Actualizado 05/04/2017 11:21

El "noble deporte" de la caza

Por José Manuel Gómez Gutiérrez, MADRID, 4, (OTR/PRESS)

El bien más preciado en toda la Biosfera es la vida. Matar solo es licito para alimentarse o defenderse. Matar por placer es una monstruosidad, el peor de los crímenes; pura crueldad.

El respeto a la vida es parte esencial de las leyes que rigen el funcionamiento de la Biosfera. No respetarla es un crimen gravísimo, el más grave para los organismos de la especie humana, asombrosamente incapaz de practicarlo con los organismos de la propia especie, y menos aún con el resto de las especies.

La caza es una actividad ancestral; necesaria para la supervivencia de la especie humana en los albores de su existencia; conveniente más adelante, innecesaria en la actualidad. Ha sido regulada por los gobiernos de todos los países, en sus dos facetas, la caza menor y la caza mayor, convirtiéndose en una considerable fuente de ingresos para las administraciones respectivas.

El erróneamente denominado "deporte" de la caza, tiene una enorme trascendencia para la conservación de las especies animales y el equilibrio natural. ¿Qué hacen los ecologistas y animalistas?. Los cazadores son ya seres carentes de sensibilidad para respetar la vida de otras especies, compañeras de viaje en el intrincado camino de la evolución. Pero no se trata tanto de un problema de conservación de determinadas especies cuanto de la actitud de quienes lo practican y del carácter criminal del hecho de matar; sí, matar, a otros organismos, por placer, sin necesidad. Es crueldad pura y dura, puesto que se hace daño sin obtener beneficio. Considero que, ya en el siglo XXI, "Era Espacial", merece la pena meditar sobre este fenómeno tan anacrónico y cruel como el de los gladiadores romanos, las ejecuciones inquisitoriales, las lapidaciones, etc. etc.

El funcionamiento de la Naturaleza, de la vida, se basa en la ley incuestionable, hoy por hoy, de comer y ser comidos. La corriente de energía, soporte de la vida, requiere, inexorablemente, la muerte de unos organismos para dar y mantener la vida de otros. Es lícito pues, por muy duro que parezca, matar para vivir, y solo en este caso; aceptando que la salud ha de tener prioridad sobre el placer. Así pues, la caza era una necesidad para vivir. Conste que los vegetarianos también eliminan seres vivos para alimentarse, pero nuestra sensibilidad, por ahora, es menor hacia organismos filogenéticamente más distantes.

Más tarde, la especie humana sometió y domesticó animales y plantas para obtener su alimento, pero la actividad cinegética continuó; para una parte de la población por necesidad, para otra como ejercicio para mantener las facultades físicas con carácter bélico.

Pero conviene matizar algunos extremos para llegar a comprender, en toda su gravedad, este hecho insólito: el placer de matar. Es un problema de ética, es un caso de sensibilidad cultural. Señor cazador, por muy honorable que se considere, usted mata por placer, usted no "abate una pieza", dejémonos de eufemismos, usted priva de la vida a un ser vivo con el mismo derecho a vivir que usted, usted carece de sensibilidad; a este respecto, usted es un madero.

Si no se acepta que la vida es el bien supremo y, por tanto, que cuanto la afecte o afecte a su calidad es prioritario, mis argumentos en su defensa, en defensa de la vida, carecen de valor o son más bien triviales. Pero si se acepta tan evidente propuesta bien vale la pena meditar profundamente sobre ello.

Digo que conviene matizar, porque no es lo mismo matar por necesidad, para subsistir, que matar como "deporte", por placer. El hombre primitivo mataba para alimentarse, estaba integrado en el medio natural. Quizá el cazador moderno, que mata como deporte, tenga algo de hombre primitivo, de cavernícola cerebral que responde a ancestrales impulsos primitivos. Si así fuere, como parece ser, sería conveniente vigilar sus impulsos, y tratarle con cierta precaución. Los matarifes y carniceros no matan por placer; lo hacen para sobrevivir.

Cualquiera de las múltiples razones esgrimidas para justificar el "deleite" de la caza, como "el placer de quebrar la recta de la trayectoria del vuelo de la perdiz, la veloz carrera de la liebre, o superar la habilidad de renos y jabalíes", ¡de carácter puramente primitivo!, como apunté antes- puede suplirse satisfactoriamente con deportes como el tiro al plato, o a blancos artificiales por sorpresa o la fotografía naturalista. Quienes no se sientan satisfechos con esas prácticas, porque necesitan matar son, inapelablemente mentes peligrosas. Además se trata de animales bellísimos, más susceptibles de ser fotografiados, observados y admirados que inútilmente masacrados.

José Manuel Gómez Gutiérrez es Doctor en ciencias Químicas, Premio Nacional de Doctorado. Ayudante, Colaborador e Investigador Científico del C.S.I.C. Primer Catedrático de Ecología de la Universidad de Salamanca.