Acompañando a familiares de víctimas del Covid: "Cuando se acerca la muerte, lo pones todo en cuestión"

Nubar Hamparzoumian y Daniel Cuesta
Nubar Hamparzoumian y Daniel Cuesta, jesuitas - "Hemos tratado de ser una presencia que acompaña en un momento tan doloroso"
Actualizado: martes, 5 mayo 2020 20:22

MADRID, 05 may. (EDIZIONES)

Un fallecido tras otro cada 20 minutos. Así era el día a día en el Cementerio de la Almudena de Madrid durante la primera semana de Pascua en mitad de la pandemia del coronavirus. Daniel Cuesta y Nubar Hamparzoumian, dos diáconos jesuitas, acudieron hasta ahí como voluntarios a la llamada del Arzobispado de Madrid, para ayudar en una labor invisible que ya se hace de ordinario.

Antes de todo esto, el 8 de febrero, tras ser ordenados diáconos, las agendas de Daniel y Nubar estaban repletas de celebraciones de bodas y bautizos. Justo después, esas bodas y bautizos se cancelaron para dar paso a algo que, en palabras de Nubar: "no sueles contar que haces porque la gente se echa para atrás": las exequias.

Ambos estuvieron una semana, la primera de Pascua, de 9 de la mañana a 5 de la tarde en el Cementerio de La Almudena rezando por los difuntos que iban a ser incinerados o enterrados allí o en otras provincias y acompañando a sus familiares. Europa Press ha hablado con ellos sobre esta experiencia.

¿Qué os motivó a tomar esa decisión de implicaros en este tema?

Daniel Cuesta: Pues a mí, personalmente, tres testimonios. De primeras, unas palabras de mi superior, que ha pasado por este virus. Él decía: "Los primeros cristianos, en las épocas en las que había pestes, no abandonaban las ciudades; sino que se implicaban en el sufrimiento". Haciendo referencia a esto, decía que los sacerdotes y diáconos tenían que estar, o bien sufriendo la enfermedad en cama, o bien ayudando en hospitales y cementerios.

Esta frase hizo que me viniera a la mente otro testimonio de un jesuita, San Luis Gonzaga, que murió de agotamiento durante una peste en Roma, precisamente por atender a los enfermos.

Y, por último, unas palabras del Padre Arrupe, un general que tuvo la Compañía de Jesús que está en proceso de beatificación, que, cuando cayó la bomba atómica en Hiroshima, tras montar un hospital de campaña, dijo: "Hay momentos en los que los cristianos y los sacerdotes no se pueden reservar".

Para mí esos tres testimonios fueron clave para recordarme cuál es mi sitio, cuál es mi vocación y por qué estoy aquí.

Nubar Hamparzoumian: La frase de Arrupe yo también la tengo muy presente. Para mí también fueron cave unas palabras del Papa Pablo VI cuando se dirigió a la Compañía de Jesús en Roma y dijo: "En los sitios más complicados, en las fronteras físicas, culturales, intelectuales, han estado y están los jesuitas".
Para mí esto es algo que, desde la formación, lo vas trabajando y va calando la idea de que hay que estar donde haya necesidad. Entonces, no hay mucho más argumento que decir: estamos para responder las necesidades actuales, reales y más humanas. Y en este momento, si era el crematorio, pues el crematorio, y si era otro sitio, pues también, claro.


¿En algún momento habéis sentido dudas o incluso miedo al contagio dadas las circunstancias de esta crisis sanitaria a la hora de tomar esta decisión?

Daniel: Sí, claro. El miedo es una cosa humana. La cosa es qué haces con el miedo. A mí me dio mucho miedo. Lo desconocido da miedo. Una vez que conoces la situación, te das cuenta de que es una situación dura y dramática y que te puede vencer más en el aspecto psicológico que en el aspecto de contagio. Ahora, el miedo está ahí, pero hay una certeza por dentro, como ha dicho Nubar, un sentimiento de obligación que puede más que ese miedo.


¿Qué es exactamente lo que hacíais allí?

Nubar: Nosotros fundamentalmente lo que hacíamos era echar una mano en un servicio que ya se hace de ordinario y que, ante situaciones extraordinarias, ofrecemos apoyo.

En un día normal, iban llegando coches cada 20 minutos más o menos con 2 o 4 familiares, que son los que estaban permitidos. Ante esta situación, no era seguro meternos dentro de la capilla, que sería lo normal, para oficiar el responso religioso, si así era el deseo de los familiares, así que esperábamos fuera. La interacción con las familias era mínima. Llegabas, preguntabas el nombre, cómo le llamaban, si tenía algún mote, por hacerlo un poco más cercano para ellos, y luego se procedía a iniciar el ritual breve. Nuestra labor también era la de acompañar a las familias en este duelo más raro, más frío y difícil que de costumbre.

Daniel: Sí, ahí yo creo que hemos hecho como dos labores: la primera y principal es la de alivio a las familias y dar consuelo desde la fe. Y hay otra que a mí me gusta resaltarla, porque creo que es justo, que es la de dar alivio a las personas que hacen esto normalmente.

Cuando nosotros acudimos a esta llamada, nos encontramos con los verdaderos protagonistas de esto. Allí se encontraba un diácono al que le ayudan otras dos personas más, que trabaja allí todo el año y que estaba realizando este servicio durante 12 horas al día, de 9 de la mañana a 9 de la noche, cada 20 minutos. Eso es humanamente insostenible. Y, cuando llegamos allí, vimos que ellos necesitaban ayuda.


¿Cómo recibieron los compañeros y las familias esa ayuda?

Nubar: Los compañeros lo recibieron muy bien porque es una situación en la que puedes caer en el mecanicismo y, afortunadamente, no caes en eso, pero inevitablemente supone un desgaste físico y humano porque estás viendo a muchas personas cada 20 minutos con una historia diferente. Y, aunque no hables, eso va pesando.

Las familias, dentro de esa situación tan fría y deshumana de no haber podido ni despedirse de sus allegados, ni llorar juntos, tanto si eran religiosas como si no, aceptaban con agrado nuestra ayuda. Nuestra intención en estos casos es tratar de que ese momento de despedida sea digno.


¿Cómo son esos momentos con los familiares a solas: sienten necesidad de hablar o más bien de guardar sus sentimientos y limitarse a ser acompañados?

Daniel: Cada persona expresa su dolor de manera distinta. Hay de todo: te encuentras con personas que, simplemente al llegar, están ahí esperando y esperan a que empieces y cuando terminan dicen: gracias, Padre. Todo el mundo ha dicho un gracias muy profundo. También hay personas que necesitan hablar y estar. Nosotros hemos procurado estar allí esperando y respetando porque por muy diácono que seas no puedes meterte en la intimidad de la familia. Ahí había que estar con un paso atrás esperando que se diera esa comunicación.

¿Os habéis encontrado con alguna pregunta o inquietud por parte de los familiares que os haya resultado difícil de responder?

Nubar: Nada más extraordinario que cuando uno se acerca a la muerte, donde pones todo en cuestión. Lo difícil ante este tipo de preguntas es mantenerte firme y no emocionarte. Ver a un matrimonio en el que uno de los dos está fallecido y el otro se pregunta: "¿y yo qué hago ahora el resto de mi vida, cuando mi vida era esa persona?", es duro. Son preguntas que no estamos acostumbrados ninguno a responder.

Daniel: Hablamos de preguntas, pero la gente también te da respuestas. Recuerdo una señora que había perdido a su marido y se acercó y me dijo: "Padre, ¿y todo esto sin fe cómo se podrá vivir?", como dándote la respuesta.


¿Cómo gestionáis vuestros propios sentimientos y emociones en estos duros momentos?

Nubar: Como puedes. A mí personalmente hubo un caso que sucedió el día 15 de marzo, aniversario de la muerte de mi abuela, con una señora. Ese caso me rompió el alma por dentro porque me recordó a la misma situación de mis abuelos hace ocho años. Para no romper a llorar en estos momentos, trato de pensar que yo estoy aquí por estas personas, por esta familia, intentando dar un poco de esperanza en nombre de la Iglesia. Los primeros días me ayudó bastante el poder habla con Daniel, es decir, el saber que, si yo rompo, hay alguien que me sostiene. Después, también nos sostiene nuestra comunidad y el saber que la gente también rezaba por nosotros.

Daniel: Ahí nos hemos movido en dos extremos: el derrumbarte constantemente (y eso no es lo que se espera de ti en estas circunstancias), y convertirte en un témpano de hielo al que no le afecta nada. Mantenerse en un equilibrio y poder hablarlo y sentirnos sostenidos por los demás es lo que nos ha ayudado, que no implica que no hayamos tenido nuestros momentos de derrumbarnos, como es normal.


¿Cómo es llegar a casa después de una jornada acompañando?

Daniel: Llegar a casa era llegar reventado física y espiritualmente, comer algo, saludar a alguno y poco después acudir al aplauso sanitario e ir a misa. Allí, en el momento de las peticiones, yo compartía cómo me había sentido y soltaba todos mis sentimientos. Esto es algo que se ha repetido con otros compañeros de mi comunidad que han asistido después a prestar este servicio. El poder poner a todas esas personas y mis sentimientos tanto en la oración como en la celebración de la misa me ha dado un alivio y me ha sostenido enormemente.


 ¿Qué supone esta experiencia a nivel personal?

Nubar: Para mí hay una parte de confirmación de la vocación: estar donde la gente lo necesita en cualquier situación. Esto es un aprendizaje del diaconado del servicio desde la Iglesia a la sociedad. Como Iglesia, tenemos que estar acompañando tanto en los momentos de alegría y felicidad como en los momentos de dolor y de esperanza.

Daniel: El día que nos ordenaron, el cardenal Carlos Osoro, en la homilía repitió varias veces una frase que me ha marcado y creo que se ha hecho realidad: “no os desentendáis de las necesidades de los hombres”. Desde que soy diácono he oficiado bautizos de personas que no conocía y que, probablemente, no volveré a ver. También he hecho exequias de personas que no conocía y esto me ha hecho experimentar para qué nos hemos ordenado. No tanto para servir a los nuestros (amigos, familiares), que también, sino para servir y atender las necesidades de todos los hombres. Y yo creo que ese es el aprendizaje fundamental.


 ¿Se puede sacar algún aprendizaje de esta experiencia como sociedad?

Daniel Cuesta: Como dice San Agustín, yo creo que solo se ama aquello que se conoce. En este caso, yo creo que solo cambia aquello que se conoce.

Hay un peligro de experimentar esta pandemia en un nivel superficial, sin haber conocido lo que está pasando. Y no me refiero en haber perdido un familiar, ser médico, haber ido a un cementerio; sino intentar informarse, y padecer con la gente que está padeciendo.

Yo creo que ese aprendizaje solo se va a dar en aquellas personas que se hayan compadecido de esta situación. Un médico no va a ser el mismo antes y después de esto, y nosotros como diáconos no vamos a ejercer de la misma manera que lo hacíamos antes. Se puede cambiar y se va a cambiar, pero es un reto que exige trabajo personal.

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