Publicado 28/06/2018 08:00

Fernando Jáuregui.- El mensajero

MADRID, 28 Jun. (OTR/PRESS) -

Paseo este miércoles por los pasillos del Congreso. Detecto, en las bancadas de la derecha, cierta alarma: ¿ha enviado Pedro Sánchez a Pablo Iglesias como emisario ante los políticos catalanes presos -presos políticos catalanes', en la acepción del líder de Podemos--? ¿Era Iglesias un emisario del presidente del Gobierno central al entrevistarse con el president de la Generalitat, Quim Torra, hace dos días? ¿Se está jugando un juego sucio, a tres bandas, a espaldas de los españoles, pagando los socialistas el favor del apoyo de Podemos y nacionalistas a la moción de censura contra Rjoy? Ambas partes, el mensajero y quien presuntamente lo envió, niegan, desde luego, estos extremos: Iglesias actuó por su cuenta, aunque cierto es que, desde La Moncloa, facilitaron la rapidez de su entrevista con dos de los presos catalanes.

Personalmente, me da igual si Iglesias fue o no enviado, aunque preferiría pensar que sí lo fue; me gustaría que el inquieto líder de Podemos entendiese, y que todos en el hemiciclo también lo entendieran, que su papel para amainar tensiones, ante el crucial encuentro que se producirá el próximo día 9 en La Moncloa, entre Pedro Sánchez y Torra, bien podría ser el de calmar tormentas, facilitar el camino hacia un diálogo Gobierno central-Generalitat que ahora se antoja casi imposible. Y si, de paso, transmite un recado a los presos, en el sentido de que quizá ahora se abra una nueva etapa para ellos, mejor que mejor.

La vieja dialéctica, que tan mal resultado ha dado hasta ahora, consistía en insistir en el garrotazo y tentetieso togado para presos independentistas y para secesionistas en general. Los representantes de las aspiraciones de casi media Cataluña están encarcelados, lo que no deja de ser una situación altamente anómala: una cosa es que quien intentó nada menos que dar un golpe de Estado, por muy pacífico que fuese, tenga que comparecer ante los tribunales y pagar sus culpas una vez declarado culpable, y otra muy distinta permanecer muchos meses en una situación de prisión provisional que, personalmente no estoy muy seguro de que se justifique. Creo que eso mismo piensa Pedro Sánchez -Iglesias también, desde luego- y eso mismo piensan parcelas importantes de la sociedad catalana no independentista, como el ejemplar Joan Manuel Serrat, que acudió antes que Iglesias a visitar a los encarcelados en Estremera y Soto del Real.

No me cabe duda de que Sánchez propiciará, una vez que el juez Llarena concluya su instrucción-- ya habrá tiempo para calificar si ha sido buena o mala_, un acercamiento a prisiones catalanas de esos mismos presos, de todos ellos. Me parece conveniente, y esa conveniencia se encuentra incluso sugerida en la propia Constitución. Y hasta es posible que, al caer en caso en otras manos judiciales, finalicen las prisiones preventivas, o algunas de ellas. Sería un buen paso para comenzar a hablar con el intratable títere de Puigdemont, que será todo lo títere y todo lo intratable que queramos, pero que es también, qué le vamos a hacer, el máximo interlocutor posible en la Cataluña 'irredenta'. Y es precisamente con él, con alguien que incluso ha pecado de supremacismo y que patentemente odia 'a España' (¡¡!!), quizá hasta por creer que la raza catalana pura es superior a la carpetovetónica, con quien habrá de negociar Sánchez y con quien habremos, por tanto, de negociar todos los españoles, un porvenir de 'conllevanza' con nuestro compatriotas españoles los catalanes.

Y qué quiere que le diga. Difícilmente me podrá considerar nadie un simpatizante de la personalidad y de la (falta de) idea que animan el cerebro de Iglesias, pero, si de veras es el heraldo que anuncia buenas nuevas de distensión con la Cataluña a la que Torra representa, bienvenida sea la mediación del líder de la formación morada. Que no es tiempo ahora de ver los colores y las banderas de los que se sientan a negociar el futuro y el posible desbloqueo del problema político más importante que tiene planteado España, y no solamente ahora, sino desde hace siglo y medio.

Creo que el debate político ha de entrar en una nueva dinámica. Queda claro que lo anterior había llegado a un bloqueo muy peligroso, y que el partido que lideró Rajoy tiene, por encima de su actual pugna de poder, que empezar a ver como normales situaciones que son, sí, inéditas, pero que no tienen por qué resultar catastróficas simplemente porque el PP no las hubiese ensayado. No me queda sino confiar en que lo que Pablo Iglesias ha hecho en la Generalitat en Barcelona y en las prisiones 'centralistas' haya sido algo positivo, planificado, acordado con el Ejecutivo, y no un salto de trapecio en el vacío más; prefiero ser positivo antes que malpensado. Pronto comprobaremos, sin duda, si tenía o no razón.

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