Publicado 09/06/2024 08:00

Fernando Jáuregui.- Uno de cada dos se quedará en casa este domingo. Y se equivocará no poco

MADRID 9 Jun. (OTR/PRESS) -

Lo ortodoxo y convencional sería comenzar una crónica sobre las elecciones ‘europeas’ de este domingo diciendo que más de trescientos cincuenta millones de personas están convocadas este fin de semana a las urnas de veintisiete países para elegir a 720 diputados, de los que 61 corresponden a España. Pero eso usted ya lo sabe: lo que debe saber además es que los sondeos recientes de muchos de esos países indican que la mitad, al menos, del electorado se queda en casa este finde y que muchos de esos ‘abstencionistas’ ni siquiera saben lo que está en juego. Y eso es muy, muy peligroso.

España está entre esos países a los que estas elecciones les importa poco más que una higa, porque la atroz campaña electoral que hemos vivido se ha presentado como un plebiscito, un duelo al sol Sánchez-Feijoo, un mandar a la mierda al adversario (como suena), una crónica judicial, académica y policial disfrazada de mitin. Y Puigdemont ahí, en la puerta, esperando a que se disipe la pólvora de las salvas y las ‘fake news’ para dar, dentro de unas horas, la gran campanada, fin de fiesta. No tengo el recuento muy exacto de lo que ha ocurrido en la campaña de la totalidad de ‘los veintisiete’. Pero sí sé que la manera loca como ha discurrido la campaña en España no tiene parangón.

Y ahí llegan, los dos ‘grandes’, empatados en los últimos trackings –espero que la junta electoral no me sancione por decirlo--, empate virtual al que han llegado los sondeos tras dar hasta hace pocos días una notoria ventaja del PP, que comprueba, desesperado, que el ‘caso Begoña Gómez’ con todas sus ramificaciones empresariales, universitarias, sobre la Guardia Civil, no sólo no ha ejercido influencia negativa en la intención de voto del electorado, sino que ha derivado en un reparto de pulseritas en el mitin de cierre de campaña socialista, en Fuenlabrada, con la leyenda ‘Free Bego’. Unas risas, vamos: saben que ‘lo de Begoña’ va a quedar penalmente en casi nada y ya lo celebran.

Todo, todo ha sido casi inenarrable. Y ahí queda Sánchez con su último mensaje antes de ir a votar este domingo: "voy a darme el gustazo y ganar a Feijoo y Abascal; estoy contando las horas". Claro que, en Valencia, a la misma hora, los del PP no se quedaban muy atrás, pidiendo el voto a los ‘populares’ "si no queréis que gane la corrupción y que Sánchez se refuerce". Ya digo, duelo al sol, repleto de episodios que hacen palidecer una democracia sana, con enfrentamiento sin par entre jueces y fiscales, con algunas instituciones tambaleándose, con el Congreso y el Senado partiéndose la cara, con los medios ninguneados entre otras cosas con las increíbles ‘cartas a la ciudadanía’ de un presidente que copó los titulares con una retirada de cinco días a meditar, tras las informaciones sobre las actividades ‘comerciales’ de su mujer, "sobre si esto merece la pena".

Sí, a Sánchez la reflexión ‘fake’ ha debido merecerle la pena, porque se ha lanzado al ruedo y a disparar fango con más ímpetu que nunca, descolocando, es la verdad, a su principal rival, el PP, al que, en el colmo de la ‘fake news’, equipara siempre con la ultraderecha de Abascal y con esos populismos que, ay, parece que van a avanzar no poco este fin de semana en la conquista de euro escaños. La verdad, digan lo que digan Sánchez y sus aplaudidores, es que Vox se ha convertido en el principal enemigo del PP, como Puigdemont lo es de Sánchez; lo otro son bulos interesados.

Y aquí andamos, ‘zurdos’ contra ‘facciosos’, dispuestos a la penúltima batalla tras la jornada de (i)rreflexión y fervorosos rezos a la Virgen. Tras las angustiadas llamadas a la participación. Porque unos y otros, ‘populares’ y socialistas, los de Sumar –no les llega la camisa al cuerpo--, los de Vox, los otros candidatos que tendrán más, menos o nula representación, andan llamándonos a votar tras no habernos hecho ni puñetero caso durante una campaña en la que no nos explicaron lo que podemos esperar de la ‘nueva’ Europa, porque estaban muy ocupados con sus juegos de poder y de tronos, con sus insultos y sus desmadres.

La verdad es que esa mitad larga de la población que previsiblemente se quedará en casa, o donde sea, sin ir a las urnas, en buena parta harta de que todo se dirima entre nuestros representantes o quienes aspiran serlo, se equivoca: hay que construir Europa, por encima de cimentar a Sánchez en La Moncloa o quitarle, por encima de traer a Feijoo o alejarlo para siempre, de que Yolanda Díaz se convierta, al fin, en un ala crítica de la izquierda o siga siendo un PSOE-bis condenado a la extensión progresiva. Por encima incluso de cortar las alas, o dárselas, a un Vox al que sonríen las perspectivas y la hermandad con muchos ‘euro ultras’. No he logrado saber muy bien si la abstención favorece a la izquierda o a la derecha, al populismo o a los ‘tradicionales’: perjudica a Europa.

Y sí, es posible que pasado mañana hayamos olvidado el resultado exacto de estas elecciones, porque ni Feijoo ni Sánchez se la juegan, más allá de lo sintomático, con los resultados. Y porque lo que va a ocurrir aquí a partir del lunes puede ser de aurora boreal –hoy no toca abordarlo, mañana sí--. Quizá, sí, dentro de una semana estas elecciones sean historia menor, porque otros titulares taparán a los de hoy. Pero ahí va a quedar un euro parlamento, una dirección de la UE que deben mantener lo que Europa significa en un mundo cada día más inquietante. Que no tengamos que culparnos, por nuestra abstención, de que nuestro Viejo Continente, el mejor sitio para seguir viviendo pese a todo, se degrada y se tambalea ante los empujes que le vienen de Oriente, los que le vendrán de Occidente, los que ya le llegan del Sur. Haga un esfuerzo, tápese la nariz y vote. Hágase, por favor, ese favor.