Salamma - Día de la Mujer Rural
AINA VALLDAURA
  
Actualizado: domingo, 15 octubre 2017 8:41

Esta mujer india, propietaria de su propio terreno, solo lamenta haber tenido que dejar de estudiar con 8 años

MADRID, 15 Oct. (EUROPA PRESS) -

Salamma lleva trabajando las tierras desde que a los ocho años se vio obligada a dejar la escuela para ayudar a sus padres. A sus 60 años, esta mujer india se muestra orgullosa de que gracias a su duro trabajo sus hijos no tendrán que seguir sus pasos y han podido tener la vida que han elegido. Su único pesar, no haber podido estudiar más.

Esta mujer "valiente", como se define ella misma, vive junto a su marido, con el que se casó a los 16 años, en Mamipalli, una pequeña localidad del distrito de Anantapur, en el estado de Andhra Pradesh. Su familia es propietaria de diez acres de tierra, de los que cinco están a su nombre, algo poco frecuente en India.

"Me siento orgullosa de ser propietaria", asegura en una entrevista concedida a Europa Press con motivo del Día Mundial de la Mujer Rural, que se celebra el 15 de octubre. Aunque asegura que toma las decisiones de forma conjunta con su marido, el hecho de ser su "propia jefa" le permite "no depender de otros para tener ingresos".

Pero la realidad es bien distinta para buena parte de las mujeres que trabajan como agricultoras en India. Según datos de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las mujeres representan algo más del 30 por ciento de la mano de obra agrícola en India. Sin embargo, como denuncia Salamma, las mujeres suelen cobrar menos que los hombres ya que "hay mucha gente, y no solo los terratenientes, que creen que el trabajo de ellos es más duro".

SALARIOS INFERIORES

"Normalmente los hombres fumigan y llevan las cajas mientras que las mujeres recogen las cosechas y se pueden estar horas y horas agachadas", explica. En el caso de las mujeres, añade, suelen cobrar unas 130 rupias al día (poco más de un euro y medio) mientras que los hombres pueden llegar a las 200 rupias diarias (casi tres euros). "Es muy injusto", afirma tajante.

"Es muy importante que las mujeres salgamos de casa para trabajar y poder así tener nuestros propios ingresos y ser independientes", defiende esta agricultora. "Lo que más valoro en mi vida es tener una propiedad a mi nombre, me siento muy orgullosa. Es cierto que no he tenido otra opción que la de trabajar en el campo, pero me encanta y quiero seguir haciéndolo", asegura.

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Y eso que todos los días su jornada comienza a las 4 de mañana. "Cocino, limpio el establo, barro la casa y recojo a los trabajadores con el carro de bueyes", relata Salamma, la única mujer de su pueblo que conduce un carro, también en eso ella es diferente. "Alrededor de las 8 de la mañana llego al campo y le entrego la comida a mi marido", prosigue, y a partir de ese momento trabaja "codo con codo" con este y con el resto de jornaleros.

"Quito las malas hierbas, enciendo la bomba de agua, mezclo los fertilizantes, superviso el sistema de riego por goteo, llevo a pastar a los animales...", continúa. En los meses de abril y mayo, cuando la temperatura llega hasta los 45 grados, "el calor y el esfuerzo físico son inaguantables, pero, ¿qué puedo hacer? El trabajo del campo no tiene horarios", reconoce.

Cuanto regresa a casa, hacia las tres del mediodía, no termina su jornada. "Como alguna cosa, limpio la ropa y los cacharros, alimento a los bueyes y me pongo a preparar la cena" tras lo cual, se suele acostar hacia las 22 horas.

A sus 60 años, admite que el trabajo se le hace ahora más duro, sobre todo desde que hace cinco años tuvo chikungunya, pero tampoco durante sus embarazos dejó de trabajar, sino que lo hizo hasta los ocho o nueve meses y luego, tras dar a luz, "no me quedé ninguna vez más de un mes en casa sin trabajar".

"SIN EDUCACIÓN ESTÁS ATRAPADA"

Su gran pesar es no haber podido estudiar más. "La sociedad respeta a las personas educadas. Por eso en otra vida me gustaría poder estudiar y tener así un futuro mejor. Sin educación estas atrapada", subraya, aunque reconoce que cuando ella era pequeña "era muy difícil sobrevivir".

"Mi padre trabajaba en las tierras de los terratenientes y lo que ganaba no era suficiente para nuestra familia. Soy la cuarta de ocho hermanos y los mayores somos siempre los responsables de los más pequeños. Me gustaba estudiar pero mis padres no tenían recursos para pagarme la educación", recuerda.

Quizá por eso Salamma siempre ha tenido claro que no quería que sus hijos se dedicaran a la agricultura. "Estoy muy orgullosa de que ellos hayan podido escoger otro tipo de vida", asegura. Sus dos hijos varones están estudiando ingeniería en la universidad, mientras que sus dos hijas están casadas desde los 20 años y estudiaron hasta décimo curso.

"Yo quería que siguieran estudiando pero una de ellas suspendió el examen de décimo y se desanimó y la otra después de tener su primera menstruación no quiso volver a la escuela, tenía vergüenza", explica, asegurando que intentó por todos los medios convencerla de que no debía dejar de estudiar "pero fue inútil". "Ahora una trabaja en una tienda como asistente de ventas y la otra es modista en Bangalore", precisa.

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"MIS HIJOS PODRÁN ARRENDAR LAS TIERRAS"

Pese a que, como reconoce, ella y su marido se están haciendo mayores, aún se siente con fuerzas para seguir trabajando. "Cuando ya no estemos mis hijos e hijas podrán arrendar las tierras y sacar de ello un beneficio sin tener que ensuciarse", celebra.

"El trabajo de agricultora es duro, todo el día estamos llenas de polvo, sudor y barro, pero si yo he trabajado tanto es para poder darles a mis hijos e hijas una vida llena de alegría y para que fueran respetados", remacha feliz.

Los últimos años no han sido fáciles para el matrimonio por la sequía. "Las cosechas han sido nefastas y hemos recibido una pequeña ayuda del gobierno de Andhra Pradesh", indica, precisando que además cuando hay sequía "el Gobierno nos perdona las deudas".

Asimismo, Salamma ha recibido ayuda de la Fundación Vicente Ferrer (FVF) para poder pagar la educación de sus hijos. Además, desde que se casó, se unió a uno de los 'sangham' (asociación de mujeres) de su pueblo y "a través del Fondo de Desarrollo de la Mujer he podido comprar búfalas de las que luego vendo la leche o hago yogurt tanto para consumo personal como para venderlo".

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