Castillos y fortalezas medievales en la provincia de Lisboa

Actualizado: jueves, 18 marzo 2010 12:00

Por Javier Carrión

Conocida como la ciudad de las siete colinas, Lisboa es uno de los enclaves con más encanto del viejo continente. Expuesta al Océano Atlántico, la capital lisboeta se ha formado a lo largo del gran estuario del Tajo, que viene a morir a sus pies. Llena de tranvías, empinadas callejuelas y ecos de fado, la capital de Portugal combina con encanto la ciudad moderna y la Lisboa de antaño, con una herencia de más de veinte siglos a sus espaldas. Pero también la capital portuguesa es un magnífico punto de partida para explorar su región, una tierra llena de castillos y fortalezas medievales con un especial encanto impregnado de historia y connotaciones españolas.

Al sur de Lisboa, en la conocida como Costa Azul portuguesa, tres fortalezas se alzan majestuosas asomándose en su horizonte al mar. San Filipe, con una espléndida vista sobre Setúbal, Palmela, en la orilla sur del Tajo y Sesimbra son tres buenos ejemplos para admirar la arquitectura militar en esta zona y además los dos primeros cuentan en su recinto con dos confortables pousadas.

La fortaleza de San Filipe fue construida por orden de Felipe II en 1590. Levantada en forma de estrella, se destinaba a proteger el estuario del río Sado. Hoy es un magnífico mirador desde donde se puede divisar la península de Tróia, un lugar ajetreado en verano por sus apreciadas playas. A muy pocos kilómetros de distancia se encuentra el castillo de Palmela, situado estratégicamente a 240 metros de altura, que fue levantado por los árabes y ampliado por el primer rey de Portugal don Afonso Henriques en 1148. Muy recomendable es su pousada, un lugar tranquilo que destaca también por su comedor instalado en el claustro del convento.

No debemos abandonar esta zona muy próxima a la capital lisboeta sin visitar el castillo de San Jorge, considerado como la cuna de la ciudad. De planta rectangular y con construcciones en estilo románico y gótico, es sobre todo un excepcional mirador sobre la ciudad antigua y el estuario del Tajo. En el río se levanta la célebre Torre de Belem, joya de la arquitectura manuelina erigida en el siglo XVI, que en sus orígenes se encontraba en el medio del río Tajo para defender los ataques enemigos al puerto de la ciudad. ÓBIDOS, LA

Más al norte de la capital portuguesa, en dirección a Óbidos, el visitante tiene la opción de desviarse a Peniche, una antigua isla-prisión convertida de forma natural en península que contiene cuatro fuertes en sus alrededores, o la de acercarse a Óbidos, la villa medieval mejor conservada del país.

Óbidos es un encantador pueblo rodeado de murallas fernandinas -con posibilidad de recorrerlas a pie- que encierra en su interior un bello conjunto de casas blancas (con el color azul y amarillo como nexo común), adornadas con enredaderas y flores en sus ventanas, jardines y un castillo muy bien conservado. Este castillo alberga una coqueta pousada que merece la pena contemplar y si el bolsillo se lo permite, es muy recomendable pasar la noche en la habitación 203, un auténtico duplex instalado en el interior de una de las torres de la fortaleza.

Óbidos, conquistada por don Afonso Henriques en 1148, era entregada antiguamente como regalo a todas las reinas portuguesas tras su casamiento y cuenta en su recinto con una decena de iglesias y capillas interesantes. La villa ha logrado últimamente más popularidad por el festival de chocolate que organiza la corporación todos los años, aunque los portugueses la tienen más en su mente por su delicioso licor de guindas, bebida que se puede probar en algunas tabernas del pueblo.

Muy cerca de Óbidos vale la pena acercarse a Nazaré, una ensenada protegida por un promontorio de 110 metros de altura y famosa por ser un centro de pescadores de gran tradición y por su playa muy concurrida en verano. En los roquedos de esta villa, se yergue la silueta barroca del santuario de Nuestra Señora da Nazaré, templo coronado por dos torres campanario que alude a la aparición de la virgen en 1182 a don Fuas Roupinho, milagro legendario para todos los habitantes de la zona.

Sometida muchas veces a la bravura del océano, Nazaré fue conocida por sus naufragios -en la villa destaca el color negro de las vestimentas de las muchas viudas que esperaban sin suerte a los pescadores en la playa y que no podían volver a casarse en el municipio-, y hasta 1986 su arenal era el refugio de las barcas de pescadores y de sus hombres y mujeres que secaban el pescado al sol. Desde entonces la villa cuenta con un puerto artificial de pesca y de recreo que evita, eso sí, la clásica fotografía de las barcas en las arenas de la playa.

Nuestro recorrido por la región de Lisboa puede llevarnos a Batalha, con su histórico monasterio levantado para conmemorar la victoria portuguesa frente a los castellanos en la batalla de Aljubarrota (1385). Juan I ordenó levantar este bello edificio como cumplimiento de su promesa a la Virgen de dedicarle un monasterio en caso de victoria contra los invasores castellanos, aunque sus piedras reflejan en realidad la euforia triunfal de los grandes descubrimientos portugueses.

La construcción de monasterio se desarrolló entre 1388 y 1580, pero nunca pudo terminarse del todo. De hecho el visitante puede entrar en algunas capillas no finalizadas que, al no estar cubiertas por bóvedas, son consideradas las de "mayor altura del mundo" porque "llegan" hasta el cielo.

De camino al castillo de Ourem, otra fortaleza musulmana en la región, se abre a nuestros ojos el santuario de Fátima. En este centro de peregrinación se recuerdan las apariciones de la Virgen a tres pastorcillos (Jacinta, Francisco y Lucía) en 1917.

Desde lo alto del Santuario se divisa el Castillo de Ourem, construido en lo alto de un peñasco, con un recinto amurallado en el que viven 35 personas, entre ellas un millonario norteamericano. El castillo fue edificado en el siglo XII y está formado por tres torres con una curiosa cisterna ojival en el centro de la fortaleza que siempre sirvió agua pura y abundante a sus habitantes, permitiendo que el castillo nunca se rindiera a los ataques enemigos.

Del antiguo castillo permanecen las murallas, dos puertas de acceso a la villa, una alcazaba del siglo XV y la espléndida Colegiata de Nuestra Señora da Misericordia, reconstruida tras el terremoto de 1755 que destruyó la primitiva iglesia de 1450.

Para terminar esta visita por la región de Lisboa y el valle del Tajo es nad como acercarse al castillo de Tomar y su Convento de Cristo, construido por la Orden de los Templarios. Este magnífico exponente de la arquitectura militar del siglo XII destaca, sobre todo en la iglesia, por su Charola, una bellísima reproducción del Santo Sepulcro de Jerusalén que en Tomar tiene el mejor ejemplo en el mundo occidental. Inspirada en las mezquitas sirias conocidas por los templarios, la Charola estaba inicialmente en forma octogonal y centrada en una rotonda con dieciséis caras. En el prisma central se abren unos llamativos arcos elevados que posan sobre varias columnas de capiteles romanos-bizantinos, que permitían curiosamente que los caballeros pudieran asistir a la Misa montados en sus caballos. En 1581 este castillo fue testigo también de la coronación de Felipe II como rey de Portugal (con el nombre de Felipe I), convirtiéndose así en el primer rey ibérico. Felipe II tuvo un gran cariño al Convento de Cristo y ordenó edificar en sus proximidades un acueducto de seis kilómetros con 180 arcos (las obras duraron 20 años) que abasteció de agua a todo el convento.

Desde aquí, a través de la región de los templarios, si el visitante sigue hechizado por la historia y la magia de estos castillos medievales, puede acercarse al de Almourol, una curiosa fortaleza enclavada en un islote granítico en medio del río Tajo. Perteneciente también a la Orden de los templarios, sólo se puede acceder a sus muros con la ayuda de un barquero disponible durante el día para hacer la travesía.