Publicado 14/05/2021 07:02

¿Por qué debemos regular el aire como los alimentos y el agua para prevenir otra pandemia?

Archivo - Mujer respirando.
Archivo - Mujer respirando. - MOHAMED_HASSAN/PIXABAY - Archivo

   MADRID, 14 May. (EUROPA PRESS) -

   Los seres humanos del siglo XXI pasan la mayor parte de su tiempo en interiores, pero el aire que respiramos dentro de los edificios no está regulado en la misma medida que los alimentos que comemos y el agua que bebemos. Un grupo de 39 investigadores de 14 países advierten de que esto debe cambiar para reducir la transmisión de enfermedades y prevenir la próxima pandemia.

   En un artículo de Perspectivas publicado en la revista 'Science', reclaman un "cambio de paradigma" en la lucha contra los patógenos transmitidos por el aire, como el SARS-CoV-2, el virus que causa el COVID-19, y exigen el reconocimiento universal de que las infecciones respiratorias pueden prevenirse mejorando los sistemas de ventilación en interiores.

   "El aire puede contener virus al igual que el agua y las superficies --recuerda la coautora Shelly Miller, profesora de ingeniería mecánica y ambiental de la Universidad de Colorado, en Estados Unidos--. Tenemos que entender que es un problema y que necesitamos tener, en nuestra caja de herramientas, enfoques para mitigar el riesgo y reducir las posibles exposiciones que podrían ocurrir por la acumulación de virus en el aire interior".

   El documento llega menos de dos semanas después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) cambiara su página web para reconocer que el SARS-CoV-2 se propaga predominantemente por el aire, y 10 meses después de que la OMS reconociera la posibilidad de transmisión por aerosol y 239 científicos (entre ellos Miller y José-Luis Jiménez) firmaran una carta abierta a las comunidades médicas y los órganos de gobierno sobre el riesgo potencial de transmisión por el aire.

   En este nuevo artículo, los investigadores piden a la OMS y a otros órganos de gobierno que amplíen sus directrices sobre la calidad del aire interior para incluir los patógenos transportados por el aire y que reconozcan la necesidad de controlar los riesgos de transmisión aérea de las infecciones respiratorias.

   Este cambio en las normas de ventilación debería ser similar en escala a la transformación que se produjo en el siglo XIX cuando las ciudades empezaron a organizar el suministro de agua potable y los sistemas de alcantarillado centralizados. Pero también corregiría un importante error científico que surgió en la misma época.

   Cuando los londinenses morían de cólera en la década de 1850, los científicos suponían que la enfermedad se transmitía por el aire. Pero el médico británico John Snow descubrió que los microorganismos presentes en el agua contaminada eran la causa.

   Del mismo modo, el médico húngaro Ignaz Semmelweis demostró que lavarse las manos antes de dar a luz reducía en gran medida las infecciones posparto. Aunque estos descubrimientos encontraron una gran resistencia en su momento, los científicos acabaron acordando que en estos casos, el agua y las manos --no el aire-- eran el vector de la enfermedad.

   A principios del siglo XX, el experto en salud pública estadounidense Charles Chapin atribuyó erróneamente las infecciones respiratorias contraídas en la proximidad de otras personas a las grandes gotas producidas por una persona infectada, que caen rápidamente al suelo. En consecuencia, afirmó que la transmisión por el aire era casi imposible.

   Sin embargo, en 1945, el científico William Wells publicó un artículo en la revista predecesora de 'Science', en el que se lamentaba de que mientras invertíamos en desinfectar el agua y mantener limpios nuestros alimentos, no habíamos hecho nada por nuestro aire interior, dada la negación de la transmisión aérea. Sus investigaciones sobre el sarampión y la tuberculosis --causados por patógenos transmitidos por el aire-- pusieron en tela de juicio esta noción en el siglo XX, pero no la rompieron.

   Ahora que la investigación sobre el SARS-CoV-2 ha sacado finalmente a la luz que muchas enfermedades respiratorias pueden transmitirse por el aire, los investigadores sostienen que debemos tomar medidas.

   "No perdamos ahora el tiempo hasta la próxima pandemia --pide el coautor José-Luis Jiménez, miembro del Instituto Cooperativo de Ciencias de la Investigación (CIRES) y profesor de química de la Universidad de California--. Necesitamos un esfuerzo de la sociedad. Cuando diseñamos un edificio, no deberíamos limitarnos a poner la mínima ventilación posible, sino que deberíamos tener en cuenta las enfermedades respiratorias actuales, como la gripe, y las futuras pandemias".

   La incomprensión durante mucho tiempo de la importancia de la transmisión de patógenos por el aire ha dejado un gran vacío de información sobre la mejor manera de construir y gestionar los sistemas de ventilación de los edificios para mitigar la propagación de enfermedades, con la excepción de algunas instalaciones de fabricación, investigación y médicas.

   En cambio, los edificios se han centrado en la temperatura, el control de los olores, el uso de la energía y la calidad del aire percibida. Así, aunque existen directrices de seguridad para sustancias químicas como el monóxido de carbono, actualmente no hay directrices a nivel mundial, que regulen o proporcionen normas para mitigar las bacterias o los virus en el aire interior resultantes de las actividades humanas.

   "El aire de los edificios es un aire compartido: no es un bien privado, es un bien público. Y tenemos que empezar a tratarlo así", recuerda Miller.

   Lidia Morawska, autora principal del artículo y directora del Laboratorio Internacional para la Calidad del Aire y la Salud de la Universidad Tecnológica de Queensland, en Australia, afirma que hay que dejar de pensar que no podemos permitirnos el coste del control. Señala que el coste mensual global del COVID-19 se ha estimado de forma conservadora en 1 billón de dólares y que el coste de la gripe sólo en Estados Unidos supera los 11.200 millones de dólares anuales.

   Aunque todavía no se ha realizado un análisis económico detallado, las estimaciones sugieren que las inversiones necesarias en los sistemas de los edificios pueden ser inferiores al 1% del coste de construcción de un edificio típico.

   Según Morawska, los sistemas de ventilación también deben estar controlados por la demanda para ajustarse a las distintas ocupaciones de las salas y a las diferentes actividades y ritmos de respiración, como hacer ejercicio en un gimnasio o sentarse en una sala de cine. Para los espacios que no puedan mejorar la ventilación hasta un nivel adecuado para el uso del espacio, dijo que será necesario filtrar y desinfectar el aire.

   Dado que los edificios consumen más de un tercio de la energía mundial, en gran parte por el calentamiento o enfriamiento del aire exterior que se introduce en el interior, sería útil diseñar un "modo pandémico" que permitiera a los edificios utilizar más energía sólo cuando fuera necesario, añade Jiménez.

   Los investigadores también piden que se elaboren y apliquen en todos los países normas nacionales exhaustivas sobre la calidad del aire interior (IAQ), y que esta información esté a disposición del público.

   Sin embargo, para que esto ocurra, será necesario que muchos más que los científicos comprendan su importancia. "Creo que es necesario que el consumidor y la persona que trabaja en estos espacios interiores empiecen a exigir un cambio", afirma Miller.

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