Actualizado 31/03/2017 01:05

Las enfermedades neurodegenerativas suponen para las arcas norteamericanas entre 1,5 y 3 billones de dólares en 2015


Por Fernando Sanjuán Martín, neurocavis, MADRID, 17 Nov. (OTR/PRESS) -

Las enfermedades neurológicas y los trastornos mentales, han obligado a los norteamericanos a invertir alrededor de 3 billones de dólares, el 8,8% del producto interior bruto en estos procesos en el 2015.

Más de 50 millones de norteamericanos, el 21,8% de la población adulta, se aquejaron un trastorno cerebral o mental en el último año, e, incluye, a enfermedades tan prevalentes como el Alzheimer, Parkinson, enfermedad de Huntington, atrofia muscular espinal, ataxia de Friedrich u otros procesos psiquiátricos.

El pull de la neurodegeneración consiste en investigar las enfermedades neurodegenerativas en los distintos grupos etarios, debiendo centrarse en la patogénesis (estudia las causas y el desarrollo de la enfermedades), el tratamiento y la prevención.
Deben incluirse, asimismo, investigaciones sobre la estructura y función de los sistemas neuronales que permitan identificar estrategias de intervención. El papel de los investigadores consiste en desarrollar, administrar e implementar los programas científicos y promocionar la traducción de los resultados a la práctica clínica.

Temas candentes como la apoptosis neuronal (muerte celular), el plegamiento de las proteínas, las patologías mitocondriales (orgánulos que se encargan de suministrar la energía necesaria a las células del organismo), estudios epidemiológicos, genéticos, de biomarcadores, clínicos, neuromoduladores, incluyendo la estimulación cerebral profunda, y la terapia génica, junto a proyectos de la fase final de los trastornos neurodegenerativos, no pueden perderse de vista.

Esto obliga, exige y excita la oportunidad para volcarse en la investigación de nuevos tratamientos tendentes a mejorar el progreso, la prosperidad y la salud, según el análisis del estudio publicado recientemente por la Fundación de Tecnología e Innovación de la Información (ITIF), organización sin ánimo de lucro, muy prolífica, respetada y considerada, en el plano político en USA.

Los beneficios potenciales que podrían derivarse del impulso investigador, sería la punta de lanza para acelerar el progreso, la innovación y el desarrollo de un amplio abanico de otros trastornos neurodegenerativos y mentales, de difícil tipificación y de su abordaje sin mayor dilación.

Del mismo modo que existe un Pacto Mundial por el Calentamiento del Planeta, debería existir otro similar por la investigación de las enfermedades degenerativas que competen al sistema nervioso.

Cientos de millones de personas en todo el mundo, se diagnostican y sufren de una diversidad y heterogeneidad de condiciones mentales y neurológicas que se traducen en fallecimientos.

Además del incalculable coste humano individual y familiar, los sanitarios directos provocados por los ingresos hospitalarios y las pruebas complementarias, sumado a los indirectos por la cronificación de estas enfermedades para el resto de la existencia y su empeoramiento evolutivo, el incremento del gasto farmacéutico, la disminución de la productividad, la incapacidad temporal, la invalidez, la asistencia social y de los cuidadores, la adaptación de la vivienda..., provocan un gran impacto sobre la economía de los países.

Si nuestros dirigentes y mandatarios fueran suficientemente sagaces y magnánimos, deberían percatarse de la increíble oportunidad que representa impulsar la investigación de éstas patologías de una forma decidida y estimular el descubrimiento de nuevos tratamientos que, sin duda, mejorarían al mismo tiempo la salud y aumentarían la prosperidad. Si pudiéramos ser más incisivos en las innovaciones para hacer frente a estas condiciones, las ganancias económicas, probablemente, superarían sobradamente los costos de la investigación.

En lo a nuestro país compete, con casi 1,2 millones de afectados y con un sensible repunte económico respecto a la década precedente, se suscita la necesidad de un reflexión seria sobre la manera de conformar la política sanitaria, maximizando los esfuerzos para encauzar o tratar de mejorar estas enfermedades, y no exclusivamente luchando por la obtención de un pensión de discapacidad, sino asignando fondos a la investigación.

Con la evolución científica, se ha revelado cómo muchos tipos de enfermedades muestran un componente físico directo y que la innovación biofarmaceútica sostiene una promesa significativa en el suministro de tratamientos. A pesar de que los científicos todavía comprenden escasamente el cerebro y la mente, y la mayoría de los fármacos y tratamientos están dirigidos a los síntomas y no al origen. Hay que crear políticas que impulsen el descubrimiento de nuevos tratamientos a través del desarrollo biofarmaceútico, garantizando la protección de la propiedad intelectual de los medicamentos en los mercados y mediante la limitación de los controles de precios.

De igual forma y con carácter general, habría que revisar las políticas de fiscalidad que redujeran las tasas de impuestos sobre beneficios para facilitar la distracción de cantidades dirigidas a la investigación. Bien para la industria y mejor para nuestros investigadores.

Por otra parte, si no llegamos a mejorar, aunque sea de forma modesta, las condiciones presupuestarias a corto plazo en los aspectos relacionados con la salud mental y neurológica, no lograremos reducir el sufrimiento humano ni mejoraremos el crecimiento económico, aunque esto no se vislumbre con claridad y parezca paradójico. Establecer amplios consensos y a largo plazo, no limitados a mandatos políticos temporales, es un error craso y un camino que nos relega a un segundo plano y nos conduce a ninguna parte.

El desarrollo médico y tecnológico, junto al avance y mejora de las condiciones sociales, ha prolongado nuestra supervivencia, y como contrapartida se ha propiciado la aparición de enfermedades neurodegenerativas como las demencias, la esclerosis múltiple o la enfermedad de Creutzfeldt- Jakob. De ahí que, el crecimiento progresivo de personas discapacitadas haya arborecido y exija una respuesta social cada vez mayor, o, por el contrario ¿seguimos esperando a Godot?