Actualizado 23/10/2006 14:05

RSC.- Tribuna de Expertos: Esteban Andrés, secretario general de la Asociación General de Productores de Maíz de España

"Ponerle puertas al campo"


MADRID, 23 Oct. (EUROPA PRESS) -

Hace poco la Organización Mundial del Comercio (OMC) confirmó que seis países europeos --Austria, Bélgica, Francia, Alemania Italia y Luxemburgo-- han actuado de manera ilegal prohibiendo la importación de variedades transgénicas previamente aprobadas por la Unión Europea. Esta decisión, que condena claramente una actuación unilateral y discriminatoria por parte de estos países, y en general de toda la UE, ha necesitado sin embargo tres años de intensos debates y profundos análisis, que han originado el mayor informe elaborado jamás por la OMC. Queremos creer que ésa ha sido la principal razón por la que la mayoría de "agentes sociales" españoles y europeos no se han hecho eco de ella.

Para ellos no parece relevante que durante ocho años la UE haya incumplido las leyes internacionales y haya limitado los derechos de los agricultores y consumidores españoles. Nuestra gente del campo necesita urgentemente soluciones para sobrevivir en un contexto en el que el sector agrícola pierde peso ante las exigencias de productividad. Y esos problemas de hoy han de ser atajados con herramientas modernas obtenidas gracias a la biotecnología, cada vez más reconocida como la ciencia del siglo XXI.

La sentencia de la OMC viene a decir que la UE nos ha tenido engañados: sus argumentos para limitar la importación de transgénicos --preocupación por la salud de los consumidores y el Medio Ambiente-- no eran sino la tapadera de un excesivo proteccionismo. Sin embargo, la mentira (o el error, siendo comprensivos) ha tenido un resultado desastroso para la UE, y más concretamente para España. Los cultivos y alimentos transgénicos tienen hoy una imagen que no se merecen entre la opinión pública, y grupúsculos desinformados han tomado el papel informador que correspondía a las autoridades y a los científicos. Éstos últimos, hartos de no ser escuchados, tiran la toalla o sencillamente se van a países en los que les dejan trabajar y les hacen caso. No es casualidad que todos los Premios Nobel concedidos hasta ahora en 2006 hayan recaído en investigadores norteamericanos. Y en dos casos, por aportaciones desde el ámbito de la genética.

Aberraciones como proponer que los cultivos transgénicos estén distanciados del resto de cultivos por 220 metros no son sino la consecuencia de haber arrastrado durante años una política europea cobarde que sólo ha favorecido los intereses de grupos de dudosa credibilidad cuyo mensaje de temor injustificado se ha visto apoyado por la indecisión de las autoridades europeas. De nada parece haber servido que los científicos españoles demuestren que guardar una separación de veinte metros entre cultivos transgénicos y convencionales es suficiente para que estos últimos no tengan trazas transgénicas (lo que, por otra parte, no es nada malo, como demuestran los más de diez años de consumo sin incidencias en Estados Unidos).

La decisión de la OMC viene a confirmar lo que ya muchos estudios científicos habían certificado: no existen razones relacionadas con la salud o el Medio Ambiente para limitar los transgénicos. Otra cosa son las cuestiones económicas o políticas.