Actualizado 01/12/2018 08:01

Fernando Jáuregui.- El último recuerdo de un pasado, quizá mejor (o no...)

MADRID, 1 Dic. (OTR/PRESS) -

Jamás estuve seguro de que el pasado siempre haya sido mejor. Tampoco peor. Es, simplemente, pasado, irrecuperable, y sirve sobre todo para intentar -ay, el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra- no repetir los mismos errores de antaño. En España, todo ha cambiado en apenas cuatro años: hoy andamos con una severa crisis política a cuestas. Los rostros de quienes nos representan también son otros. Cuando Juan Carlos I abdicó en su hijo, allá por el 'lejano' 2014, se produjo un relevo notable, el más notable. Solo quedaba Rajoy. Ahora, el ex presidente del PP y del Gobierno es eso: un ex, que rumia en solitario, en silencio, sus experiencias y su trayectoria política, bruscamente cortada. Nadie podía esperar lo que ocurrió, ni siquiera los principales protagonistas.

La política, definitivamente, discurre hoy por otros cauces, aunque nadie sepa muy bien dónde va a desembocar este torrente de palabras enfundadas en un tono mitinero. Y claro que no me refiero solamente a lo que vaya a ocurrir este domingo en Andalucía.

El caso es que la cara de Juan Carlos I ha ido siendo sustituida progresivamente por la de Felipe VI. De manera casi imperceptible, la figura del hombre que reinó en España durante casi cuarenta años se ha ido diluyendo, reapareciendo solamente para cuestiones indeseables: audios filtrados con intenciones nunca 'sanctas' (¿habrá más?, se preguntan todos con aprensión), encuentros casuales, desde luego no buscados, con personajes de contacto poco recomendable, como el heredero saudí. Creo que la trayectoria vital de cada uno ha de asumirse, incluso para la Historia, con sus claros y sus oscuros, lo bueno, lo no tan bueno y lo malo. "Me equivoqué, no volverá a suceder", dijo entonces el Rey. Luego, abdicó. Pase de página, y ya llegarían las facturas.

España está a punto de cerrar un capítulo de esta Historia. El 40 aniversario de la Constitución, con fastos bien programados sobre todo por la presidenta del Congreso, va a significar, espero y confío, la apertura de una nueva era, necesariamente reformista, incluso del propio texto constitucional, que ha aguantado como ha podido hasta ahora sin introducir algunos cambios que me parece que todo el mundo admite ya como imprescindibles. Estas cuatro décadas constitucionales estuvieron marcadas por la figura de Juan Carlos de Borbón, y la trayectoria, en lo que a esta conmemoración se refiere, ha sido básicamente positiva. Es a lo que, me parece, debemos atenernos en estos días conmemorativos.

Por eso, me parece acertado 'recuperar' a la figura del llamado Rey emérito en algún sitial de los fastos. Merece ese reconocimiento histórico. Aunque trapisondas posteriores, llegadas en los peores momentos para la causa monárquica, severamente zarandeada desde la periferia peninsular y también desde alguna formación emergente, hayan llevado, lógicamente, a cuestionar aspectos del papel jugado por el ex jefe del Estado. Al César, lo que es del César: Juan Carlos se ganó el puesto en estos fastos, y bien ha hecho Felipe VI reconociéndoselo, aunque quizá revelaciones posteriores hicieran que el emérito haya perdido algún rincón de privilegio en nuestros corazones. Ahora toca lo que toca; luego, la Historia, inevitable, hará su labor.

Puede que no haya muchas más oportunidades, tras esta semana que viene, para recuperar a una figura que está en el pasado de todos nosotros. Un pasado que, con todo, ha hecho buena la frase aquella, quizá pronunciada en privado por el propio Juan Carlos: "que, cuando peor nos vaya, nos vaya como ahora". Pasado mañana, o al siguiente día, en todo caso cuando haya transcurrido el hito icónico del 6-D, será tiempo de ocuparse del futuro. Que también es, como el pretérito, inevitable, aunque nadie sepa muy bien, glub, por dónde ha de discurrirnos. Confío en no tener que desmentirme a mí mismo teniendo que reconocer que, en efecto, el tiempo pasado fue mejor.