Actualizado 11/03/2016 11:31

"Fukushima. La herida nuclear de Japón". Por Conrado García del Vado, portavoz de Greenpeace

Central Nuclear En La Prefectura De Fukushima, Japón
REUTERS

Una de las principales características del pueblo japonés es su gusto por el orden y su compromiso por el trabajo. Así, cuando se viaja a las zonas afectadas por el accidente nuclear de Fukushima, del que hoy se cumplen cinco años, se tiene la sensación de que desde entonces el país no ha dejado de trabajar para que todo vuelva a estar en orden y borrar las huellas del tsunami y del posterior accidente.

Sin embargo, si bien los restos de los destrozos provocados por la ola gigante a penas son ya perceptibles (salvo porque numerosas edificaciones y puertos en la costa son completamente nuevos) la huella invisible dejada por la radiactividad tardará muchos, muchos años en desaparecer. Y esa percepción de indefensión y casi angustia se constata cuando los expertos en seguridad radiológica de Greenpeace explican que para entender cómo funciona la contaminación radiactiva, basta con imaginar que todo, absolutamente todo (carreteras, calles, campos etc) hubieran sido pintados y esa pintura estuviera aún fresca y pudiera mancharnos en cualquier momento.

Los planes de Gobierno japonés para tratar de normalizar lo que no se puede normalizar pasan por tratar de descontaminar algunas de las zonas más afectadas, pero el tratamiento se limita a las cunetas de los caminos y los perímetros de las casas. Y en esta ingente labor se encuentran cientos o miles de trabajadores que por toda la prefectura de Fukushima ya han retirado más de nueve millones de metros cúbicos de tierras contaminadas que se encuentran almacenados en más de 14.000 diferentes emplazamientos distribuidos por toda la región. Sin embargo, de poco vale porque poco ya se ha demostrado que poco después de descontaminar una zona, se vuelve a contaminar porque las partículas radiactivas viajan con el aire.

La prefectura de Fukushima parece una gigantesca obra, o un conjunto de obras dispersas. Como si se estuvieran reparando las carreteras y casas por doquier, cuando lo único que se está haciendo es retirar una capa de cinco centímetros de arena en las partes que se descontaminan, que luego se guarda en sacos que terminan depositados en los márgenes de los caminos, en arrozales abandonados o simplemente en medio del campo: ya nadie quiere ni puede cultivar esas tierras o usar los pastos para dar de comer a sus animales.

Sin embargo, da la impresión de que la mayoría del pueblo japonés quiere mirar hacia adelante. Muchas personas prefieren no hablar de lo sucedido porque forma parte de un pasado trágico, aunque ese pasado sea aún tan reciente, y prefieren tratar de normalizar sus vidas, a pesar de que las circunstancias son duras y así lo serán durante muchos años y probablemente para varias generaciones.

Esa necesidad de mirar hacia delante, se combina con la de sorpresa. No son pocas las personas que aún, cinco años después, se preguntan si realmente esto ha pasado. Incluso el que fuera el primer ministro de Japón durante el accidente, Naoto Kan, quien visitó al barco de Greenpeace Rainbow Warrior en Japón, parecería acabar de haber despertado de una pesadilla al ver que efectivamente, lo que parecería que sería imposible que pasara en Japón, había pasado y las consecuencias podrían haber sido mucho, mucho peores. Kan, ahora es un convencido antinuclear.

Otro de los sentimientos que más se podía percibir era el de desconfianza hacia el Gobierno y hacia TEPCO (la empresa, ahora pública, que gestiona la central). Son muchas las personas que realizan sus propias mediciones de radiactividad porque necesitan obtener datos independientes sobre si sus tierras o sus alimentos están contaminados.

Y esa desconfianza ha supuesto un despertar y una cierta emancipación para muchos japoneses y japonesas. En la región colindante a la zona afectada por radioactividad, era habitual ver nuevas instalaciones de energía solar, comunales o privadas, en los tejados de las casas y las tiendas, como si el tiempo de la dependencia energética y de las mentiras hubiera terminado para un país quiere amanecer con un nuevo sol.

Conrado García del Vado es responsable de Comunicación de Greenpeace.

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