Crónica China.- Las pequeñas tragedias son dejadas de lado en las tareas de rescate tras el seísmo de Sichuán

Actualizado: jueves, 15 mayo 2008 22:38

Los pueblos que rodean Chengdu se sienten abandonados por las autoridades

CHENGDU (CHINA), 15 May. (de la enviada especial de EUROPA PRESS, Débora Altit) -

Los pueblos que rodean el epicentro del terremoto de Sichuán, cercanos a la capital provincial, Chengdu, están viéndose abandonados por las autoridades, que se han centrado durante las labores de rescate en las localidades más afectadas y han abandonado a su suerte durante días aldeas en las que las pequeñas tragedias están comenzando a crispar a sus habitantes.

Es el caso de localidades como Yaojin o Xiu Shui, situadas de camino a lugares como Beichuán o Hanwang, con gran número de víctimas, y por las que los camiones con ayuda pasan de largo.

"Todo va a Beichuán, pero a los que vivimos a los lados de las carreteras nos están ignorando", explica un habitante de Yaojin residente en Chengdu, y al que el terremoto le pilló en su localidad y celebrando su propia boda. "Sigo viniendo para ver a mi mujer, que está aquí, pero tengo que atravesar un puente en muy mal estado, debería hacer algo para arreglarlo", añadió.

"Nos sentimos olvidados. No recibimos comida, no recibimos nada", exclaman al unísono un grupo de personas que hacen cola, a varios kilómetros de Yaojin, delante de un camión cisterna.

"Es la primera vez que nos traen agua desde el terremoto (ocurrido el lunes), y los pozos aquí, después de los corrimientos de tierra, se han secado", grita enfadado un hombre en la cincuentena.

Los mayores momentos de tensión, sin embargo, se viven en Xiu Shui, una localidad de 60.000 habitantes. Junto a la carretera hay un pequeño puesto rodeado por un grupo de policías y cuyo supuesto fin es escuchar y tomar nota de las quejas de los lugareños. Pero los habitantes de Xiu Shui prefieren abalanzarse sobre los reporteros extranjeros para exteriorizar sus quejas.

"No tenemos agua, no tenemos comida, no hay aceite, ni combustible", denuncia uno de sus habitantes. "No tenemos corriente, nos hemos quedado sin teléfono, no hay medicinas, hemos perdido nuestras casas", desgrana otro.

La rabia y la sensación de impotencia termina provocando situaciones de histeria, con una mujer llorando de rodillas y aferrando del brazo a un periodista, y muchos otros increpando a un intérprete chino "¡No estás traduciendo, no les estás contando nuestros problemas!".

El corrillo de cerca de un centenar de personas enfurecidas termina deshaciéndose cuando los periodistas aceptan hacer un recorrido, casi casa por casa, por un pueblo en ruinas y de edificios inservibles. El hospital está semiderruido y el único lugar utilizable es el jardín delantero, en el que duermen los médicos. Los pacientes han sido traslados a un antiguo comedor escolar.

En un edificio de dos plantas, del que se ha caído la fachada, un joven explica que bajo los escombros hay tres cadáveres. Uno de ellos es el de su hermana.

La pregunta ante lo que parece un pueblo a la deriva es dónde está su alcalde, la representación de la ley y el orden. La respuesta llega enseguida. "Se ha largado y nos ha dejado, no sabemos dónde está".

La desesperación de los habitantes de Xiu Shui, sin embargo, no dista tanto de la de los de Hanwang hace tan sólo un par de días, cuando los primeros camiones con ayuda comenzaron a llegar a la ciudad provocando auténticas peleas por hacerse con comida.

Ahora, en Hanwang se respira un aire mucho más marcial y organizado. Las autoridades impiden el tráfico de vehículos privados, para facilitar el paso de los camiones con suministros y voluntarios. A la entrada de la ciudad sorprende ver a tanta gente llevando mascarillas, en parte por la polvareda levantada por los edificios en ruinas, en parte como medida de precaución ante la enorme cantidad de cuerpos que permanecen aún apresados entre los escombros, y que tras las altas temperaturas de los últimos días comienzan a descomponerse.

Hanwang, de 60.000 habitantes, es conocida en la provincia por su gigantesca fábrica de aparatos eléctricos Dong Fang Qi Lun Ji Chang, cuyo edificio habrá que derruir por motivos de seguridad. Los primeros camiones con víveres comenzaron a llegar ayer, y por las calles se aprecia un constante movimiento de personas, repartiendo cajas con botellas de agua, bollos o fideos instantáneos. Los habitantes esperan pacientes en las tiendas improvisadas en las aceras.

"Ésa de ahí enfrente era nuestra casa. A nosotros no nos pasó nada, porque mi mujer estaba trabajando el campo y yo tengo un puesto en la calle. Están trayendo comida, pero aún necesitamos colchones, y algunas verduras, y productos para desinfectar todo esto, porque aún hay muchos muertos y además nosotros nos hemos quedado sin baños y tenemos que irnos a cualquier esquina", explica un hombre.

Hanwang, sobre la que sobrevuela algún helicóptero, se encuentra ocupada por miles de soldados del Ejército Popular de Liberación con sus trajes de camuflaje (en China las Fuerzas Armadas se encargan de la mayor parte de las labores de rescate); la ciudad, en la que se mezclan edificios medio hundidos y muros descolgados con otros aparentemente mejor conservados, transmite más la sensación de haber sufrido un bombardeo que un seísmo. En la plaza principal, el reloj se ha quedado congelado a las 14.28 horas, momento exacto en que se produjo el terremoto.

"Nosotros llegamos el segundo día, fuimos los primeros. Yo he estado, por lo menos, en diez inundaciones en trabajos de auxilio, pero es la primera vez que me encuentro con un terremoto, esto es totalmente distinto", explica uno de los soldados. "Hoy hemos estado construyendo unos baños. Al principio estuvimos sacando cuerpos. No sé cuántos, pero ninguno vivo", agrega.

A pocos metros del soldado comienza a crearse un remolino de gente en torno a un cráter de escombros. Al cabo, una grúa saca su brazo de entre los cascotes, y con él un cadáver enganchado, de melena canosa.

Pero si el seísmo de 1976 de Tanshang (en el que murieron, según las cuentas oficiales, 300.000 personas) es recordado por la ineficiencia de las autoridades, que intentaron ocultar la catástrofe, el de la zona de Sichuán será recordado por los miles de niños y adolescentes que murieron aplastados por los muros de sus escuelas.

En la cultura china, la protección a los más pequeños está profundamente arraigada, y el país trata con mimo a sus jóvenes, especialmente a los estudiantes. La noticia de colegios desplomados sobre las futuras generaciones es contemplada como una auténtica tragedia.

"No tengo muchas esperanzas sobre el futuro de una ciudad como Hanwang. Se han quedado sin sus hijos, sin trabajo en las fábricas. Ahora vemos edificios en pie, pero habrá que tirarlos abajo todos, porque no son seguros. Este terremoto va a suponer para la zona una vuelta atrás de 20 años", comenta Zhu Hong, un empresario de Chengdu.