Bunbury la lía parda en el Teatro Real junto a 1.800 devotos

BUNBURY EN EL TEATRO REAL
BUNBURY EN EL TEATRO REAL - EUROPA PRESS
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Actualizado: miércoles, 27 julio 2016 11:46

MADRID, 27 Jul. (EDIZIONES - David Gallardo) -

Mala noche para ser acomodador del Teatro Real. Y eso que lo intentaron y más o menos lo consiguieron durante la primera hora, aunque ya el desorden era evidente. Pero todo se desmadró cuando en el ecuador del recital Enrique Bunbury decidió bajar al patio de butacas para cantar Maldito duende. Llegados a ese punto tuvieron que desistir y contemplar con resignación cómo los 1.800 devotos fans del aragonés rompían definitivamente todas las reglas encaramándose a sus asientos y agolpándose frente al escenario.

Y eso que la velada comenzó con el clásico ambiente reverencial que se crea en los teatros, maximizado por la ya de por sí magnitud del Real. Por unos minutos pareció que quizás el concierto sería gobernado por el orden y el silencio, con el público escuchando atentamente desde sus asientos, abanicándose incesantemente y aplaudiendo en los momentos oportunos. Pero no.

No, porque ya desde Ahora y Dos clavos a mis alas se escuchaban constantemente aullidos y gritos que recordaban a los presentes que estaban en un concierto de rock. Y cuando llegó La Sirena Varada, primer recuerdo a Héroes del Silencio, los corsés comenzaron a romperse y los cinturones a tensarse de manera insoportable, algo refrendado después por el coro colectivo organizado en Porque las cosas cambian.

La del Teatro Real fue la primera parada madrileña del Mutaciones Tour 2016 (la segunda será el 10 de septiembre en el festival DCode, una perspectiva bien distinta ya desde el planteamiento), en el que Bunbury presenta el contenido de su MTV Unplugged: El libro de las mutaciones, directo grabado el pasado año en México en el que repasa sus treinta años de canciones, incluyendo, esta vez sí, varias canciones de Héroes del Silencio (apenas una por concierto era lo habitual en el pasado).

En esta reconciliación con su propio pasado, Bunbury pone la directa con El camino del exceso y Avalancha mientras ya se pasea de lado a lado del escenario y alarga las manos para toquetear al público de la primera fila, ya puesto contantemente en pie, igual que los del 'gallinero' de la quinta planta, que extienden sus brazos con vehemencia tanto para imitar los expansivos gestos del protagonista de la noche como para tratar de acercarse lo más posible a él desde la distancia mientras se dejan la garganta en Que tengas suertecita y Una canción triste.

Turno después para El extranjero, convertida más que nunca en una composición balcánica en la que mandan Jorge Rebenaque y su acordeón, para después acometer el tramo más folclórico de la noche con Desmejorado y la ranchera rock siempre emotiva Infinito. Un viaje musical en el que este héroe mutante muestra la evolución desprejuiciada que ha experimentado durante los últimos treinta años largos, desde aquellos primeros ochenta con su primera banda, Zumo de Vidrio, que terminó, efectivamente, mutando en Héroes del Silencio y todo lo que vino después.

Y como la excusa de esta gira es un MTV Unplugged que en realidad no está desenchufado, el siguiente tramo es el que desata todas las ataduras con la desmedida acometida rock de El hombre delgado que no flaqueará jamás y Despierta, a la que sigue la añeja Mar adentro, revestida para la ocasión con nuevos arreglos pero con el mismo tempo, perfecta para el lucimiento de nuevo de Rebenaque (esta vez al hammond), así como de los guitarristas Jordi Mena y Álvaro Suite.

Con Los Santos Inocentes (ese es el nombre genérico de la banda de Bunbury desde 2008) en plena ebullición, estalla el Teatro Real con Maldito duende cuando el cantante baja de las tablas, rompe la barrera y cabalga hasta el epicentro mismo del patio de butacas. Ayudado por miembros de su equipo encuentra acomodo rodeado de brazos y smartphones, mientras el gentío de los palcos se plantea seriamente la posibilidad de arrojarse, pero felizmente opta por 'solo' contonearse salvajemente con medio cuerpo fuera de las barandillas. Y la altura es considerable, ojo.

Es para entonces cuando los acomodadores del coliseo madrileño, que hasta entonces de verdad intentaron, muy educadamente, contener el ímpetu y la vehemencia del público, vieron claro su fracaso. Ya era imposible, ya daba igual, empeñarse en el orden y la ley iba a terminar resultando molesto y casi peligroso. Así que tocaba echarse a un lado y cruzar los dedos para que no pasara nada en el mobiliario, mientras se veían superados por decenas de personas que abandonaron su sitio para apretujarse frente al escenario y cantar Lady Blue con el ídolo que había cambiado súbitamente las reglas del juego.

Tras una primera falsa despedida, tiempo para un bis con Más alto que nosotros solo el cielo, a la que siguieron dos de las canciones más coreadas de la noche, El rescate y La chispa adecuada, con el Teatro Real convertido en una 'bombonera', en una sauna, en alguna cosa inesperada. "Hemos recorrido millones de kilómetros desde Malasaña hasta aquí para cantar para ustedes. Si nos permiten, tocamos un poquito más, si no tienen nada mejor que hacer y les parece bien", bromea un Enrique Bunbury tan desatado como feliz y sinceramente agradecido.

Un Enrique Bunbury que a sus 48 años muestra una versión madura y mejorada de la que ya de por sí le llevó a ser uno de los artistas esenciales no ya del rock, sino de la música española en general. Carismático, con confianza en sí mismo, derrochando actitud y pose, convertido desde hace mucho en uno de los dos o tres mejores cantantes de nuestro país (el orden del podio que lo ponga cada cual desde su subjetividad para evitar refriegas). Todo ello acompañado de un cancionero extenso y variado como pocos, que se adapta a cada momento gracias a la simbiosis entre músicos y público. Así mutan todos juntos, mágicamente de la mano hacia donde sea.

Todavía quedan unos minutos para llegar a las dos horas de un recital que ha contado con un sonido impoluto y potente, en el que el mayor problema fue por momentos domar el vendaval sonoro generado en temas como el siguiente, Los Habitantes, en el que de nuevo los guitarristas se lucen sobre una base rítmica bien musculosa creada por el bajista Robert Castellanos, el baterista Ramón Gacías y el percusionista Quino Béjar.

Llegados a este punto álgido, es momento de ir perdiendo altura progresivamente con De todo el mundo y el desenlace definitivo con Y al final, esa especie de vals hipnótico con el que Bunbury y los suyos dan el abrazo final a un público que ya previamente se lo había dado todo desde el momento en el que agotaron las entradas (no precisamente baratas) en un puñado de horas. Y así se apaga la música y se vacía sonriente el Teatro Real. "Elegí un mal día para dejar de fumar", se escucha decir a una de los acomodadoras con tono resignado, al tiempo que decenas de asistentes le ofrecen al unísono sus cigarrillos. Y repentinamente todo encaja.