Escondites en la laguna de Venecia

Burano
Foto: EUROPA PRESS
Catedral de Santa María Asunta e Iglesia de Santa Mosaicos de la Catedral de Santa María Asunta en T Puente del Diablo en Torcello Ruinas en medio de la laguna de Venecia Torcello Viñedos y campanile en Mazzorbo
Actualizado: martes, 17 diciembre 2013 22:34

Por Cristina Pinilla

   Venecia es una ciudad para perderse, para ocultarse entre sus cientos de puentes y miles de esquinas que dibujan un mapa complejo con forma de pez. Sin embargo, más allá del Puente Rialto y de la plaza de San Marcos existe otra Venecia llena también de escondites y de tesoros escondidos.

   Es la ciudad que la mayoría de los turistas no ven, pero en la que habitan los verdaderos venecianos, lejos del bullicio y el ruido, de los flashes de las cámaras y del ajetreo mundano de la ciudad escenario, de la ciudad que nunca descansa y que cada día recibe al visitante.

   Esa otra Venecia se esconde desde hace siglos en la laguna, poblada por decenas de islotes cuyos moradores ven pasar la vida con el cielo sobre las cabezas y el agua bajo los pies en un lento discurrir, calmado, con aire de otras épocas.

   Desde la Fundamenta Nuova se debe coger un vaporetto, que llevará al visitante hasta estos otros lugares, alejados y olvidados, pero que un día fueron importantes centros de negocios y de intercambio de culturas.

   Es el caso de Mazzorbo, un pequeño islote a una media hora en barco desde la Serenísima, oculta tras Murano y la isla cementerio de San Michele. Un tranquilo lugar donde pasear y descubrir la iglesia de Santa Caterina, del siglo XIV, o los viñedos que desde hace siglos se empeñan en sobrevivir en este entorno hostil y húmedo.

COLORIDA BURANO.

   Con sólo cruzar un puente, los vecinos de Mazzorbo pueden llegar a Burano --que no hay que confundir con la mucho más grande Murano, famosa por su artesanía de vidrio--, una isla de unos 7.000 habitantes con cierta afluencia de turistas, que se afanan por ver sus canales sin las apreturas y empujones de Venecia.

   Sin embargo, la isla tiene más que ofrecer al visitante. Desde la Iglesia de San Martín, que alberga una 'Crucifixión' de Tiepolo y cuya torre se inclina más y más con los años al ceder de los cimientos sobre los que está construida, al museo del encaje de hilo, una artesanía muy apreciada en la zona.

   Pero el principal atractivo de Burano son, sin lugar a dudas, sus casas pintadas de mil colores, que se reflejan en el agua de los canales y en las vidrieras de los escaparates. Una isla que casi parece mentira, construida para disfrute del hombre, hasta que los graznidos de las gaviotas nos avisan de que llega la pesca a la lonja y que la vida cotidiana sigue aquí como en todas partes.

HEMINGWAY ELIGIÓ TORCELLO.

   Frente a las decenas de bares y restaurantes, y a las tiendas de souvenirs preparadas para recibir a los turistas en Burano, la isla de Torcello casi se antoja un lugar en el fin de la laguna, donde retirarse para acercarse a la naturaleza, meditar y encontrarse a uno mismo.

   Eso debió de pensar el escritor norteamericano Ernest Hemingway, quien se refugió en un pequeño hotel de la isla al finalizar la II Guerra Mundial para escribir su novela 'Al otro lado del río y entre los árboles'.

   Sin embargo, esta isla, carente ahora de canales como sus vecinas por culpa de las enfermedades, cuya dispersión obligó a drenar la mayor parte de los terrenos, llegó a superar los 20.000 habitantes --hoy apenas viven aquí dos docenas de personas-- y es la isla habitada por mayor periodo continuado de toda la laguna.

   En ella se oculta una joya que rememora el espléndido pasado de este lugar, la Catedral de Santa María Asunta, de principios del primer milenio, una construcción bizantina que en nada desmerece a la propia San Marcos, salvo quizás por su tamaño, mucho más modesto. Sus paredes están recubiertas de mosaicos dorados representando a la Virgen, a Jesús y, en el fondo de la nave, un imponente Juicio Final.

   Junto a la catedral se levanta la mucho más modesta Iglesia de Santa Fosca, de cruz griega y cúpula casi plana. Y delante, otro de los mitos de la isla de Torcello, el trono de Atila quien, según la leyenda, habría obligado a los antiguos moradores de la costa peninsular a huir hasta las islas en medio de la laguna.

   El canal que guía al visitante desde el embarcadero hasta el minúsculo centro de esta isla, hoy casi despoblada, sólo está cruzado por un puente, el del Diablo, cuyo nombre podría venir de una antigua familia de Torcello y que es, junto con el puente Chiodo del barrio de Cannaregio, el único de estilo originalmente veneciano de toda la laguna.

   Desde Torcello aún se puede seguir recorriendo las aguas grises e inmóviles de la laguna, entre los postes que marcan los caminos y el volar de las gaviotas. Sant'Erasmo, Vignole o Lido, todas en la misma zona de la laguna, esconden otros secretos por descubrir, otras historias para ser contadas.

Son razones para pasar más de dos días en Venecia, lugares donde escapar del bullicio del centro histórico y para imaginar cómo ha sido durante siglos el discurrir lento de la vida en esta ciudad flotante.