Publicado 25/11/2015 12:45

"El dolor del refugiado". Por Verónica Rodríguez, directora de Coaching Club, y el estadista Ernesto de Antonio

Refugiados sirios
 UMIT BEKTAS / REUTERS

Para poder analizarnos adecuadamente como sociedad, resulta imprescindible identificar y evaluar qué asuntos adquieren notoriedad y envergadura en un determinado momento, cómo se afrontan, cuáles son las opiniones a la hora de abordarlos. En la actualidad, el tema de las migraciones forzosas y de la atención a los refugiados se ha introducido de lleno en nuestra cotidianidad, tanto en lo relativo a las conversaciones habituales que mantenemos como a la ingente cantidad de imágenes que, sobre la materia, nos alcanza día a día.

Sin embargo, nuestro conocimiento excede muy poco de saber qué conflictos ocasionan tales diásporas y las estrategias geopolíticas que los países plantean como solución. Poco sabemos acerca del universo psíquico que se cierne sobre el grupo de personas que debe sobrellevar

esa traumática experiencia.

Europa entera se debate en las entrañas del posibilismo y de lo políticamente correcto, entre el quiero, pero no puedo o entre el puedo, pero no sé si me conviene. Discutimos acerca de los procedimientos y las normativas, mas debemos ser conscientes de que parte de esos desplazados que ahora vemos a través de la pantalla de televisión pronto se encontrarán entre nosotros y resulta necesario hacerse dos preguntas fundamentales: ¿en qué nos afecta esa nueva realidad? y ¿cómo les afecta a los que la padecen?

¿Integración o asimilación? ¿Cuál es la diferencia?

Comenzaremos distinguiendo y diferenciando los conceptos de integración y asimilación: podríamos definir el proceso de integración de un migrante en una sociedad diferente a la de su origen como la capacidad para poder adaptarse y compartir los mismos códigos culturales del lugar al que llega sin perder por ello su propio acervo.

La asimilación, por contra, tiene algo de absorción, de imposición: se pretende que el inmigrante abandone sus códigos culturales de procedencia e interiorice los del país, más aun de la región, de acogida.

En muchas ocasiones, optamos por esta segunda vía desentendiéndonos de analizar quiénes son exactamente los individuos que llegaron, qué les ocurre, cuál es su realidad particular, cómo viven y cómo les afecta este proceso, qué consecuencias positivas y negativas tendrá el mismo sobre sus vidas, qué sucede con su autoestima, con su integración social, con sus hijos...

¿Qué les pasa a los que recién llegados?

En las migraciones forzosas, los que las sufren deben someterse a numerosos cambios, muchas veces percibidos como pérdidas irreparables. Quien se tiene que ir deja atrás familiares, amigos, costumbres, paisajes, modos de alimentación, idioma y hasta la forma de vincularse con el ocio. Así las cosas, a los recién llegados les toca afrontar la pérdida de numerosos vínculos que constituían su anclaje psicológico y vital y desarrollar simultáneamente una flexibilidad y una capacidad de adaptación suficientes para tener una vida equilibrada y satisfactoria en el lugar de destino. Deberán sobreponerse al proceso de duelo que se desarrolla debido a las múltiples pérdidas, de manera que pueda recuperar y hacer acopio de la energía vital necesaria para establecer nuevas raíces.

¿Qué es el duelo migratorio?

El conjunto de todas las pérdidas que sobrevienen con la emigración es lo que hemos venido en definir como duelo migratorio, que comporta un complejo proceso de reorganización de la personalidad al que se debe hacer frente para una adecuada adaptación al medio receptor.

El duelo en cuestión, que es por nostalgia y ausencia del país de origen, no desaparece, no es el mismo dolor que se siente por, pongamos por caso, la muerte de un familiar, ya que el país no se volatiliza, sino que permanece y cabe la posibilidad de tomar nuevamente el contacto con el mismo transcurrido un determinado espacio de tiempo.

En las migraciones forzosas el dolor es más por una separación, por un desgarro, que por una pérdida. Es un duelo que sobreviene por una desubicación espacial-temporal. Esta característica ayuda a explicar las intensas angustias y ambigüedades que sufren los migrantes

forzados. Cuando el tiempo y el espacio se alteran dramáticamente, surge la confusión y esta es mayor cuanto más difíciles son las condiciones sociales y personales en las que la migración tiene lugar.

Algunas características del duelo migratorio

En este tipo de desarraigos puede aparecer una dinámica depresiva con autorreproches y autoacusaciones, en definitiva, con sentimiento acendrado de culpa... ¿qué hice mal? La sensación de abandono está muy presente en estas situaciones, es una vivencia que lleva al migrante a una fragilidad extrema, a una infravaloración personal y a una disminución grave de la autoestima: "no valgo para nada, a nadie le importo". Lo más traumático en las migraciones forzosas es sentir el islamiento y la sensación de ser siempre extranjero, diferente, xpulsado de un lugar de origen al que ya no pertenece.

¿Qué clase de sociedad somos?

Es necesario que podamos presentarnos como sociedades facilitadoras y no como obstaculizadoras de los procesos adaptativos mínimos, acompañar y construir junto al migrante como actor social para que pueda integrarse en la escala de habilidades sociales, psicosociales, laborales, lingüísticas que facilitan la inserción, así como la red social de connacionales en la misma situación y de los nuevos vínculos adquiridos en el lugar de recepción.

¿Cómo podemos comprender un proceso de desarraigo?

Comprender el desarraigo consiste en observar la forma en que el inmigrante, con todas las dificultades expuestas anteriormente, puede adaptarse y adoptar los usos del nuevo entrono que les rodea. Si la sociedad receptora es más consciente y tiene un más acurado conocimiento de las dificultades que soporta, seguramente la ayuda podrá ser mucho mejor y la integración mucho más rápida.

No resulta sencillo sobrellevar la pérdida del lugar de pertenencia, el paradigma universal de dicho sentimiento lo encontramos en Ulises, el errante perpetuo, que según Milan Kindera es el gran nostálgico que sufre e idealiza su retorno a Ítaca, a su mujer Penélope y a su hijo

Telémaco, si bien pocas veces se mencionan los años que vivió amancebado con Calipso, reina de la hermosa isla de Ogigia, que lo hospedó y lo agasajó hasta el deleite, con lo que podemos concluir que no todo desarraigo tiene que ser necesariamente insuperable.

La clave es precisamente esa, que el desarraigo de un lugar no nos impida arraigarnos sana y felizmente en otro. Transitar por el duelo migratorio implica conocer que, durante el mismo, se atravesarán como poco cinco fases cargadas de una profunda amalgama de emociones, confusión y sentimientos.

Resulta curioso y a la vez sorprendente escuchar, en las sesiones de coaching, a diversos inmigrantes procedentes de diversas regiones de España o de Europa, cómo resaltan el hecho de, por ejemplo, ser italiano viviendo 16 años en Madrid o ser de Canarias residiendo en la

capital continuadamente más de un lustro.

El sentido de pertenencia permanece incólume, cuando lo más lógico y normal es que estas personas se sintieran, como poco, de ambos sitios.

Entender nuestra realidad circundante nos provee de la capacidad para verificar que somos parte de ese ensamblaje y que indudablemente nos beneficiaremos de su mejora, que podemos participar en dicha mejora mostrándonos más como altruistas facilitadores que como seres expulsivos y poco tolerantes.

Ojalá que las imágenes televisivas de un niño sirio ahogado en la orilla de la playa de destino no nos dejen nunca indiferentes, sino que nos rebelen y nos acerquen a una tragedia humana que, como en la cita de John Donne en el libro de Hemingway, Por quién doblan las campanas,

también es nuestra propia tragedia.

Verónica Rodríguez Orellana es directora de Coaching Club, en colaboración con Ernesto de Antonio Hernández, licenciado en

Matemáticas y Estadística (UCM).