Publicado 14/08/2018 08:00

Luis Del Val.- Si un hijo mío

MADRID, 14 Ago. (OTR/PRESS) -

Si un hijo mío hubiese muerto en las Ramblas de Barcelona, el pasado 17 de agosto, asesinado por un criminal que necesita apoyar la mierda de su cerebro en un dios, porque sin esa excusa inventada no puede ejercer su trabajo de verdugo, puede que se me hubieran secado las lágrimas, pero estarían prontas a su reaparición, al acercarse el terrible aniversario.

Si a un hijo mío le hubieran arrebatado su futuro en un instante, y hubieran envuelto en sangre sus ilusiones y sus proyectos, no estoy seguro de no haber enloquecido, o de haberme desviado por el camino de la venganza, esa ruta que deja sabor a ceniza en los labios, pero que permite tener una misión, cuando crees que tu vida ya no tiene sentido.

Y, si un hijo mío -me da lo mismo su edad, porque un hijo nunca debe ser enterrado por su padre- hubiese quedado tendido en ese camino que es camino del mar, sendero donde los colores de los quioscos de flores compiten con las portadas de las quioscos de Prensa, si un hijo mío, repito, me lo hubieran matado allí, creo que ignoro cómo habría reaccionado, porque es difícil ponerse dentro de la piel de quien protagoniza una tragedia.

Pero de algo estoy seguro. Y es que, si un hijo mío hubiera sido asesinado en Barcelona, y en un acto en recuerdo de las víctimas, alguien tan miserable y desvergonzado como sólo puede serlo un secesionista fanático, empleara el acto tratando de reivindicar su locura, es decir, aprovechara el homenaje a los muertos para cagarse en ellos, con su panfletaria grosería, no sé qué podría sujetarme para impedir que su rastrera mezquindad me hiciera tanto daño, me causara tanto dolor, que ignoro de qué manera reaccionaría, pero creo que no sería de una manera civilizada, porque, en algunas ocasiones, no hay más remedio que ponerse al nivel de los hijos de puta. Y mi hijo seguro que me perdonaba.

Leer más acerca de:

Rafael Torres

¿España está loca?

por Rafael Torres

Julia Navarro

Qué tropa

por Julia Navarro

Fermín Bocos

Las malas compañías

por Fermín Bocos