Oviedo, una ciudad con alma literaria y artística

Ayuntamiento
EUROPA PRESS
Actualizado: martes, 20 noviembre 2012 11:00

Es Oviedo ciudad con alma literaria, artística. Capaz de inspirar un universo como el de Vetusta, la inmortal obra literaria, regalo del genial escritor Clarín a la ciudad. De ahí que el espíritu de la ciudad esté concentrado en un puñado de libros, pero no sólo eso. Habita también en multitud de lienzos, acuarelas o grabados, donde su cielo y la torre de la catedral se crecen, protagonistas absolutos de la admiración de los artistas. Y ahí hay que ir a buscarlos, para luego entender la otra ciudad, la que permanece expuesta a los ojos de visitantes y vecinos, labrada en piedra, embellecida con los cuidados de los últimos años, aunque herida también en las ausencias de lo que debería permanecer y cayó víctima del tiempo o del afán renovador humano.

La historia de la ciudad está encerrada en sus calles y plazas recoletas, tras los muros de edificios que presenciaron su nacimiento o asistieron a su expansión y metamorfosis. En la calle de San Vicente, junto al arco, una placa recuerda ese año de 781 en el que un documento da fe de la edificación de un monasterio en un lugar denominado "Ovetum", junto a una basílica dedicada a San Vicente, erigida veinte años antes. En el lugar de la fundación sigue en pie el claustro -hoy convertido en Museo Arqueológico de Asturias- y otros elementos transformados por el paso del tiempo, de ese convento, germen de la ciudad.

Alfonso II fue el monarca, nacido ya en la ciudad, que dio forma y la engrandeció para convertirla en capital. Los turistas y los propios ovetenses, le deben a este rey, entre otras obras, joyas como la Cámara Santa o la Iglesia de San Tirso el Real y la más lejana de San Julián de los Prados, además de haber asegurado la existencia de la futura catedral reconstruyendo y engrandeciendo el templo inicial dedicado al Salvador, que había sido destruido durante una incursión musulmana.

Pero lo mejor estaba aún por llegar. Fue su sucesor, Ramiro I, ya mediado el siglo IX, quien puso su vista en el Naranco para edificar en él un conjunto de edificios dedicados a la oración y al descanso. De aquel lugar de retiro y recreo se conservan dos iglesias, que se cuentan entre las más valiosas joyas del Prerrománico: Santa María del Naranco, ya restaurada, y San Miguel de Lillo, catalogadas ambas como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Oviedo dejó de ser capital en el siglo X y será la Basílica de San Salvador y los tesoros que guarda dentro, merced a donaciones reales, los que darán fama a la ciudad fuera de sus límites y los que convierten a la ciudad en importante lugar de peregrinación y punto de parada en el Camino a Santiago. Con el aumento en la afluencia de peregrinos, las necesidades de la basílica crecen. El propio edificio lo hará para darles respuesta. Obra a obra, siglo a siglo, la conversión del viejo templo de Alfonso II en magna catedral está en marcha. Su fábrica, adornada con los estilos de cada época -románico, gótico, renacentista*-, será un reflejo de ese paso del tiempo y de los gustos cambiantes en materia artística.

La variedad de estilos arquitectónicos que exhibe, orgullosa, la catedral de Oviedo tendrán su reflejo en una ciudad que crece y cobra importancia política en la región, durante la edad moderna, acogiendo las reuniones de la Junta General del Principado y la residencia del representante del rey.

Durante el siglo XVIII se confirma la tendencia de la nobleza a establecer casa (más bien palacio) en Oviedo. Muchas de sus suntuosas moradas se mantienen en la actualidad como sede de instituciones culturales o administrativas. Es el caso del Palacio de Camposagrado, actual sede del Tribunal Superior de Justicia de Asturias, o el de Valdecarzana, que alberga la Audiencia, o los de Velarde y Casa Oviedo-Portal, ocupados por el Museo de Bellas Artes de Asturias.

La pujanza de la nobleza de la época se refleja en su intensa actividad constructiva. Pero junto a los palacios, que comienzan a abundar en el corazón de la ciudad, aun hay espacio para nuevos templos. Los principales esfuerzos se centran en la catedral, que ve abrirse a sus lados nuevas capillas. Del siglo ilustrado es obra la Iglesia de San Isidoro, que se asienta en uno de los laterales de la Plaza del Ayuntamiento. También por esa época se acometerán trabajos de reforma en los monasterios de San Pelayo y Santa Clara. Pero la suerte está echada. El siglo XIX trae la Desamortización, que marca el abandono de conventos. En el siglo XX, tiene lugar el auge de la vida urbana, el gusto modernista en arquitectura y la pujanza de los bancos, que comienza a elevar templos modernos de culto al dinero.

La calle Uría se abre como un pasillo que debe comunicar el núcleo de la ciudad con la estación de ferrocarril, símbolo del progreso, que llega por entonces a la ciudad. Su apertura exigió el sacrificio del que era un símbolo de la misma: el enorme roble que bautizó a los ovetenses, en su honor, como "carbayones".

Flanqueando el camino, se alzaban decenas de palacetes, que acompañan también los márgenes de las antiguas huertas del Convento de San Francisco, moradas de una burguesía cada vez más pujante y que muestran en sus fachadas diversos gustos arquitectónicos. Tan intensa será su actividad constructiva, como eficaz la piqueta, que mediado el siglo XX derrumba sus palacios en aras del nuevo crecimiento demandado por los tiempos modernos.

Desgraciadamente, poco queda de aquel Oviedo de colonias burguesas, tan sólo algún que otro palacete aislado. Mejor suerte corrieron los templos laicos, que por entonces se levantan para adorar al dios Dinero. A finales del XIX y principios del XX, erigían sus opulentas cúpulas por encima de campanarios, mostrando el nuevo orden de cosas. De esa época datan las sedes de los bancos Herrero, Banesto o Bilbao, que rivalizan con los templos coetáneos de San Juan o las Salesas. Frente a lo que ya deja de ser campo para pasar a ser parque, nace por entonces un teatro, bautizado en honor al que entonces era el poeta asturiano de mayor fama, Campoamor, y con ambiciones de ser coliseo de ópera y escenario de representaciones dramáticas.

El rostro actual de la ciudad es el resultado de los últimos años de tratamientos y cuidados, de recuperación de las zonas más deterioradas y envejecidas, de restauración de sus edificios, construcción de algunos nuevos y también de la desaparición de otros. De intervenciones que la han convertido en museo al aire libre, con decenas de esculturas apostadas en sus calles, dando la bienvenida al visitante y haciendo guiños al pasado. Como la escultura de La Regenta, que pasea su belleza en bronce por la Plaza de la Catedral, o la reproducción del cineasta norteamericano Woody Allen, un mito de los tiempos modernos, que "pasea" por las calles del centro de la ciudad.

El Oviedo que ha entrado en el siglo XXI sigue creciendo, abriendo nuevos barrios, conquistando los campos aledaños. La ciudad que un día vivió encerrado en su muralla y la que no encuentra muros a su expansión conforman, juntos, el Oviedo actual, el que elogian los turistas, la ciudad que parece hecha para enseñarse, que es museo en sí de su historia, sin necesidad de más explicaciones que mirarla sin prisa.