Actualizado 18/06/2010 14:00

Charo Zarzalejos.- El vértigo como estrategia.

MADRID, 18 Jun. (OTR/PRESS) -

Cuando el miércoles Maria Teresa Fernández de la Vega y el ministro de Trabajo informaban de la aprobación del decreto sobre la reforma laboral, el país estaba sumido en la ilusión de ver el triunfo de nuestro equipo. El triunfo no llegó y la tarde se sumió en la melancolía. Han tenido que pasar unas horas para volver de nuevo a la realidad. Los espejismos tienen eso, que duran poco.

Y con la realidad pegada a la cara, se comprueba como de nuevo el Gobierno se adentra en el vértigo de no tener la certeza de que la reforma laboral sea aprobada en el Congreso el próximo martes. Es como si le gustara la intriga, porque en otro caso, no se entiende que haya medido tan mal, de manera tan ajustada los tiempos, máxime cuando los plazos se conocían de antemano. Que ayer jueves, el presidente tenía que estar en Bruselas estaba en el calendario desde hace semanas. Y desde hace semanas se sabía que el acuerdo entre patronal y sindicatos rozaba la quimera. A estas alturas no se sabe muy bien si ha sido el Gobierno el que ha querido agotar el tiempo del dialogo social para hacer posible el acuerdo, o bien se ha estirado el tiempo del dialogo social para darse tiempo a sí mismo. El Ejecutivo sabía mejor y antes que nadie que el acuerdo no era posible.

Y así se llegó al martes de esta misma semana. Esa misma tarde el presidente se reunió con expertos para, presumiblemente, elaborar la redacción final del decreto. Faltaban horas para el Consejo de Ministros y el decreto no estaba ultimado. Se aprueba el decreto y, al menos, el principal partido de la oposición tiene conocimiento del mismo a través de la pagina web de Moncloa. Los demás grupos no han tenido un mejor trato y otra vez el vértigo que produce verse necesitado de apoyos ajenos.

Ocurrió algo parecido con el decreto antidéficit. Siempre al borde del abismo, siempre en el último momento. Los grupos parlamentarios, que ya han acumulado alguna experiencia, han obviado pronunciarse hasta conocer el texto final y ahora, de nuevo, un proceso de contactos casi contrarreloj para conseguir garantías de que las propuestas que hagan cuando se debata como proyecto de ley va a ser admitidas.

Las miradas y el cariño están puestos en CiU, que se ha convertido en vigilante supremo del Gobierno y todos se miran a todos porque en el fondo ningún grupo quiere convertirse en responsable de una eventual derrota del Gobierno y que el decreto no pueda ser convalidado. Si esto ocurriera, sería tanto como la antesala forzada de unas elecciones anticipadas y CiU no las quiere, al menos durante los próximos meses. El decreto saldrá adelante y el vértigo se aminora. Como no es posible tanta torpeza, hay que pensar que es pura estrategia.

El Partido Popular se lo va a hacer mirar. Muchos diputados hubieran preferido que ante el decreto antideficit la posición hubiera sido la de la abstención. Rajoy no se arrepiente de su voto negativo, pero ante la reforma laboral deben ir con especial cuidado, aún cuando no obtengan del PSOE garantía alguna de que sus propuestas van a ser admitidas en el proyecto de ley. En esta ocasión, el principal partido de la oposición no puede votar en contra, pero nada le obliga a votar a favor. La falta de cortesía del Gobierno con quien representa a diez millones de ciudadanos no es el mejor modo de crear el clima necesario para el acuerdo. Cuando el presidente ha querido el apoyo de Rajoy lo ha hecho saber, le ha recibido en Moncloa y el acuerdo ha sido posible. Una reforma laboral, que según el presidente va a ser para muchos años, bien hubiera merecido un encuentro en Moncloa. No hay que descartar que el vértigo sea la estrategia.