El manto verde que cubre la isla parece ignorar ahora los siete largos años de fuego y humo que sembraron la desolación de esta Madeira que siempre se cuidó de los peligros del mar; la tierra, para defenderse encrespó sus costas y creó barreras de acantilados para frenar los galeones piratas que codiciaban sus riquezas como botín; la historia la puede contar la laurissilva, flor reconocida y que simboliza una isla surcada por canales de riego, por cerros imponentes, y húmedos valles salpicados siempre por el agua de las cascadas; cultivos sobre terrazas empinadas y pequeñas barcas atracadas en el puerto, dispuestas a reanudar la faena en la noche... Hoy los Reyes de España inician una visita oficial a este bello archipiélago que se prolongará hasta el 1 de agosto.
Cerca de 500 kilómetros separan Madeira de la costa africana, el doble de esa distancia separa las islas de Portugal. Alrededor de 260.000 personas viven aquí, de las cuales 120.000 residen en Funchal, capital de estas islas que emergen del océano Atlántico. El archipiélago abarca las islas de Madeira, Porto Santo, Desertas y Selvagens, las dos últimas deshabitadas. Para encontrar el origen de estas islas hay que remontarse en el tiempo unos 35 millones de años, cuando la actividad volcánica de la dorsal atlántica provocó el nacimiento de una isla, que pronto descubrió como sobre su suelo de lava crecían grandes montañas que se cubrían con un espectacular manto vegetal.
La leyenda cuenta que fueron dos amantes los primeros en llegar a Madeira, al lugar donde hoy existe la ciudad de Machico. Se trataba del aventurero inglés Robert Machim y de su compañera, Ana d'Arfet. En Machico se dice que descansan los restos de la pareja. La historia da otra versión; se sitúa en 1419, cuando los navegantes portugueses se internaban en el norte de África a la conquista de nuevas tierras que explorar. Parece ser que uno de estos marinos fue Joâo Gonçales Zarco, que había sido enviado por el infante Dom Henrique el Navegante; perdió el rumbo cuando navegaba y llegó hasta Porto Santo, y después a Madeira. No obstante, lo más probable es que antes ya hubieran hecho escala en estas islas fenicios, irlandeses y árabes.
Zarco gobernó la isla durante cuarenta años; quince años antes de la llegada a América del genovés, Cristóbal Colón llegó a Madeira a por una carga de azúcar; el lugar le cautivó, hasta el punto de instalarse en Porto Santo y casarse con una de las hijas del gobernador. Dicen por estas tierras que Cristóbal Colón escuchó aquí de boca de los marinos historias que hablaban de tierras lejanas y desconocidas que nacían al final del mar.
Madeira permaneció bajo dominio español entre 1580 y 1640, y tropas inglesas la ocuparon durante las guerras napoleónicas; pero el resto del tiempo permaneció bajo jurisprudencia portuguesa; desde 1976 Madeira cuenta con autonomía, parlamento y gobierno propios, con sede en Funchal.
La presencia de la naturaleza es imponente en estas islas, con parajes colosales, entre tupidas montañas pintadas de verde, profundos valles y terrazas habilitadas en las laderas de sus colinas para el cultivo; se conocen como poios, y crecen sobre su tierra las viñas, el plátano, la fruta de la pasión y la chirimoya.
Aldeas de pescadores, poblaciones que crecieron entre jardines en torno a pequeñas iglesias y las levadas, canales de riego que fueron construidos al inicio de la colonización de la isla, y que permiten acercarse hasta múltiples y escondidos rincones de un archipiélago presidido por la laurissilva, planta que fue reconocida por la UNESCO como Patrimonio Mundial Natural de la Humanidad en 1999.
La isla de Madeira: En una isla sin apenas playas, el abrupto dibujo de sus montes desciende lentamente hacia el mar, en acantilados de caídas imponentes; una línea de montañas de naturaleza volcánica recorre la isla de su vertiente oriental a la occidental. Entre unas y otras elevaciones, profundos valles, las ribeiras; y en las laderas, los pequeños cultivos de los agricultores de la isla, que a falta de otros terrenos, han desarrollado la habilidad de aprovechar estos espacios.
Funchal, la capital de Madeira, se refugia al pie del mar y las montañas, como un gran teatro en el que las casas de sus habitantes reservan sus butacas en las laderas de las colinas que la rodean.En la Praça do Municipio se abre el palacio episcopal que alberga el Museu de Arte Sacra. La riqueza de este museo se debe a los tiempos en los que el volumen de comercio con la caña de azúcar enriquecía a numerosos mercaderes de la isla, que adquirían en sus tratos comerciales obras de arte de gran calidad; de ahí procede la colección de pintura flamenca, de los siglos XV y XVI, uno de los atractivos del museo.
Muy cerca se levanta la iglesia del Colégio Sâo Joâo Evangelista, del s.XVII, que recuerda la llegada de los jesuitas, que se instalaron en la ciudad después de la llegada de los corsarios franceses que en 1566 y de la mano de Bertrand de Montluc saquearon durante quince días la ciudad, llevándose valiosos tesoros. Desde esa época, en la que eran comunes las incursiones piratas, todas las casas se orientaron con las terrazas y las ventanas mirando al mar, para vigilar el peligro que podía aproximarse sobre las aguas.
La Sé, catedral de la Funchal, fue la primera construida en territorios no continentales. Diseñada según el estilo gótico manuelino. Junto al templo se abre una de las zonas más concurridas y animadas de la ciudad, con bares, tiendas, teatros y restaurantes. Aquí se encuentra el monumento a Zarco, e inmediatamente el Jardín Botánico de Sâo Francisco, donde abundan las especies autóctonas, plantadas en el s.XVII.
Al final de la avenida se halla el fuerte de Sâo Lourenço, obra de la dominación española, construido en el s.XVI, con un palacio que sirvió de residencia para los gobernadores de la isla y que aún hoy está destinado a funciones militares. Desde este palacio se domina la bahía, la Marina de Funchal, sus puertos comercial y deportivo.
Posiblemente el lugar con mayor encanto de Funchal sea el arrabal de la Zona Velha.El barrio de los pescadores, como ratifica la iglesia del Corpo Santo, que rinde homenaje a Sâo Telmo, su patrón. Es un barrio cercano al mar, de calles estrechas, miradores de madera que vigilan el mar, casas humildes y arreglados rincones, con terrazas, restaurantes y muestras de la artesanía local. La lonja del pescado, y el Mercado do Lavradores, donde abundan las frutas tropicales completan el bonito cuadro de la Zona Velha.
Câmara de Lobos: Uno de los rincones más bellos de Madeira es este pequeño puerto pesquero, que toma su nombre de la gran cantidad de lobos marinos que poblaban antes la zona; junto a poderosos, temibles y escarpados acantilados, aparece este pueblo, resguardado, con sus barcas verdes y azules de pesca amarradas en el puerto. En el barrio de Lhéu se fotografía una de las imágenes que mejor definen a Câmara de Lobos; junto a las puertas de sus casas, las mujeres se sientan y remiendan las redes de pesca deterioradas. Las tierras que rodean Câmara de Lobos constituyen la principal región vinícola de la isla, de la que se extrae el reconocido vino Madeira. Desde aquí no tardaremos en alcanzar cabo Girâo, uno de los acantilados más altos de Europa, con 580 metros de altura.
La isla de Porto Santo
Cuarenta kilómetros al nordeste de Madeira (a diez minutos de avión y a poco más de dos horas en barco) se sitúa la isla de Porto Santo, descubierta en 1418 por los navegantes Tristâo Vaz Teixeira y Joâo Gonçalves Zarco. Al margen de los vuelos que la comunican con Lisboa y Madeira, un ferry comunica diariamente las dos islas, en un trayecto de dos horas y media de duración.
A pesar de su cercanía, esta isla, con forma de media luna y poco más de once kilómetros de largo y seis de ancho, es muy distinta a Madeira. La aridez es su nota característica, y su principal lastre, que ha dificultado de forma muy importante el desarrollo de sus tierras.