Lisboa, tradición reinventada

Begoña Marco
BEGOÑA MARCO
Actualizado: lunes, 27 mayo 2013 19:38

Por Bego Marco

Sardinas, fados y azulejos pintados es lo primero que a uno le viene a la cabeza cuando se habla de Portugal, pero en el país vecino hay mucho más que pasteles de Belém y gallos de Barcelos y más aún en su capital, donde tradición y modernidad van de la mano hasta hacer de Lisboa uno de los destinos más atractivos de Europa.

Lisboa es una ciudad bucólica cuyos rincones dejan entrever el esplendor del pasado. Lo dicen las deterioradas fachadas de sus casas, sus cafés art decó y su icónico tranvía amarillo; pero no es una ciudad anclada en el pasado, ya que ha sabido modernizarse sin caer en el esperpento.

Nada más poner un pie en la urbe, ya se puede percibir que una de las principales razones que lleva a los viajeros a escoger como destino la capital del Tajo es la búsqueda del encanto del pasado que atrapa al viajero como lo hacía la saudade con los antiguos comerciantes lusos, a quienes esta nostalgia tan portuguesa les obligaba a volver a casa.

Uno de los máximos exponentes de la rica historia que tiene la capital portuguesa es la Alfama, el barrio musulmán que se erige a los pies del Castelo de Sao Jorge y que está compuesto por pequeñas casas llenas de ambiente portugués.

Es mejor llegar en el mítico tranvía 28 porque así además de poder conocer la ciudad desde un punto de vista irrepetible, se evitan las cuestas de Alfama, que es un compendio de diminutas calles en pendiente.

El castillo es visita obligada, pero también lo son sus miradores, como el de Santa Luzia, desde los que se pueden ver los infinitos tejados de la ciudad, y la sé (catedral), que se puede visitar al abandonar la cumbre de la ciudad.

CAFÉS Y LITERATURA.

Una vez en terreno llano es obligado dar un paseo por Rossio, que tras el terremoto que asoló la ciudad en 1755 y gracias a las ideas del Marqués de Pombal, se convirtió en el primer barrio en cuadrícula del mundo.

Esta zona alberga la famosa Plaza del Comercio, uno de los puntos donde Lisboa se abre al mar, y en la plaza del Rossio se encuentra el Café Nicola, que con su fachada art decó es uno de los más famosos de la ciudad.

Además, los amantes de la arquitectura están de suerte porque uno de los discípulos de Gustave Eiffel construyó el delicioso elevador de Santa Justa, que si se toma, permite ver desde lo alto la Lisboa pombalina.

Si eres más 'bon vivant y lo tuyo son las compras, la literatura y disfrutar del arte del buen café, tienes que dar un paseo por Baixa y Chiado. Es una zona salpicada de tiendas, teatros, edificios del siglo XVIII y pintorescos cafés, entre los que se encuentra Café A Brasileira (Rua Garrett,120), que frecuentaba Pessoa y que cuenta con una estatua del famoso poeta portugués a sus puertas.

Un detalle curioso de la zona se esconde en la tienda de Benetton, en la misma Rua Garrett, donde aún 'vive' uno de los ascensores más antiguos de Europa y un lugar para no perderse en la calle de al lado es la maravillosa A vida Portuguesa (Rua Anchietta,11), una tienda donde se pueden encontrar delicias con denominación de origen.

Está prohibido abandonar el Chiado sin acudir al mirador de Santa Catalina, al lado del que se encuentra uno de los locales más cool de la ciudad: Pharmacia.

¿QUIERES IR DE FIESTA?.

El 'Bairro Alto', que esconde pequeñas tiendas vintage, es sin duda una de las zonas con más marcha de la ciudad. Repleto de pequeños bares, por las noches sus estrechas calles se llenan de jóvenes locales que disfrutan de caipirinhas en una fiesta cien por cien informal.

Si eres más de tacones, puedes pasarte por la zona de Marqués de Pombal, donde en el trendy restaurante Guilty puedes disfrutar a tope de la noche lisboeta.

Y para el día después, nada mejor que visitar Belém con su largo paseo hacia la torre del mismo nombre; el monumento en homenaje a los descubridores y el majestuoso monasterio de Los Jerónimos, donde descansa el descubridor Vasco da Gama.

Pero como la cultura no reside sólo en la arquitectura, no te atrevas a dejar Belém sin probar sus deliciosos pastelitos. El lugar ideal es Os pasteis de Belém, que hace los mejores pasteles del momento en un entorno que rezuma pasado por todos sus azulejos de 1837.