Un niño asoma su mano en una bandera de la UE
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Actualizado: domingo, 9 abril 2017 9:08

MADRID, 9 Abr. (Por Hugo Cuello, politólogo y miembro de Con Copia a Europa) -

Europa se ha acostumbrado a estar en crisis constante. Empezó hace casi 10 años y aún no nos hemos recuperado. En este contexto, vanagloriarnos de los grandes éxitos del pasado es una ilusión impregnada de la misma complacencia que nos ha impedido dar los pasos necesarios para avanzar. Dejemos de mirar lo bien que se hizo hace 60 años y pensamos qué tal lo hemos hecho en esta última década.

En la semana del 60 aniversario de la firma del Tratado de Roma ha quedado plasmada la enorme disparidad de percepción que hay entre líderes y ciudadanos sobre la UE. Mientras unos siguen en modo negación, intentando aferrarse a los éxitos del pasado, muchos ciudadanos (en particular los jóvenes que ya dan esos éxitos por sentados) hacen una crítica constante a la situación actual del proceso de integración.

Mientras exista esa desconexión y los europeos no sientan que su voz es escuchada en Bruselas, el euroescepticismo aumentará y lo que podía ser una crítica legitima hacía la UE se convierte en una ataque destructivo que lo que busca es eliminar todo progreso que pueda existir bajo un futuro común.

Desde 2008 (y antes) se llevan escuchando voces que señalan con claridad los problemas de funcionamiento de la UE y sus respectivas medidas para solucionarlo. Si existe algo más frustrante que encontrarse con un problema y no saber cómo solucionarlo, es encontrarse con un problema, saber cómo solucionarlo y aun así ver a los responsables cruzados de brazos. Siguiendo la famosa cita, estamos cometiendo una estupidez si creemos que haciendo siempre lo mismo vamos a obtener resultados diferentes.

MÁS PARTICIPACIÓN

A estas alturas, donde las medidas para solucionar las diversas crisis por las que pasa Europa son de sobra conocidas, solo que no se implementan, podemos observar cuál es el verdadero problema que está frenando el avance de Europa. En 2014 nos prometieron que la elección directa del presidente de la Comisión cambiaría las cosas y que tendríamos una Comisión más política y cercana a los intereses de los ciudadanos, no ha sido así. Todos los procesos de control que tiene la Comisión por parte de los Estados Miembros lo ha hecho imposible independientemente de quién la lidere.

También señalábamos que la falta de medios europeos era un escollo pues era imposible crear una ciudadanía europea si no había información común. Luego nació 'político.eu', un medio puramente europeo que aporta información especializada a los interesados, pero aún está lejos de llegar al público general del continente. En cambio, durante todo este periodo ha habido un factor constante: los líderes nacionales han frenado toda medida que implique dar un verdadero salto cualitativo hacia adelante.

Uno pensaría que con cada momento de tensión que ha vivido la UE en estos años, desde los días en que Grecia casi entra en quiebra hasta la votación del Brexit, los líderes nacionales (véase jefes de estados y de gobierno de los 28 estados miembros) reaccionarían y se darían cuenta de que hacer la acción mínima deseable no es suficiente. No ha sido así. Crisis tras crisis hemos visto cómo los líderes europeos se asomaban al abismo y daban un tímido paso atrás para no caer, pero nunca eran capaces de cambiar el rumbo y dejar el precipicio atrás.

Dadas las circunstancias, es de esperar que, hasta que no haya un cambio real de liderazgo en los Estados miembros, Europa seguirá errática, moviéndose de forma reactiva ante los problemas que se presentan. El gobierno alemán, en su insistencia en una mayor integración pero solo en términos intergubernamentales (es decir, más poder para que los Estados miembros decidan a costa de las instituciones comunes de todos los europeos como la Comisión o el Parlamento Europeo) ha sido el mayor freno a este necesario cambio de ritmo y de ruta.

Dejando atrás el terrible duo "Merkozy", muchos creímos erróneamente que Hollande sería capaz de frenar esta deriva. La aparición de líderes alternativos como Renzi o Tsipras también dio un pequeño respiro, que duró poco en materializarse y aún menos en fracasar. Con el Brexit y tras el shock original vino la esperanza de que el evento fuera el llamamiento necesario para despertar del trance de complacencia y pasividad. Aún seguimos esperando a una reacción contundente frente a un trauma de tal calibre.

¿Y España? España ni está ni se la espera. Nos hemos limitado a seguir a la manada, sin ofrecer el liderazgo que tanto nos han reclamado algunos de nuestros aliados.

CAMBIO DE LIDERAZGO

En 2007 la celebración de los 50 años de la firma del Tratado de Roma podía haberse llenado de deleite y satisfacción pensando que nos encontrábamos en el mejor momento posible, como de hecho se hizo. Hacer lo mismo 10 años después es ignorar lo ciegos que estábamos entonces.

Solo un cambio de liderazgo en el motor de Europa, particularmente en Francia y Alemania, puede ofrecer avances en términos de unión política y social, esenciales para cumplir con una unión económica ya existente pero aún disfuncional. La ilusión de muchos es que Hollande y Merkel dejen paso a líderes que crean en algo mejor que el desgastado "Más Europa", usado constantemente como justificación al continuismo más conservador. Hay esperanzas de que un posible tándem Schulz-Macron esté dispuesto a avanzar en este terreno, pero aún es demasiado pronto para ilusionarse.

Si los cambios no llegan, seguiremos incrédulos viendo cómo los nuevos movimientos anti-europeos van tomando fuerza y haciendo que la UE se descomponga ante nuestros ojos. Algo que está mucho más cerca de lo que creíamos hace unos años.

Como ciudadanía, tenemos que pedir responsabilidades a nuestros políticos nacionales de lo que hacen en Europa, porque nos guste o no son ellos los que tienen el mando del timón europeo y a ellos hay que castigar (o premiar) por el rumbo que toma la UE. Dejemos de culpar tanto a Bruselas y miremos más a Madrid, a Roma, a Paris y a Berlín. Ahí están los verdaderos líderes que pueden transformar Europa, o destruirla.