MADRID, 6 May. (OTR/PRESS) - Hay veces en las que el periodista tiene que romper sus propias normas sagradas, tomar partido y decantarse. Sé que quienes nos etiquetan siempre encontrarán un buen motivo cuando lean esto que a continuación escribo. "Ya lo decía yo", dirán. Me lanzo a la piscina, sabiendo que nada, excepto de justificación moral de mí mismo, vale: yo votaría el domingo por Salvador Illa. No podré hacerlo, claro, porque no soy catalán, y menos aún socialista catalán. Pero Illa tiene en su haber algo evidente: es el menos malo y es incapaz de entusiasmar, pero también de enfurecer a nadie; ese es su encanto, por llamarlo de algún modo. Y es el último bastión constitucionalista que nos queda para empezar a solucionar lo que, decía Ortega y Gasset, no tiene más solución que la conllevanza: el conflicto territorial en Cataluña.