Publicado 27/07/2017 08:00

Antonio Casado.- Felipe VI, el abanderado

MADRID, 27 Jul. (OTR/PRESS) -

Más institucional por la mañana (Centro de Alto Rendimiento de San Cugat, decisivo en la preparación de los atletas españoles) y más emocional por la tarde (recepción ofrecida por la alcaldesa Coláu en el palacete Albéniz), el Rey Felipe VI recordó el martes pasado, en presencia del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, que el memorable éxito de los Juegos Olímpicos celebrados hace veinticinco años en Barcelona es una prueba más de lo que se consigue "cuando trabajamos juntos en una misma dirección, sumando el esfuerzo de todos".

Pocos antecedentes históricos como la organización de aquellos Juegos del 92 reflejan mejor el resultado de una complicidad tan fecunda como la que entonces acabó implicando a las distintas administraciones, al sector público y al sector privado al tiempo, a voluntarios y contratados, creadores y técnicos, deportistas y federativos, políticos nacionalistas y no nacionalistas, siempre a la luz de la que por aquellos días fue una secuencia verbal de amplia circulación: "lo que es bueno para Barcelona es bueno para Cataluña y lo que es bueno para Cataluña es bueno para España". Luminosas palabras del entonces alcalde de Barcelona, Pascual Maragall, presente en los actos del martes.

Ese canto al interés general y la remada conjunta como método de progreso estuvo presente en las dos intervenciones del Rey, la de la mañana en San Cugat y la de la noche en el palacete Albéniz. Precisamente cuando está tan vivo el reto secesionista planteado contra el Estado por los partidos independentistas que reinan en la Generalitat. Y de ahí que las apelaciones de Felipe VI a la unidad, habituales en todos sus discursos, hayan sido esta vez tan oportunas y tan necesarias.

Sin embargo, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, que solo usó el castellano para decir una frase muy concreta, estuvo muy parco en elogiar la conjunción técnica y emocional de "lo catalán" y "lo español" en pos de un objetivo común. Se limitó a recordar que aquella llama olímpica simbolizó el "compromiso de las instituciones públicas y la sociedad civil para constituir una sociedad mejor", en un contexto exclusivamente catalán. Es decir, que aquellos Juegos Olímpicos fueron "un reflejo exacto de la forma de ser y de actuar de Cataluña y de su gente". Como si lo español no hubiera existido en al trastienda, la organización, la celebración, la difusión y el éxito internacional de los Juegos.

Por eso hay que celebrar las alusiones del Rey a la "inestimable aportación de miles de personas y de voluntarios de Barcelona y de toda España" en un éxito que fue un "producto del esfuerzo, la generosidad y el compromiso de todos". Y hay que rememorar su personal papel de abanderado de nuestra delegación olímpica cuando aún era Príncipie de Asturias, asimilable a su actual papel institucional de abanderado de la unidad de España, puesta en cuestión por los partidos soberanistas.

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