MADRID 17 Sep. (OTR/PRESS) -
Estas cosas las decimos siempre los periodistas, pero nunca como ahora lo he percibido con tal fuerza: la información anda de capa caída, la credibilidad de los gobiernos y las instituciones se halla bajo mínimos, la verdadera libertad de expresión casi ha dejado de existir o, al menos, está en riesgo de desaparición. Por eso no me extraña que mucha gente no se haya creído lo del segundo atentado contra Trump -incluso hay dudas, aunque no oficializadas, sobre el primero-. Ni, menos aún, se han creído las acusaciones de Maduro contra dos 'presuntos' agentes secretos españoles.
Ni tampoco me extraña ya, a estas alturas, que un medio importante, creo que odiado por el Gobierno español, se haya lanzado a denunciar que el PSOE prepara 'en secreto' una campaña contra jueces y periodistas para tapar "el caso Begoña Gómez". Nos hemos instalado en modo 'fake news' y la ciudadanía recela de la veracidad de casi todo, y duda de que ninguna buena intención se cobije bajo la acción de nuestros representantes. Lo peor es que quizá tengan razón.
Lo de Trump, presuntamente seguido por un individuo armado en su club de golf de Palm Beach, adquiere perfiles aún más polémicos que el primer atentado en el que una bala le alcanzó levemente en una oreja. No podría, desde luego, afirmar categóricamente que la campaña del candidato a repetir en la presidencia de los Estados Unidos se aderece con estas noticias sensacionales 'creadas' al efecto. De ninguna manera poseo pruebas sobre ello, más allá de algunas, cautas, informaciones procedentes de medios, en principio solventes, en los Estados Unidos. De momento, a lo que sí me atrevo es a decir que la falta de credibilidad de Trump, su absoluta carencia de escrúpulos a la hora de mentir burdamente, incluso cuando está bajo supervisión, hace al candidato susceptible de que sean bastantes -yo, la verdad, entre ellos- los que piensen que es capaz de cualquier cosa con tal de llevar votos a sus urnas. De cualquier cosa he dicho: total, ya intentó un golpe de Estado del que ha salido, increíble, bien parado...
Lo siento, pero esto tengo que conectarlo, la falta de credibilidad, digo, con las cosas que están ocurriendo en Venezuela. Y hasta en esta España nuestra, en la que de ninguna manera osaría comparar a nuestro presidente con el de que lo fue de Estados Unidos, porque Trump es, simplemente, incomparable e inalcanzable en sus desmanes, lo mismo que los métodos dictatoriales de Maduro jamás podrán equipararse a lo que aquí ocurra o llegue a ocurrir.
Pero sí es cierto que España, un país sin duda democrático, se ha convertido en un principado de las 'fake news', de la opacidad y de esa manera tan antidemocrática de demonizar a todo aquel que discrepe de las políticas 'oficiales', sean las practicadas por el Gobierno o por otros. Criticar los patentes excesos del Gobierno en materia legal y constitucional, que debería ser la obligación de todo periodista, se ha vuelto un ejercicio al parecer peligroso que hace que se te sitúe en áreas en las que siempre rechazaste activamente militar.
Y lo peor es que eso te convierte en un proscrito a la hora de recabar información en muchos departamentos ministeriales. Y no digamos ya en la sede del partido en la calle Ferraz, cuya comunicación externa está férreamente controlada. Simplemente inexpugnable para cualquier informador que se diga independiente o que, muy legítimamente por cierto, exprese ideas críticas hacia la actuación del Ejecutivo socialista e incluso de sus aliados de Sumar.
Ignoro si esa operación 'secreta' del PSOE contra algunos jueces y algunos periodistas que, con algunos nombres y apellidos -no todos-, denuncia un colega que, como José María Olmo, es un gran investigador, acabará cuajando: sospecho que, con su divulgación, ha sido volada. Y a fe que me alegro. Porque ese ventilador de basuras reales o creadas está muy lejos de lo que ha de ser una democracia sana. Y ello, independientemente de que se den cosas, como una instrucción judicial muy defectuosa, algo persecutoria, creo, en el caso 'Begoña Gómez', que son denunciables. El 'caso Gómez' existe, pero solo, me parece, en sus derivaciones éticas, estéticas y morales, pero no penales.
Se empieza lanzando a 'huelebraguetas', situados más o menos en las cloacas oficiales, contra jueces y periodistas; se contratan ejércitos de troles para, desde el anonimato, emponzoñar aún más unas redes sociales ya infectadas por el odio; se niega el pan y la sal informativos a los periodistas molestos o simplemente neutrales (o sea, molestos) y se termina, quién sabe, organizando un atentado 'fake' para que hablen de ti a mes y medio de unas elecciones que pueden cambiar el mundo. Y esto, vas y lo dices y hala, a la fachosfera, o vete a saber dónde, que vas de cabeza.