Publicado 20/08/2013 12:00

Andrés Aberasturi.- Democracias impuestas

MADRID 20 Ago. (OTR/PRESS) -

No estoy muy seguro si ha sido una corresponsal en Egipto o en Bruselas; da igual. El caso es que explicando lo que pretende Europa, afirmaba el deseo de la Unión de que Egipto cumpliera la hoja de ruta y "volviera a la democracia". ¿Volviera? Esa es la cuestión que los occidentales no terminamos de entender y así nos va: no se puede volver a donde nunca se ha estado ni se puede imponer una democracia a golpe de bombardeo. Sobran los ejemplos y no hay más que contemplar el panorama de Irak o de Afganistán donde pierden la vida ahora más gente que durante la absurda pretensión a la que me refería antes: imponer la democracia -nuestra democracia- por la fuerza. Da miedo buscar datos fiables sobre el número de muertos en estos países después del intento de una democratización imposible.

Está pasando en Siria y en Egipto, la historia se repite. Y mientras todos allí matan y mueren, aquí nos reunimos y hablamos y hacemos hermosos comunicados exigiendo "la vuelta" a la democracia que nunca existió y siempre que se trate de países que están en nuestra órbita, apoyaremos a los golpistas o a los golpeados, según nos vaya. A ver cuándo llega el día en que Bruselas o el gobierno de los EEUU exigen a los Emiratos Árabes, por ejemplo, no ya una democracia sino la elemental igualdad proclamada y bendecida en los Derechos Humanos.

La democracia no se impone desde la fuerza como no se impone la fe; a la democracia se llega paso a paso cuando nunca se ha tenido. Si algo hay que reconocer a las iglesias -incluida la Católica- es que desde hace tiempo sus misioneros se preocupan mucho más de salvar los cuerpos de la enfermedad y de la hambruna, de la esclavitud de la pobreza y del analfabetismo, que de salvar las almas. Por ahí hay que empezar, de eso se trata y hasta que eso no se consiga, será imposible el espectáculo de las urnas. Imposible o ficticio, que tan da.

Y con el mundo árabe nos encontramos dos problemas añadidos: su propia estructura tribal y por ahora irreconciliable, y la absoluta subordinación de una posible legislación a la religión que se ha hecho cada vez más fuerte y más extremista. ¿Qué hacer? Yo no tengo la respuesta pero sí descarto las dos que hasta ahora se han intentado: ni la guerra soluciona nada -al contrario- ni el buenismo de una alianza de civilizaciones es posible.

Imagino que habría que empezar desde abajo, vendiendo lápices y vacunas en lugar de armas y convenciendo a quienes mandan en esos países -y hay muchas formas de convencer sin vencer- de que es mejor invertir en escuelas y hospitales que en palacios horteras y programas nucleares. Y si hay que recurrir a no admitir cuentas millonarias de dictadores corruptos, pues habrá que hacerlo. La pregunta no es si los gobiernos están dispuestos a semejante cosa sino, más bien, si las multinacionales se deciden a colaborar, incluidas las que fabrican armas y las que guardan dinero teñido de sangre.

Contenido patrocinado

Foto del autor

Francisco Muro de Iscar

Políticos, ¡convertíos!

Foto del autor

Fernando Jáuregui

La interesante 'doctrina Armengol'

Foto del autor

Victoria Lafora

Hoy se zurran, mañana pactan

Foto del autor

Carmen Tomás

30.000 millones de gasto en un mes