Actualizado 23/10/2018 08:00

No te va a gustar.- El, ejem, embajador

MADRID, 23 Oct. (OTR/PRESS) -

Lo lógico es que, ante una guerra, haya dos embajadores, uno de un lado y otro del otro, que se reúnan para atenuar daños y preparar la paz. Por ejemplo, ocurrió, según muchos testimonios, en la segunda guerra mundial, cuando enviados especiales que representaban a Gran Bretaña, a Alemania y a Rusia, se encontraban periódicamente en terreno neutral de manera sigilosa, negociando lo que las mentes sensatas en Berlín -Hitler, claro, no figuraba entre ellas- daban ya como segura derrota del Reich. Quiero con ello decir que me parece lógica toda conversación, o hasta negociación, para llegar a acuerdos desde el Estado incluso con los presos -'el' preso- en Lledoners, o hasta con el falso exiliado -fugado- de Waterloo. Lo que no es tan lógico es que el 'embajador' vaya pregonando su misión como si fuese una hazaña personal por los micrófonos unionistas, encantando así a los medios independentistas el público reconocimiento de los presuntos delincuentes como interlocutores oficiales.

El problema no es la ilógica de que unos Presupuestos hayan de negociarse, sin haber sido aprobados en el Parlamento, por alguien que, 'de iure', aunque parece que sí 'de facto', no pertenece al Gobierno, con unos interlocutores a la espera de juicio por delitos muy graves y quizá también a la espera de indulto tras la sentencia, quién sabe. El problema es que todo esto cale en una ciudadanía que se acostumbra tanto a la falta de cualquier lógica convencional como a la inseguridad jurídica. Y esto se va traduciendo bastante rápidamente en una profunda involución social, a cualquiera de los dos lados del españolísimo río Ebro. O sea, lo de las dos Españas que han de helarnos el corazón.

Para nada me escandaliza que Pablo Iglesias vaya a Lledoners a entrevistarse con Junqueras en su 'despacho' en el ala de psiquiatría de la cárcel de Sant Joan de Vilatorrada, en el Bagés. Allí, al fin y al cabo, recibe el líder de Esquerra a visitantes que van desde el presidente de la CEOE hasta el líder de UGT, pasando por la excéntrica sor Lucía Caram o el ruidoso diputado Juan Gabriel Rufián. Es, al fin y al cabo, uno de los 'tres presidentes de hecho' de la Generalitat, y el interlocutor más viable para un Gobierno central cuyo presidente demora, a ver si algún día es posible, su anunciado encuentro otoñal con el 'president oficial', el intratable Quim Torra. Tampoco me escandaliza para nada que el mismo 'embajador' Iglesias charle (y lo cuente por todos los micros de España) durante tres cuartos de hora con Carles Puigdemont, el segundo 'president' de la Generalitat, no sé si para negociar los Presupuestos o qué diablos.

Lo que de verdad me preocupa es que ese 'embajador', lejos de actuar como un verdadero diplomático profesional, velando por los intereses de su Estado, o sea, de su país, es decir, de España, parezca preocuparse mucho más de su imagen, de su protagonismo en su propio partido -que este fin de semana se va de cónclave a Vistalegre--, de su ego inmenso. Es decir, y ahora ampliando el círculo, nuestras formaciones, todas ellas, siguen pensando mucho más en las elecciones y en sus circunstancias que en la estabilidad de un Estado que evidencia demasiados boquetes por donde entra el agua.

Que la actividad 'diplomática', ejem, de Iglesias pueda parecer una solución para remendar y, a su modo, cohesionar el país en estos momentos de declive no es sino una muestra más de la debilidad anímica de ese país. Especialmente, cuando el, ejem-ejem, embajador parece que plenipotenciario se dedica a sacudir de lo lindo al jefe de ese mismo Estado y, de paso, al sistema (monárquico) que representa y lo sustenta. Que no digo yo que Iglesias no tenga perfecto derecho a hacer esa crítica y a optar por la República; claro que lo tiene en cuanto que ciudadano y en cuanto que líder de una formación política. Pero no estoy seguro de que ni el embajador británico, ni el alemán, ni el ruso, hubiesen podido ni debido criticar a Churchill o al Rey Jorge VI del Reino Unido, o ni siquiera a Stalin o Hitler: ellos tenían una misión silenciosa que cumplir, y sus opiniones acerca de sus mandatarios, seguramente no demasiado positivas, tenían que aparcarlas en su almario. Es la grandeza y la miseria de los diplomáticos.

Jamás reprocharé a Pedro Sánchez que envíe embajadores a Lledoners o a Waterloo. Es urgente buscar soluciones no, desde luego, para los Presupuestos sanchistas ni para su larga estancia en La Moncloa, sino para mantener al país unido y lo más estable posible dentro de una 'conllevanza territorial' lo más larga que se pueda. Y eso exige, en mi opinión, más diálogo que amenazas, más zanahoria que palo con el bate del 155. Lo que de verdad me preocupa es la elección del embajador jefe, cuyas virtudes (y defectos, obviamente) son precisamente la antítesis de las cualidades de un diplomático, incluyendo, ya que estamos en este terreno, que su inglés no es demasiado bueno tampoco. Ni, ya digo, la lógica le acompaña con demasiada asiduidad.