Actualizado 30/11/2018 08:00

Fernando Jáuregui.- Entramos en diciembre: tres años de crisis ya

MADRID, 30 Nov. (OTR/PRESS) -

Entramos en diciembre. Aquel domingo 20 de diciembre de 2015 comenzó, o quizá solo se agravó, una crisis política de la que ahora se cumplen tres años y que nadie sabe en estos momentos dónde, cuándo y cómo va a desembocar. Porque aquel domingo 20 de diciembre, cuando se celebraron unas elecciones generales que acabaron, merecidamente, con la aplastante superioridad del partido de Mariano Rajoy, se iniciaba una era de desgobierno, llena de situaciones que eran, y siguen siendo, inéditas no solamente en España, sino probablemente en toda Europa.

Desde aquel domingo hemos visto sesiones de investidura sin investidura; otras elecciones generales que tampoco trajeron mayorías confortables para gobernar; caos en Cataluña -ahora se van viendo las consecuencias sociales de una política golpista--; extraños, extrañísimos, compañeros de cama; la defenestración y el regreso de un jefe de la oposición que se convirtió, hop, en presidente del Gobierno dando la patada de la moción de censura al anterior inquilino de La Moncloa. Que, por cierto, permanece como desaparecido, mientras es el antecesor del antecesor, o sea José María Aznar, quien, so pretexto de ir por ahí presentando 'su' libro, ejerce de auténtico líder de la oposición, mientras el titular teórico, o sea, Pablo Casado, se desgañita haciendo campaña por tierras andaluzas tratando de evitar la catástrofe que predicen las encuestas.

Bueno, el diagnóstico incluye muchas más cosas surrealistas, como ese proyecto de Presupuestos co-signado en La Moncloa por alguien que no es que, se sepa, miembro del Gobierno. O la permanencia en una prisión preventiva demencialmente prolongada de personas que intentaron dar un golpe, sí, y que por ello deben ser sancionados, también, pero que representan, digamos, a un 48 por ciento de los catalanes, a los que el Estado, con sus actitudes, erróneas, se empeña en perder.

Tres años en los que ni el Gobierno del PP, primero, ni el del PSOE, después, han logrado afianzarse y dar a los españoles la seguridad jurídica de que están en buenas manos. Todo parece provisionalidad y, si no, véase a la ministra de Educación, que es mejor jefa de este Departamento que portavoz de un Ejecutiva que tiene enormes boquetes --el pluriempleo político nunca es bueno--, presentando un proyecto de ley fundamental, pero que ella y todos nosotros sabemos que no va a poder completar. Porque no queda tiempo. Porque, quizá aprovechando una victoria en las urnas este domingo del socialismo andaluz -que ganará, pero a saber si podrá gobernar: nadie dice que vaya a apoyar a Susana Díaz tras lo que ocurra este 2 de diciembre--, Pedro Sánchez tendrá que empezar a hablar de elecciones anticipadas; su Consejo de Ministros parece la sala de espera de las urgencias anímicas. Así no llega ni loco no ya hasta el 2020, sino ni siquiera a la próxima primavera.

No, no me hace la menor ilusión este recuento de catástrofes, ni que nos comparen con la Italia del desmadre, ni con la Bélgica de la permanente crisis territorial, ni, a este paso, con la Argentina del cachondeo futbolero. Quiero un país en el que los gobernantes, si prometen convocar 'pronto' unas elecciones, cumplan; en el que los líderes de "las derechas" no se desmadren en sus descalificaciones al Gobierno, o sea, "a las izquierdas" viendo la paja en el ojo gubernamental y no la viga en el del opositor. No, no quiero un país que sea dos países, el de 'las derechas' y el de 'las izquierdas'.

Quizá, ahora que en los próximos días se van a intensificar los fastos recordando aquel referéndum ocurrido hace cuarenta años, que dio paso a la vigencia de la actual Constitución, haya llegado el momento de reflexionar en la necesaria construcción de un país algo mejor -que no digo yo que este sea el peor del mundo tampoco, oiga: ni mucho menos--, en el que hay que reformar esta ley fundamental para asentar los poderes del rey, abrir las puertas a una democracia más*democrática, y perdón por la redundancia; una piel de toro renovada en la que se pacten las cosas fundamentales, por ejemplo, insistamos, la educación, la sanidad, cómo tratar el problema, ya secular, de Cataluña. Tantas cosas.

Me gustaría, en fin que este mes de diciembre de 2018 sea recordado por la Historia como aquel en el que se comenzó a poner fin a la crisis política moralmente más destructiva, más cínica y pobre en ideas, más canalla, más destructiva de cosas fundamentales como la separación de los poderes clásicos de Montesquieu, que recuerdo haber vivido en mi ya muy larga carrera como mirón de lo que pasa por esas alturas. Por esas inaccesibles alturas.