Actualizado 29/04/2011 14:00

Luis del Val.- Manuscritos sin futuro.

MADRID, 29 Abr. (OTR/PRESS) -

En una de mis novelas recurrí al viejo truco del escritor que encuentra un manuscrito, pero como la novela se escribió a principios del siglo XXI, lo que halla el narrador es un cd, abandonado en un ordenador alquilado. Me acuerdo de este detalle porque el New York Times, ayer, publicó un interesante trabajo en el que se plantea la hipótesis de que puede extinguirse el manuscrito. Los jóvenes escriben mensajes en sus teléfonos, en sus ordenadores, en sus tablas o sus ipods, pero ninguno va provisto de un bolígrafo o un papel. Está claro que, a medida que en los centros escolares se imponga el uso del ordenador, los exámenes se harán por ese medio y que, de la misma manera que el bolígrafo desterró a la pluma estilográfica, la tabla es muy probable que convierta al bolígrafo en una pieza de museo.

Recuerdo los dedos entintados de Camilo José Cela, que nunca sucumbió a ninguna innovación, y escribía con pluma de mojar en el tintero, ni siquiera pluma estilográfica, y recuerdo la lucha confesada por Gabriel García Márquez hasta que le convencieron de que usara el ordenador tras el éxito de "Cien años de soledad". Se sometió al intento, pero detrás de la pantalla del ordenador sólo se encontraba una pared desnuda, que no le permitiera distraerse.

Algunas veces, en algunos museos o casas-museos he tenido la oportunidad de ver manuscritos de alguno de los grandes escritores. Y allí aparecen las tachaduras, las correcciones, como un grito de autenticidad, como un certificado de las dudas del creador. Pero los manuscritos tienen los días contados. Quedarán los textos limpios, asépticos, sin una maca, sin una imperfección, pero habremos perdido la velocidad materna de la escritura que es la que acompasa la transformación del pensamiento en palabras justo lo que tarda la mano en escribirlas. Así se escribió la Biblia y el Quijote, Antígona o El mercader de Venecia. La máquina de escribir supuso una revolución, pero los mensajes cortos telefónicos impelen a frases breves. Es como si el estilo de Azorín, que escribía a mano, triunfara a través de ipad. Pero lo que en Azorin era depuración en la expresión, puede que ahora sea vaguería y prisa, brevedad en aras de la urgencia. Está claro que la belleza no es rentable. Y que eso no es una noticia.