Publicado 25/04/2024 08:01

Fernando Jáuregui.- De novios, esposas y otras pérdidas de tiempo

MADRID, 25 Abr. (OTR/PRESS) -

Pudimos ver a Pedro Sánchez muy crispado cuando su 'socio' Gabriel Rufián le preguntó, en la sesión de control parlamentario al Gobierno de este miércoles, si creía en la Justicia. "En un día como hoy, y a pesar de las noticias que he conocido, creo en la justicia de mi país", respondió el presidente del Gobierno. Se refería, interpretamos todos, a la publicación este miércoles de una información según la cual un juzgado de Madrid ha abierto diligencias contra Begoña Gómez, su esposa, por presunto tráfico de influencias; lo de Globalia, Javier Hidalgo y todo eso, ya sabe usted. El 'caso Begoña Gómez' nunca llegará, supongo, a un juicio en el banquillo; pero sí puede llegar a ser un paradigma en la manipulación. No caerá por eso Pedro Sánchez, descuide; pero sí le hace daño, y su rostro en la sesión del Congreso lo evidenciaba claramente.

Con el mayor respeto a los magníficos compañeros que investigan los apoyos de la esposa del presidente del Gobierno a determinados empresarios no siempre del todo incuestionables y que luego se benefician de la acción del Gobierno, debo decir que sospecho, sí, que hay maniobras orquestales en la oscuridad que tratan de orientar a los medios de comunicación en determinadas direcciones. Porque la apertura de diligencias judiciales para investigar los negocios de la señora Gómez ha sido provocada por una denuncia no del PP, que anda con prudente cuidado en este asunto, sino del sindicato Manos Limpias, que de limpio, ejem, tiene muy poco, según hemos conocido hasta la saciedad. Y una cosa es que la conducta de la esposa del presidente del Gobierno en la gestión de algunos negocios haga que se levanten algunas cejas que exigirían al menos mayor elegancia en tal gestión, o mejor abstenerse de la misma, y otra cosa muy distinta es que ello tenga traducción penal y presentación escandalosa y menos a cargo de personas muy poco recomendables.

No, lo de Begoña Gómez nada tiene que ver con el pringoso 'Koldogate', como nada tienen que ver con eso ni la acción en la compra de mascarillas de la presidenta del Congreso cuando presidía el Gobierno de Baleares ni la actuación, cuando era ministro de Sanidad en los tiempos terribles de la pandemia, de Salvador Illa, a quien ahora quieren vapulearle en las Cortes aprovechando que es el candidato mejor colocado en las ya inminentes elecciones catalanas.

Y conste que no defiendo ni a Francina Armengol, ni la Illa --ninguno de los dos se ha metido, que se sepa, un euro indebido en el bolsillo, aunque hayan cometido errores a granel--, ni al Gobierno de Díaz Ayuso, al que se le quieren echar encima las actuaciones no muy legales, parece, del novio de la presidenta de la Comunidad, Alberto González. Ni defiendo inocencia alguna de Begoña Gómez, por supuesto, sobre todo porque hay mucho que desconozco. Creo, simplemente, que las acciones contra la corrupción no deben mezclarse con la legítima lucha política ni teñirse de 'vendettas' que a nada llevan sino, como va a ocurrir con las dos malhadadas comisiones parlamentarias de investigación de la corrupción, a ensuciar más aún la imagen de la clase política ante la ciudadanía.

Temo que hay actuaciones judiciales, como la del magistrado Juan Carlos Peinado en su acción 'investigadora' de lo que hace la esposa del presidente, que acaban siempre en nada o casi nada , más allá de mostrar inclinaciones políticas de quienes las promueven. Por supuesto que creo en el papel de la Justicia a la hora de investigar y, en su caso, castigar acciones delictivas. Claro que creo en las comisiones de investigación parlamentaria. En lo que no creo es en la guerra sucia a cuenta de las cosas presuntamente nauseabundas que se hacen en nuestra agitada vida política, que debería estar enfocada a cosas más productivas que investigar braguetas, viajes en barco con crema bronceadora o conversaciones confidenciales que no pueden esgrimirse como prueba testifical.

Sí, a mí la verdad es que no me convencen muchas cosas en la actuación de la pareja que vive en La Moncloa, ni es una pareja simpática y menos cercana con el ciudadano de a pie. Pero ello no justifica el linchamiento, ni la proliferación de rumores sin mayor fundamento que quieren relacionar el espionaje telefónico a Pedro Sánchez ---que ese es otro caballo volador que por ahí anda, galopando de nuevo por el éter sin que hayan logrado hacérnoslo olvidar_con no sé qué inventadas cuestiones familiares. No, la política no está para lapidar a nadie en nombre de la decencia, de las buenas costumbres o de la verdad. Ni los juzgados o los fiscales, que son los que deben dictaminar inocencias o culpabilidades, están para dejarse manipular ni para sacudirse de lo lindo a cuenta de si la amnistía es o no constitucional o si hubo filtraciones indebidas en el 'caso novio de Isabel Díaz Ayuso'.

La frivolidad con la que nuestros representantes en general, y el Gobierno muy en particular, gestionan la vida política, esa insoportable levedad del ser de la acción política, está, así, incidiendo gravemente sobre el panorama institucional de la nación, en la acción de los tres poderes clásicos de Montesquieu y en el ánimo ciudadano, cada día más despegado de quienes gestionan o pretenden gestionar nuestras cosas. Sí, tiene motivos, sin duda, el presidente para estar cabreado. Pero nosotros tenemos aún más razones para estarlo, también con él, entre otros, por propiciar este clima irrespirable.

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