SANTANDER, 28 Oct. (EUROPA PRESS) -
Los testigos que comparecieron hoy en el juicio con jurado contra el acusado de matar a Gina Calderón en su vivienda de Carrejo coincidieron en que la relación de pareja entre ambos era buena y, salvo por una discusión por el perro presenciada por el sobrino de la víctima, no les constan riñas entre ellos.
Sólo el hermano de la fallecida aseguró que en la familia no veían con buenos ojos la relación y querían que Gina se marchara de Carrejo, porque consideraban al acusado, Javier L.V., una persona "inestable", que "hoy estaba en un sitio y mañana en otro" y cambiaba frecuentemente de trabajo.
También algunos de ellos coincidieron en que el acusado consumía cocaína, aunque nadie le vio nunca hacerlo. Sólo lo sabían por los comentarios que se escuchaban en el pueblo o, en el caso del mejor amigo de Javier, porque lo habían hablado.
Los testimonios fueron más dispares en lo que respecta a la relación del acusado con las mujeres. Así, el sobrino y el hermano de la víctima aseguran haber escuchado en dos ocasiones diferentes --uno en cada ocasión-- a Javier L.V. comentar lo "fácil" que es matar a una mujer en España, porque se cumplen dos o tres años de condena "y todo queda ahí".
Sin embargo, uno de los "mejores amigos" de Javier L.V. aseguró que "nunca" le ha oído decir nada semejante y, además, le "extrañaría". "En todo caso lo contrario, que está poco penado", agregó el testigo, que es inspector de la Policía Nacional y considera al acusado "un defensor de la mujer".
A FALTA DE INFORMES
Por lo que respecta a las declaraciones de los agentes de la Guardia Civil que participaron en la inspección ocular de la vivienda y la instrucción de las diligencias, explicaron que su llegada a la vivienda todo estaba "desordenado", el cabecero estaba contra la puerta del balcón y el cuerpo de la víctima en el lugar del cabecero, bajo la cama.
Encontraron sangre en diversas partes de la casa (el salón, el baño, la cocina, interruptores de la luz...), la mayor parte en la planta baja en una habitación donde había también un recipiente con una huella de la víctima. También hallaron una nota que decía: "Esta vida es una mierda. Adiós".
El informe policial da por hecho que la sangre encontrada por la casa es del supuesto agresor y concluye que los cortes se los hizo en la habitación de la planta baja que concentra la mayor parte de la sangre. Creen además que el ataque en el dormitorio, donde estaba la mujer, fue lo primero que sucedió.
El problema es que casi año y medio después del crimen los agentes aseguran no haber recibido aún los informes del laboratorio criminalístico de Madrid sobre las muestras de sangre tomadas en el pecho y manos del acusado y sobre los cuchillos y, según admitió un agente, en función de esos resultados las conclusiones del informe podrían ser otras. Además, al hacer su informe los agentes tampoco conocían que en la autopsia se encontró sangre del agresor en el sujetador y las uñas de la víctima.
CONVIVENCIA PLACENTERA
El primero en prestar testimonio hoy en el juicio fue el sobrino de la fallecida, que, junto a su compañera, había compartido vivienda con su tía y el acusado hasta sólo unos días antes del crimen. El testigo, que consideraba a Gina Calderón su "segunda madre" y fue quien encontró el cadáver, relató --en ocasiones entre sollozos-- cómo era la relación entre ellos.
Según dijo, la convivencia entre las cuatro personas en la vivienda era "placentera" y la relación de pareja entre el acusado y la víctima "normal". Cuando Javier L.V. "estaba de mal carácter, se callaba, se lo reservaba para dentro". La única discusión que presenció entre el acusado y su tía fue un día que la mujer le explicó a Javier que estaba cansada del perro y de recoger sus heces. En aquella ocasión recuerda haber oído al acusado decirle a Gina: "Tú no me vas a hacer lo que me hizo la otra mujer".
El fin de semana de la muerte de Gina fue su sobrino quien la llevó a Carrejo para ayudar en el bar del hermano, y la idea de la fallecida "era volver a dormir a Torrelavega", donde se había trasladado a principios de semana. Finalmente se quedó en casa de Javier.
También fue el sobrino quien encontró el cadáver, al preocuparse porque su tía no contestaba al móvil. Al llegar a la vivienda, acompañado del hermano de la víctima, se encontraron la casa "desordenada" y algunos electrodomésticos en el pasillo con manchas de sangre. El sobrino tuvo que abrirse paso entre ellos para acceder a la habitación, donde finalmente encontró a la mujer "semidesnuda, con una almohada en la cara". Y al retirarla, pudo ver "terror y pánico" en la mirada de su tía muerta.
Fue entonces a buscar a la Guardia Civil, que mandó una patrulla del Seprona (la primera que pudo enviarse para una respuesta más rápida), y después ya vio al acusado que era interrogado por una agente y, según el sobrino, Javier le reconoció, ya que le llamó por su nombre.
El sobrino, que antes de abandonar la sala de vistas se dirigió a los presentes entre sollozos para mostrar su confianza en la justicia española, cree que tras la mudanza de Gina a Torrelavega ella y Javier ya no eran novios. El hermano de la víctima, por su parte, explicó que se alegró al enterarse de que Gina se mudaba a Torrelavega.
Y es que, el acusado, al que conocía como cliente del bar, no le gustaba para su hermana. De hecho, aseguró que en una ocasión escuchó a Javier decir "que tuvo un hermano en la cárcel que es el puto amo", y su "entorno" comentaba que consumía droga. Respecto al día del crimen, el testigo aseguró que Javier L.V. estaba "normal" , aunque también ratificó que se había bebido tres whiskys en su bar.
EFECTOS DE LA COCAÍNA
La principal cuestión que se busca discernir precisamente en este juicio es si Javier L.V. fue consciente de lo que hacía, ya que la defensa admite que fue él quien la mató pero lo achaca al consumo de cocaína y el acusado afirma que no recuerda nada. Mañana los peritos declararán sobre estos extremos.
Por lo pronto, la hermana del acusado y su cuñado relataron hoy en el juicio un incidente ocurrido hace unos diez años en Vitoria. Una noche Javier les agredió con una de sus herramientas de cantero. En aquella ocasión creen que también había consumido cocaína y él afirma igualmente no recordar nada.
Según el cuñado, Javier L.V. estaba "como ido" y no les oía; mientras la hermana, por su lado, refrendó que el acusado "no les conocía, no era él". Explicaron que, tras lograr echarle de la vivienda, siguió golpeando la puerta de la casa y más tarde fue encontrado por la Ertzaintza en las vías del tren.
En aquel incidente el acusado tenía los ojos "perdidos", con una expresión que su hermana le volvió a ver unos meses antes de la muerte de Gina Calderón, esta vez en Carrejo en la casa de la madre. La propia madre, que tampoco pudo evitar la lágrimas en su declaración y señaló que la relación entre la pareja era "muy buena", explicó que aquel día Javier, que había estado con su amigo, estaba "alterado".
El amigo, que definió al acusado como un hombre "muy noble, campechano, cariñoso y excesivamente generoso", certificó también esto. Así, explicó que comieron juntos y encontró al acusado "afectado por algo más" que por el alcohol que había consumido y cuando se lo reprochó días después Javier le dijo que no lo recordaba. Este testigo también observó en otras ocasiones al acusado actitudes, excitación y cambios bruscos que no le parecían sólo consecuencia de la bebida.