Crítica de El quinto poder: Benedict Cumberbatch y las canas de WikiLeaks

Benedict Cumberbatch  en El quinto poder (The Fifth Estate)
Benedict Cumberbatch en El quinto poder (The Fifth Estate) - TRIPICTURES
El quinto poder El quinto poder El quinto poder El quinto poder
Actualizado: martes, 17 diciembre 2013 21:43

MADRID, 18 Oct. (EUROPA PRESS - Israel Arias)

   Aspecto desaliñado, dudosa higiene personal, melena silverada y ego kilométrico. Así luce el Julian Assange al que da vida Benedict Cumberbatch en El quinto poder (The Fifth Estate), la cinta sobre el nacimiento de WikiLeaks que dirige Bill Condon.

   Tras sorber nuestra sangre, y también nuestra paciencia, poniendo colofón a La saga Crepúsculo con las dos entregas de Amanecer, el oscarizado Condon cambia radicalmente de tercio para relatar cómo, aliado con el informático Daniel Domscheit-Berg, Julian Assange levantó desde la nada un entramado que hizo tambalearse a los gobiernos e instituciones más poderosas del planeta.

   Vaya por delante que el guión de El quinto poder se basa en dos libros que Josh Singer (El ala oeste de la Casa Blanca) se encarga de refundir en un libreto: Inside Wikileaks, escrito por el propio Berg, y el otro, Wikileaks y Assange de David Leigh y Luke Harding, periodistas de The Guardian.

   Dos obras críticas con la figura de Assange, lo que explica que la cinta despertara desde el primer momento las iras del nuevo icono de la libertad de información. "Falsa", "oportunista" y "horrible" son algunos de los epítetos que le ha dedicado a la producción desde su refugio en la embajada de Ecuador en Londres.

SECRETOS ENMASCARADOS

   Dejando al margen las consideraciones sobre el grado de veracidad que atesora esta premeditada visión sesgada de los hechos -el propio Condon insiste en que nunca pretendieron rodar un documental-, El quinto poder es una cinta bastante irregular que intenta atrapar la esencia del fenómeno Wikileaks, y sobre todo de su fundador.

   "Dale a un hombre una máscara y te contará la verdad". Partiendo de esta máxima de Oscar Wilde de la que Assange hizo su bandera, Condon nos relata el alumbramiento de WikiLeaks desde su nacimiento hasta la gran filtración en 2010 con datos sensibles sobre las operaciones estadounidenses en Irak o Afganistán. Y lo hace siempre a través de los ojos de Daniel, el que fuera portavoz y mano derecha de Assange interpretado por el hispano-alemán Daniel Brühl.

   Es él quien sufre día a día el desgaste que conlleva trabajar con una figura tan ególatra como la del fundador de WikiLeaks. Es a él a quien Assange le roba la ropa, a quien interrumpe en los momentos más íntimos con su pareja, a quien chafa las cenas de Navidad en casa de sus padres...  Ellos son el "dúo dinámico" de El quinto poder y su disfuncional relación en mitad de esta cruzada por la libre información es el motor de la narración.

QUIJOTE Y SANCHO, VERSIÓN 2.0.

   Y en justicia, y aunque el resultado global sea bastante decepcionante, son lo mejor de toda la película. Cumberbatch, uno de los chicos de moda, está notable en un arriesgado retrato de Assange con muchas más sombras que luces. Brühl, cumplidor y más que correcto en su papel de sacrificado escudero.

   La pareja protagonista es de lo poco destacable en un thiller frío, falto de ritmo y en el que trama, interesante a priori, queda enmarañada -y casi totalmente sepultada- por un batiburrillo de interminables explicaciones informáticas y una sobrecarga de idas y venidas en el tiempo y en el espacio.

   Cierto es que la película mejora en su último tramo, cuando el denso y trabado retrato del personaje deja paso a una intriga más fluida, con elementos del cine de espías e incluso al fin algo de esa pretendida tensión, de la que subyace un enorme dilema moral.    

    Pero ni siquiera ahí Condon aprovecha su gran baza y vuelve a quedarse a medias, ambiguo y vagabundo en tierra de nadie. El quinto poder es, en definitiva, una película demasiado tibia, desapasionada. Una cinta gris, como la impostada cabellera de Assage, que ha hecho de WikiLeaks un fenómeno cinematográficamente olvidable.

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