Diez mujeres nepalíes intentarán el próximo mes de abril ascender hasta el Everest, y, en España, el Centro Nacional de Inteligencia ha puesto en la calle a una espía por tener la osadía de quedarse embarazada. "Falta de rendimiento" dice el expediente, aunque ha alcanzado siempre las máximas calificaciones en sus cometidos, que no eran de trabajo de campo, sino de análisis.
La espía, con conocimientos sobre cuatro idiomas, ha sufrido las vejaciones que el Centro suele guardar como regalo de despedida, a mitad de camino entre la grosería y la impunidad. El Centro Nacional de ¿Inteligencia? cuenta con unas personas muy valiosas, generalmente procedentes del estamento militar, que se juegan la vida por nuestra seguridad, y padece, desde hace muchos años, unos jefes que parecen sacados de la tira de Mortadelo y Filemón, cruzados con Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio.
Politizados hasta la náusea (los jefes) confunden los intereses generales con el interés del partido que los ha aupado hasta el sillón, y el resultado está a la vista: ni puta idea del atentado más grave de la Historia de España, el de Atocha; ni repajolera idea del rearmamento de ETA durante la tregua-mentira.
A cambio, saben mucho de las conversaciones que tenía Pizarro, cuando era presidente de Endesa, y de los chicos con los que sale Bárbara Rey. Frente a esos hombres y mujeres que con sueldo magro ponen en riesgo su vida, los sucesivos jefes del Centro Nacional de Inteligencia, incluidos algunos mandos intermedios, ponen de manifiesto su obtusa inteligencia, cuya anécdota -la expulsión de un agente por embarazo- es una simple muestra de la categoría de su cacumen.
Gastan más dinero en la seguridad de sus incompetentes jefes que en la de sus espías, y si ni siquiera saben disimular su machismo ¿cómo van a disimular cuando pretendan trabajar en serio? Las nepalíes llegarán al Everest, y aquí las despachan por preñez.
Luis Del Val.
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