MADRID 5 Jun. (OTR/PRESS) -
Ahora que están a punto de celebrarse las elecciones al Parlamento Europeo, y que el Congreso ha dado luz verde a la consumación del disparate que supone la ley de amnistía, me decido por meterme en camisa de once varas opinando sobre la tauromaquia. Al fin y al cabo, hasta el Presidente de Gobierno se ha metido en el debate asegurando que no le gusta la fiesta de los toros, pero no la va a prohibir. Claro que, tratándose de Pedro Sánchez, ya sabemos que hoy dice que no la prohíbe y mañana cierra todas las plazas porque para eso tiene el BOE. Pero a lo que voy.
Primera confesión: cuando era jovencita me gustaba ir a los toros.
Segunda confesión: aunque sentía cierto rechazo por la violencia contra los toros, "compre", convencida, ese argumento de que la tauromaquia era el enfrentamiento entre la inteligencia y la fuerza.
Tercera confesión: la de San Isidro era mi Feria preferida porque, durante unos días, Madrid se convertía en la capital mundial de la tauromaquia con la llegada de gente de todo el mundo, principalmente de Iberoamérica. Y sí, Madrid era una fiesta, y supongo que lo sigue siendo.
Pero es lo que tiene ir "creciendo" y enfrentarte a tus contradicciones y sobre todo intentar resolverlas.
Así que un día me dije que no podía ir de defensora de los derechos de los animales al tiempo que hacía la vista "gorda" ante la violencia y muerte que supone la fiesta de los toros.
Tuve que dejar aflorar ese sentimiento que me oprimía en las tardes taurinas cuando llegaba la "suerte" de las banderillas y me tapaba los ojos.
En ese examen de conciencia el veredicto al que llegué era inapelable: no solo no volvería a una corrida, sino que tenía que admitir lo evidente, que es una fiesta en la que se martiriza a los toros, en las que el final siempre es el mismo: su muerte.
Dirán que los toreros también se juegan la vida, pero es una decisión tomada y no impuesta. El torero decide enfrentarse al toro, el toro no puede elegir.
¿Y ahora qué? ¿Me sitúo entre quienes abogan por la supresión de la llamada Fiesta Nacional? ¿Puedo ignorar que muchos de los detractores de la Fiesta lo son por eso, porque ha sido una de las señas de identidad comunes en toda España? ¿No es de una hipocresía insoportable que quienes defienden la supresión de la "fiesta" no pongan ningún reparo a esa otra brutalidad que es la fiesta del "bou embolat"? El Bou embolat, para quienes no lo sepan, consiste en colocar sobre los cuernos del toro unas estopas engrasadas a las que se prende fuego. O que haya tanta gente que no solo no se escandaliza, sino que participan activamente de las muchas fiestas que se celebran en nuestro país cuyo plato fuerte consiste en martirizar a algún animal.
Saben, no me cansaré de repetirlo: el grado de civilización de un país y de una sociedad también se mide por su trato a los animales. En España suspendemos esa asignatura.