MADRID, 8 Oct. (EUROPA PRESS) -
La ex responsable de Instituciones Penitenciarias Mercedes Gallizo ha escrito un libro en el que 'muestra' la vida en las cárceles españolas por medio de sus protagonistas, los propios presos, a través de una recopilación de las cerca de 10.000 cartas personales de los internos que recibió -y contestó- a lo largo de sus más de siete años de gestión.
'Penas y personas. 2810 días en las prisiones españolas' (Debate) es un recorrido por el día a día en la vida entre los muros de una prisión en el que Mercedes Gallizo aborda los distintos perfiles que conforman el patio de una cárcel y sus principales problemáticas. La lucha contra las drogas, la soledad, los problemas de salud o la marginación social son algunos de los temas presentes en estos testimonios, a cuyos protagonistas la autora ha querido proteger cambiando sus identidades y omitiendo datos concretos.
"Mi hermano Alex, de 23 años, también está interno en este centro por delitos de robo, en relación con su adicción a la heroína desde los 14 años (el día de su 15 cumpleaños consumiendo con nuestro padre, éste murió con 42 años por sobredosis delante de mi hermano)". Este es un ejemplo de las misivas que recibía Mercedes Gallizo en su despacho de la calle de Alcalá de Madrid entre 2004 y 2011. "Busco que la gente se acerque a las prisiones y se destruyan mitos. El hilo conductor son las personas, eso es lo que más me importaba", explica en una entrevista concedida a Europa Press.
Pese a que abundan los casos de desasosiego, en el libro también hay pasajes más amables que evocan un mensaje positivo. Entre risas Gallizo recuerda una anécdota que se relata en la obra en el que "una chica con muchísimas dificultades tenía una demanda que para ella en ese momento era muy importante: poder alisarse el pelo". En las prisiones hay una lista de objetos permitidos y otros que no "por razones de seguridad o porque el economato no puede ser como unos grandes almacenes".
EL ALISADOR DE PELO
"El alisador de pelo no estaba en la lista, no podía adquirirlo, así que lo primero que hicimos fue proponer que se permitiese y luego tratar de localizarle uno", rememora la autora, que admite que fue ella personalmente la que buscó en varias peluquerías. "Y al final encontramos un par de frascos y se los mandamos. No fue fácil", dice la autora, quien defiende este tipo de gestos como una herramienta para que las personas que muchas veces nacen marcadas "recuperen la esperanza en el sistema".
Gallizo cuenta que "con el tiempo y la experiencia se aprende también a detectar el engaño" y aclara que antes de contestar a una carta confirmaba los casos con los centros penitenciarios. No obvia Gallizo que "en cuanto pasaron unos meses" fue consciente de que en los patios de las cárceles se corrió la voz de que dirigirse por carta a la responsable máxima de Prisiones daba resultados.
"Eso era bueno y malo a la vez", admite ya que "se puede crear una situación equívoca con los funcionarios". " Es algo de lo que he huido siempre porque si los funcionarios no atendían algunas reclamaciones en muchos caso es porque no podían", explica.
A lo largo del libro se destaca la importancia que tiene para los presos conseguir un puesto de trabajo en la prisión, tanto empleos del propio centro como el que proporcionan empresas que a través de la Administración dan empleos a internos. En ese sentido, la autora cuenta que, pese a la crisis económica general, durante su mandato "se consiguió mantener estable la cifra de puestos de trabajo".
"LA CÁRCEL IGUALA A TODOS"
"Bien es verdad que en muchos casos se partieron jornadas. En lugar de tener a una persona ocho horas se tenía a dos cuatro horas para tratar que el trabajo llegase a todo el mundo porque hay familias fuera que dependen de ese sueldo", añade.
En el libro Gallizo reivindica su forma de entender las prisiones y algunas medidas que posteriormente han sido criticadas por la actual Administración como es la instalación de piscinas o televisores en las celdas. Defiende que no supusieron un gasto desorbitado y que en muchas ocasiones este tipo de recursos cumplían una función terapeútica importante. Asimismo recuerda que ese modelo de prisiones se aprobó en la década de los 90 y censura como "demagógico" que una vez realizado el gasto no se utilicen estos mecanismos alegando que "da mala imagen".
Lamenta la falta de igualdad fuera de las prisiones y como las personas sin recursos son más proclives a terminar en la cárcel. Admite que quien tiene posibilidades económicas también tiene posibilidad de hacer más llevadera su estancia en un centro penitenciario frente a "quien no tiene nada" e incluso "darse espacios de poder y crear situaciones de abuso". "Pero eso es una diferencia que viene de fuera, dentro de la prisión todos son iguales", zanja.