profundidad dónde están las dificultades para engranar las dos identidades y buscar la manera de acomodarlas. Pero no siempre se consigue resolver el conflicto en los primeros momentos. A veces se percibe que la segunda identidad no sólo estorba, sino que agrede a la primera.

En esos momentos los grupos que ven amenazada su identidad, su cohesión, experimentan lo que desde la psicología social se llama "angustia colectiva", y empieza el conflicto real, el que es realmente difícil de solucionar con política.

Empiezan los procesos psicológicos grupales que, buscando la cohesión del grupo para protegerlo, desembocan en la violencia colectiva: empiezan las narrativas sobre "ellos" y "nosotros", donde ellos siempre son malos (en el extremo incluso se deshumaniza al otro, se le atribuyen características animales, monstruosas), empieza el discurso victimista (con sus variantes: el "egoísmo de la victimización", fijarse sólo en el propio sufrimiento, o "la victimización competitiva": no sólo somos víctimas, sino que sufrimos más que ellos y de forma claramente injusta), empieza la polarización que tan brillantemente describió Martín-Baró en otros conflictos: cada vez más separados el nosotros del ellos, de forma que al final si no estás conmigo estás contra mí.

Empiezan las distorsiones en la interpretación de los hechos: "ellos" atacan con intención de dañar, "nosotros" atacamos para defendernos. Estos procesos facilitan que se presente uno de los mecanismos psicológicos más peligrosos: la "desconexión moral", mediante el cual se cometen, justifican y legitiman actos violentos o inmorales que en cualquier otra circunstancia a ninguno de los actores se le ocurriría hacer.

En estas últimas semanas hemos tenido ejemplos tristemente cercanos de estos procesos; por parte de un gran grupo de catalanes que se han sentido atacados y privados de libertad y derechos, y por parte de otro gran grupo de españoles que se han sentido igualmente atacados y privados de libertad y derechos. En los dos grupos se han desarrollado los procesos típicos de conflicto y confrontación.

El 1-O ha sido, para cada grupo, la demostración de que tenían razón, ha polarizado más el conflicto, ha fortalecido la idea de que es imposible la identidad dual, ha fortalecido la narrativa de buenos y malos y ha creado la narrativa de mártires y verdugos; de hecho, se puede convertir en "el trauma elegido" que da identidad a un grupo.

Probablemente muchos simpatizantes de unas u otras ideas hayan pasado a ser seguidores, y muchos seguidores hayan pasado a ser activistas, es decir, hayan subido un peldaño en la pirámide que acaba en el radicalismo y, en su cúspide, en el terrorismo, como bien describe el "modelo de la pirámide" que analiza la violencia terrorista.

Lo realmente triste es que se veía venir, y nadie ha podido, o ha sabido, o ha querido pararlo. No voy a echar la culpa a los políticos; supongo que tiene que ser ciertamente difícil distinguir, en una situación como esta, entre prudencia y cobardía, entre firmeza y autoritarismo, entre flexibilidad y rendición. Tampoco voy a centrarme en lo doloroso del silencio de tanta gente pacífica que no hemos sabido alzar la voz.

Hoy reflexiono sobre la utilidad de estos conocimientos psicológicos, si sólo sirven para hacer análisis a posteriori. "A toro pasado todos somos Manolete". ¿Qué sentido tiene la psicología si no ayuda a la sociedad cuando más lo necesita? Y desde aquí, voy a intentar ofrecer alguna orientación para que, por lo menos, la psicología pueda contribuir a aliviar el post-conflicto.

¿Qué sabemos que es conveniente hacer después de las heridas, después de esas imágenes de vergüenza de todos? ¿Cómo dar los primeros pasos para construir un futuro con paz?

En mi opinión, la responsabilidad de la gestión post-conflicto es, en gran parte, de la sociedad civil. Somos los ciudadanos de a pie los que podemos poner serenidad y humanidad en todo esto; somos los que podemos decidir qué frases repetir, qué discurso construir, qué actitudes fomentar; cada uno de nosotros puede decidir sumar o restar paz. ¿Cómo? Frenando la construcción de discursos violentos.

En primer lugar, escuchándonos. Escuchar la narrativa del otro, no desde una posición defensiva, sino intentando entender qué piensa y por qué lo piensa, cómo se siente, cómo me sentiría yo en su lugar, si pensara lo que piensa. Al escucharnos, podemos revisar nuestras narrativas e intentar cuestionar las distorsiones.

Sobre todo, podremos identificar qué valor importante intentaba defender cada parte, para rescatar la parte valiosa de cada discurso. La vehemencia con la que tantas personas han intentado defender lo que creen justo es un valor para nuestra sociedad; nos indigna la injusticia, y eso es bueno.

En segundo lugar, conociéndonos. Según "la hipótesis del contacto", la interacción con el otro facilita la reconciliación, ayuda a volver a humanizarle. No cualquier contacto sirve; el turismo, por ejemplo, aporta poco a la relación, aunque aporta más que nada. El contacto en contextos de ayuda, altruismo y solidaridad es el más beneficioso.

Cuando esos "otros" indefinidos y perversos se personalizan en personas con nombres y apellidos que son igual de personas que yo, igual de humanos que yo, que tienen sus preocupaciones, enfados, ilusiones y disgustos como yo, que intentan ser buenas personas como yo, dejan de ser esos monstruos descerebrados y peligrosos. Encontrar o crear lugares de contacto constructivo es una de nuestras tareas de paz.

En tercer lugar, buscando una identidad donde quepamos todos. Buscando lo que nos une, no lo que nos diferencia. Buscando cómo sentirnos parte de un todo común, que permita la expresión de las distintas identidades primarias.

Yo estos días estoy viviendo una nueva identidad, mucho más importante que la de ser española o de cualquier otro lugar: me siento muy unida a tanta gente que en Cataluña, o en cualquier otra parte de España, está sintiendo la misma tristeza que yo y tiene las mismas ganas que yo de decir palabras de paz.

María Prieto Ursúa, profesora y doctora en Psicología por la Universidad Pontificia de Comillas